No es para menos. En cada esquina hay una persona pidiendo, alguien con un drama peor que el otro, exigiendo el impuesto de la calle. Deme, deme, deme. Nunca acaba. En cada esquina, en cada semáforo. ¿Dar o no dar? Se preguntaba hace poco un artículo sobre el fenómeno.

El anticipo del caos fueron las protestas de noviembre de 2019 cuando las cosas se salieron de control. El monstruo invisible de la rabia, el rencor y el argumento falaz aparecieron en redes, así como resultamos inundados de videos y explosiones.

Desde ese entonces quedó pactado un segundo round: – “Nos vemos después”, “deme un motivo”, “regáleme la causa” … serían las consignas de muchos bajo el cómplice desespero del encierro.

Lo más increíble es que ni el gobierno nacional, ni los locales, que ahora hacen mea culpas, no contemplaran en sus matrices de riesgos las estrategias para salir de esto que estaba cantado.

O no previeron la dimensión de lo que se venía, o tal vez sí, y entonces, eso es más grave.

¿Qué pretendían que pasará, al encerrar un país que vive del rebusque, sin empleo digno y con esa desigualdad enferma que durante años ha sido retratada en la prensa, la literatura, el arte, la televisión y cine?

Si algo han elevado exponencialmente las redes sociales es el resentimiento. Alguien decía con mucha razón que una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad alimentada por esa mentira y para ellos tienen las redes.

Ahora, ¿en serio nadie vio que en los barrios y comercios de todos los estratos se lee: se arriende o se vende?  

Nadie se percató que cientos de bienes e inmuebles se convirtieron en un lucro cesante para sus propietarios y que no producen sino gastos. Que las tiendas, las peluquerías, la venta de comida, los negocios familiares, todo cerró.

¿No pudieron ver que la gente se gastó sus ahorros, sus beneficios, sus capitales de toda una vida, intentando sobrevivir? ¿A quién van a cobrarle los nuevos impuestos? Es más, ¿Quién los puede pagar?

Negocios quebrados, deudas y procesos coactivos por alquileres, insolvencias, pactos de pagos incumplidos.

Muchos de los resentidos en las redes dirán bien hecho. Mucho neocomunista sentencia porque los he leído, un sonoro: “se lo merecen”. Es culpa del capitalismo. Del estado fascista, y todas esas mentiras de las que ni siquiera saben el concepto de diccionario.

Se lo merecen, gritaba un energúmeno joven en las calles mientras lanzaba una bomba molotov contra un policía al que no le alcanza el sueldo para vivir. Un vecino de su barrio pobre, uno más que intento por ahí sacarle el cuerpo a esa realidad perversa del país de la felicidad.

Olvidan, quienes piensan así, que, en mi caso, e imagino que a usted también, nadie le ha regalado nada, como a ningún otro de mis conocidos. No heredamos, no ganamos ninguna lotería y no esperamos nada de nadie.

La verdad, más allá de cualquier duda, es que jugamos con las reglas con las que nos tocó jugar. Esas y no otras.

Estudié en un colegio nacional, me pagué mi carrera profesional trabajando y con un crédito del Icetex. Hice cuanto pude por ser muy bueno y salir adelante. Trabajé y me esforcé por tener una oportunidad en un país donde la tienen solo algunos apellidos, que hoy niegan que son delfines.

Aun así, el Estado y ahora los ideólogos de una izquierda que desconozco porque alguna vez trabajé con ella, quieren quitarles a los que ellos dicen defender para dárselo a uno que llaman pobres, con mercados para una sola vez de 100 mil pesos, como los que repartieron al principio de la pandemia para unas pocas familias y de lo que se vanaglorian tanto.

La gran renta básica la llaman. La gran ayuda social.

Claro que molesta que alguien tenga una finca tan grande como un departamento y repita que los más pudientes son los que más tienen que dar. Imaginamos que los primeros en pagar deberían ser los  hijos de este que a los 23 años ya habían cerrado lucrativos negocios por 33 millones de dólares.

