Unas cuantas columnas atrás uno de mis fieles lectores me compartió un libro muy viejo y muy sabio: El manual de vida de Epícteto, del cual se estima que se dio a conocer en el año 135 después de Cristo. El libro es corto. El comienzo es maravilloso, pues de entrada nos da la fórmula magistral para una vida con tranquilidad y libertad.

Un aporte del pasado para afrontar los actuales y muy difíciles momentos.

Imaginemos que el autor llega a nuestros días y le pudiéramos formular algunas preguntas. Las respuestas salen por supuesto de sus reflexiones, muy adecuadas para estos duros tiempos

 ¿Qué hacer para no agobiarse más de la cuenta con todo lo que está pasando?

“La felicidad y la libertad comienzan con la clara comprensión de un principio: algunas cosas están bajo nuestro control y otras no”.

¿Pero maestro, estamos en la época del control, o del falso control, queremos controlarlo todo, nos controlan?

“Sólo tras haber hecho frente a esta regla fundamental y haber aprendido distinguir entre lo que podemos controlar y lo que no, serán posibles la tranquilidad interior y la eficacia exterior”.

¿Cuáles son las cosas que podemos tener bajo control?

“Bajo control están las opiniones, las aspiraciones, los deseos y las cosas que nos repelen. Estas áreas constituyen con bastante exactitud nuestra preocupación, porque están directamente sujetas a nuestra influencia.  Siempre tenemos la posibilidad de elegir los contenidos y el carácter de nuestra vida interior.”

 ¿Y qué está fuera de nuestro control?

“Hay cosas como el tipo de cuerpo que tenemos, el haber nacido en la riqueza o el tener que hacernos ricos, la forma en que nos ven los demás y nuestra posición en la sociedad. Debemos recordar que estas cosas son externas y por ende no constituyen nuestra preocupación.”

¿Podría ser más concluyente?

“Intentar controlar o cambiar lo que no podemos tiene como único resultado el tormento”.

¿Por qué?

“Las cosas sobre las que tenemos poder están naturalmente a nuestra disposición, libres de toda restricción o impedimento: pero las cosas que nuestro poder no alcanza son debilidades, dependencias o vienen determinadas por el capricho y las acciones de los demás”.

¿Y aun así intentamos controlarlo todo?

“Si pensamos que podemos llevar las riendas de cosas que por naturaleza escapan a nuestro control, o si intentamos adoptar los asuntos de otros como propios, nuestros esfuerzos se verán desbaratados y nos convertiremos en personas frustradas ansiosas y criticonas”.

Ahora bien, a la hora de evaluar cualquier situación, es importante reconocer que no todo es malo, como tampoco todo es completamente bueno, cuando hablamos de los peliagudos y enmarañados procesos sociales desencadenados por esta pandemia.

Más allá de cualquier razonamiento, cuando las cosas no funcionan, trae una consecuencia directa: la sabiduría.

A pesar de las pérdidas económicas y de vidas que nos ha quitado el Covid, la vida sigue y el confinamiento me ha dejado muchas lecciones y oportunidades.

En mi caso, pude desayunar y almorzar durante el último año con mis hijos y con mi esposa todos los días, actividad que no tiene precio.

Pude jugar con ellos, escucharlos, verlos crecer, ayudarlos en sus deberes, reírnos, mirar películas y luego comentarlas.  Me tocó aprender a repartir mejor el tiempo, a ser más disciplinado para que en mi mundo, que es mi casa, las cosas funcionen a pesar de ese centenar de problemas derivados de esta terrible situación.

Para que funcionen las cosas debe haber equilibrio y moderación. Cualquier exceso es malo, pero tener tiempo de calidad con ellos ha sido inexplicable y obligadamente placentero.  Para ellos también ha sido importante.

La pandemia nos puso en un sitio donde las prioridades, el verdadero amor y el verdadero sentido de la vida fueron puestos a prueba obligándolos a darle un nuevo significado a lo verdaderamente importante más allá de lo material.

Con mis 2 primeros hijos no pude hacer ni la mitad de cosas realmente significativas que he hecho con los más pequeños. Siempre estuve fuera de la casa entre 16 y 18 horas y los hijos mayores estaban siempre al cuidado de terceros.

En comparación con los más pequeños que se quedaron en casa estos últimos 12 meses, me di cuenta que no estuve tanto con los grandes, ni con mi mujer como hubiera querido. O mejor, como ellos me hubieran necesitado por estar ocupado en otras cosas siempre menos importantes.

vNos programaron para seguir ese modelo y falso éxito económico y social que realmente nos embruja al punto de creer que es más importante el desarrollo profesional que el familiar. Y ahora, que cumplimos un año encerrados y trabajando desde casa, valoro totalmente esta oportunidad que me ha dado la vida de disfrutar la compañía de mi familia. Como diría el buen Epícteto, hay cosas que no puedo cambiar, pero mejor aún, no quiero cambiar.

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*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.