A diferencia de tantas guerras y las hambrunas del pasado, esta vez cualquier excusa para destruirnos unos a otros no fue necesaria, pues un virus de consecuencias, en principio desconocidas, nos afectó a todos los países por igual.

La paradoja es que resulta ser un virus bastante selectivo, al mismo tiempo. Escoge a sus víctimas y las acaba lenta y traumáticamente y a otras las deja como si nada.

Aún no se sabe el por qué, pero los enfermos, los muertos y las personas afectadas por las secuelas eran capitalistas, comunistas, avaros, ricos, pobres o de clase media.

La famosa gripiña llevó al cura, al ateo, al campesino, al urbanita y también a los marinos, a los soldados y hasta los rebeldes. 

Y, entonces, llevamos 12 meses hablando del COVID-19 y de sus complejas, conflictivas y letales consecuencias.

La alerta de esta caótica situación fue entregada por la Organización mundial de la salud (OMS) el 11 de marzo de 2019.  Es decir, cumplimos un año cuando se le informó a la humanidad sobre la existencia, ya no de casos aislados, sino de una enfermedad mundial ocasionada por un nuevo virus.

Este nuevo mal se propagó casi que a la velocidad de la luz sin importar geografía, clima o idioma. No menos de 120 millones de personas en Estados Unidos, India, Italia, España o Brasil se contagiaron sin importar su credo, color, nacionalidad o registros en la cuenta bancaria.

En la mayoría de las sociedades desarrolladas se sufren ahora las secuelas devastadoras e incapacitantes para quienes lograron sortear con dificultad los síntomas iniciales del mal. Aun, cuando la gran mayoría solo fue transmisor del virus sin una afectación individual real.

En cuestión de 60 días, pasamos de algunos enfermos, en Wuhan China que padecieron una extraña neumonía, a tener en rojo el mapa mundial con una enfermedad multisistémica de la que no sabemos mucho aún.  

Un padecimiento y una tragedia real, como la llamó un amigo médico que ha estado en la primera línea de batalla durante este tiempo.

Precisamente, han sido ellos, los médicos y las enfermeras y los demás trabajadores de la salud, quienes más han sentido el rigor y los nefastos efectos de la pandemia en todos los frentes.

–Andrés, uno aprende que el mundo sigue, que el tiempo no para, pero quienes hemos vivido esto, podemos decir sin temor a equivocarnos que no tiene comparación alguna con nada más.

Sus palabras podrían ser exageradas, pero, como lo conozco desde que éramos niños, puedo intuir que son el producto de ver impotente el dolor en estado puro.

Y lo comprendo, créanme, tanto dolor ajeno termina a uno por abrumarlo. A mí me pasó con los secuestrados, con las víctimas del conflicto, con los guerrilleros desmovilizados, con los políticos corruptos, con la alta sociedad capitalina, a tal punto en que ese dolor se vuelve parte de uno mismo.

Este amigo me llamó la semana pasada y hacía años que no hablábamos. Lo primero que hizo al saludar fue repetir de memoria la dirección de la casa en la que yo vivía de niño y a donde él fue a jugar y a estudiar. Se acordaba, incluso, de mi número de teléfono cuando teníamos 12 años.

Él siempre fue un tipo de carácter y un emprendedor con una memoria ejercitada para recordar incluso datos inútiles.

Pero en este caso, su prodigiosa memoria, detalla casos terribles como el de una enfermera que pudo lactar durante los primeros 3 meses a su bebé, antes de contagiarse del Covid y morir dejándolo huérfano.

O el señor con cuyo trabajo soportaba a su familia y que a su muerte se quedó sola y sin recursos. Y así siguió con un caso peor y más triste que el anterior.

Escuchar su relato fue increíble, y sentí que estaba con uno de esos protagonistas anónimos de una película interminable y cruel.

Él es uno de mis muchos amigos que le han hecho frente a esta emergencia. Miles como él, han tenido que sacrificarlo todo en aras del beneficio de otros que seguramente jamás sabrán si quiera quien los ayudó.

Su posición en esta guerra médica por arrancarle de la muerte a miles de pacientes enfermos y con pronóstico reservado, ha sido para él un privilegio que le regala enormes satisfacciones al igual que enormes pesares y tristezas.

Qué labor tan incansable y sufrida para evitar lo que ya es un número desgarrador: 75 mil compatriotas han muerto, y con ellos una parte del corazón de igual número de familias. 

Una cifra que se lee rápido. Y que no dice mucho si uno de los míos no está en esos registros.

Sobre este tema hice algunos recuentos y releí las columnas que publiqué sobre el tema y en el que paso a paso describo lo que fue sintiendo el ciudadano común. (Lo invito a que lo haga)

No sé a usted, pero a mí me parece que fue ayer. ¿A qué hora se pasaron 12 meses?, me pregunto.  No obstante, y más allá de esa equivocada percepción del paso del tiempo, este ha sido realmente un año largo, complejo y lleno de información muy negativa.

También pienso, en medio de semejante problema, que no es lo suficientemente claro en qué momento tantas cosas cambiaron.

El desempleo creció a una cifra muy desalentadora y complicada de administrar para cualquier gobierno, los gremios de la producción y el ciudadano común.

Me da risa escuchar las utopías socialistas de muchos que en el fondo esconden el afán por aumentar el poder adquisitivo, lo cual no se logra pensando en inaplicables y fracasadas fórmulas comunistas.

La alarmante cifra de gente desocupada que no gana nada se ubica casi en un 23 por ciento. Eso quiere decir, sin alarmismo ninguno, que al menos 7 de cada 10 colombianos no tienen un empleo formal, y que los recursos para la manutención de una buena parte de la población colombiana no se producen aquí, sino que vienen de afuera.

Pero si las remesas bajaron y el consumo de los hogares también en todos los frentes y rubros, pagando eso sí más por el agua, la luz, los servicios en general y la comida, que se incrementaron por cuenta de las cuarentenas, los encierros y el aislamiento social, ¿entonces de dónde provienen esos verdes que la soportan?

Nos queda, entonces, en la ecuación el recurso proveniente del narcotráfico y todo lo ilícito de la cadena, que es grandísima, y corrompe lo que se le ponga a su paso: las autoridades, los políticos, los jueces, las cárceles, la sociedad y la familia.

Todo esto, en plata blanca, quiere decir que estamos ad portas del comienzo de una revuelta social que no van a poder controlar las autoridades y que ya tuvo sus ensayos en noviembre antes de la pandemia y contra los cai de Policía, después, por la muerte de un ciudadano a manos de dos uniformados en lo que la mayoría consideró un exceso de autoridad.

Este tóxico y nocivo ambiente, tan malsano para los niños que son los que más han sufrido esta pandemia, se está atizando desde las redes sociales, con opiniones siempre calificadas de los mismos y sus tergiversaciones llenas de dogmatismos y fanatismos propios de la propaganda, usada sin discriminación alguna, por unos y otros.

La mentira y esa suficiencia moral del colombiano promedio que no cumple las normas, pero se jacta de que el sí y los demás no, nos tienen en una posición complicada.

Ahora están vacunando, solo algunos muy pocos, pero seguro habrá una vacuna por humano antes de finalizar el año con lo cual estaremos ante el récord humano más impresionante de todos, inmunizar contra el virus a buena parte de la población con una protección real contra el virus.

Lo cual deberíamos aplaudir de pie.

….. y así comienza el segundo año de Pandemia, a casi todos nos dio…

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