Siempre quise conocer una fórmula así. Deberían patentarla y enseñar a otros a seguir esa senda de riqueza.

Pero no, querían volver a darnos por la cabeza, mientras los otros al acecho esperaban el intento para justificar aún más sus mentirosos discursos.

¡Qué lamentable país! ¡Qué suerte miserable la que unos y otros nos desean a quienes alguna vez nos trazamos metas y objetivos!

Un amigo empresario que generaba al menos 85 empleos de calidad, cerró. Incluso con su esposa empeñaron su patrimonio con tal de que esas familias que trabajaban para ellos no se quedaran desamparadas. Qué injusto que unos y otros con sus comportamientos y discursos los traten tan mal.

Pero eso es normal aquí.

Olvidan, las autoridades, que los estratos 4, 5 y 6 subsidian el agua, la luz, la recolección de basuras, en ese estado donde las clases medias pagan más, que los otros estratos por obligación. Un sistema, de alguna manera, solidario. Socialismo del siglo 19.

Así que como dice J Balvin en su documental. “No somos ni neas, ni ricos”. No. Simplemente, una clase media esforzada y humillada a la que quieren acabar.

Olvidan también otra promesa incumplida, y es que los servicios públicos con el encierro en vez de bajar, subieron.

O cómo explicar que en una sola tanda, en el mismo Mayo, llegaron los impuestos prediales, las valorizaciones, comenzaron las declaraciones de renta y por tener un carro, el Soat y la revisión tecnicomecánica así no se hubiera sacado el vehículo en todo ese tiempo.

U otros pagos como el crédito en mora para el colegio de los niños, los excesivos gastos bancarios, la comida que siempre sube, el internet. Es cierto, algunos tienen algo más de comodidad, aun precio tan alto que empeñan sus almas y nos une la esclavitud de un país de gente inescrupulosa que no respeta la ley.

Pagamos impuestos por casas en el aire con deudas por décadas que terminan por pertenecer a los bancos. Somos una sociedad con grandes empresas de abogados especializadas en hacer cobros coactivos para quienes no pueden pagar la valorización que ahora quieren repartir en mercados por una sola vez.

Antes de eso la había cobrado otro y antes otro, a quienes tampoco les importó la suerte de la gente que la tenía que pagar. Todo en virtud del desarrollo.

Con ellos siempre es lo mismo. Hablan muy mal del otro y de los de más allá. Se juran que ellos sí harán lo que otros no hicieron y va uno a ver e hicieron exactamente lo mismo.

Repetimos al pie de la letra las instrucciones de la OMS y los epidemiólogos que asesoraron la pandemia en la toma de decisiones, pero no sabremos, en consecuencia, si se hubiera podido haberlo hecho mejor.

Seguimos siendo no uno sino dos países que se odian y desprecian entre sí. Y resulta hasta chistoso que nos vuelve a unir por un momento un triunfo como el de Egan Bernal en el giro de Italia y otros triunfos a nombre del país, pero se acaba y vuelve el odio de unos con otros.

No es fácil vivir en Colombia, nunca lo fue, pero lo que está pasando con la pandemia, los 500 muertos diarios en promedio por cuenta del virus, los miles de discapacitados por infecciones respiratorias agudas y con problemas complejos como consecuencia del Covid, son una realidad que los de paro y los indignados olvidaron y tendrá un precio muy alto en sus conciencias y en su futuro.

Pero sí hay algo en lo que estamos de acuerdo, sentimos el mismo hastío. Somos una mayoría la que no puede más con este país.

Preguntas sueltas:

¿Por qué no protegieron los sistemas de transporte si sabían que los iban a destruir? ¿Por qué la policía no tuvo una estrategia diferente para evitar lo que sabían se les iba a venir de frente?

Como nunca el oportunismo político ha sido inmisericordia con la situación. Nadie se calló, nadie pensó, todos tienen una idea. Todos tenemos la razón.

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*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.