El ascenso y final de la primera y hasta ahora única administración de Donald Trump ha generado todo tipo de noticias desde su elección en 2016.

A él le han cuestionado lo divino y lo humano; y han sido noticia los controversiales desarrollos violentos e impensables en los que está envuelto el país más poderoso del planeta. Todo esto tiene en común un mismo patrón: la desinformación.

No sobra recordar que el saliente y polémico presidente era íntimo allegado y amigo de los medios de comunicación, y que durante 30 años fue un tipo admirado, divorcio que se dio cuando Trump se instaló en el poder.

Desde ese momento, Trump, se entregó por completo a librar una pelea sin cuartel y sin tregua alguna, usando esa peligrosa herramienta de propaganda política disfrazada de periodismo.

Mientras tanto, esos medios que le dieron prestigio y visibilizaron sus gestas, quiebras, e infidelidades, ahora se dan golpes de pecho. Increíblemente, los Simpson predijeron con acierto este pedazo de la historia.

Trump y los grandes medios rompieron cobijas desde el momento en que decidió lanzarse, ganar la Convención Republicana contra todo pronóstico y luego hacerse con el triunfo que nadie creía.

Pero desde ese momento la prensa, y la falsa prensa vestida con ropajes parecidos y armados de poderosos algoritmos, se trenzaron en una batalla que tiene a unos creyendo que están ganando una guerra que apenas comienza.

Es normal que los medios resulten muy incómodos para cualquier gobierno. Eso siempre ha pasado. Pero lograr que buena parte de la gente se entere por sus propios canales y no por las agendas de los medios, es algo que cambió la manera de entender las cosas.

Por eso el periodismo desde siempre ha sido una herramienta poderosa. No en vano es considerado el cuarto poder.    

En últimas, la prensa lo elevó y convirtió a Trump en un icono. Un signo del poder. Y cuando eres multimillonario y luego presidente, que se traduce en ser el hombre más poderoso del planeta, ya no quieres controles, ni nadie que te diga cómo tienes que hacer las cosas.

De él han escrito, según un periodista de El País de España, más de 160 libros, sumados unas 32 mil hojas. Releyendo uno de los libros que Trump escribió, porque tiene al menos 4 best sellers, titulado: ‘Nunca tires la Toalla’, es difícil de creer, como lo aseguran esos medios que lo odian, que está derrotado o en la lona como lo interpretan.  

Es verdad que Biden ganó con una votación histórica, pero la de Trump no es para nada despreciable. 74 millones de personas votaron por él. Algo así como la población sumada de Colombia, Ecuador y, Perú. 74 millones de personas que anhelaban las mismas cosas que Trump les prometió.

La democracia es imperfecta, básicamente, porque nunca será una suma de uno más uno.

Es obvio que el resultado se dirime con las matemáticas, pero no se puede entender tan sencillamente como que el primero ganó con el 51 y el otro perdió con 49. O que con ese resultado se termina la cosa y ya. No.

Algo parecido nos pasó acá con el plebiscito por la paz. Pudo ganar el No, pero la mitad quería otra cosa. En ese momento la sociedad quedó completamente polarizada como hasta hoy, e incapaz de hallar consensos, limar asperezas o trabajar en un solo sentido.

Encontramos en los medios, en consecuencia, la más variada oferta de información acompañada de una gran levedad en su contenido.

Información que, sin siquiera ser verificada, puede llegar a convertirse en una tendencia mundial. Y una mentira repetida mil veces, tiende a convertirse en una verdad.

Así que, en minutos, en las redes sociales, miles estarán dispuestos a opinar, imitar y a compartir detalles. La noticia puede incluso llegar a abrir la primera página de los periódicos en todo el mundo.

Algunos responderán que la frivolidad hace parte de la farándula y de las redes y sus gustos. Pero otros irán más allá y justificarán excentricidades, banalidades y mentiras como insumos de un próspero negocio.

¿Pero, qué venden, me pregunto? Si no es información, ¿qué se vende?  La respuesta es sencilla y no es otra: desinformación.

Llama la atención como la audiencia interactúa en tiempo real y se adueña de esos contenidos para abandonarlos rápidamente por otros igualmente frívolos, lejanos e inocuos.

Y de tanto en tanto, algunos comentarios resultan más interesantes que las noticias que le dieron origen. Por ejemplo, esas cuentas de Twitter que denuncian o increpan noticias falsas.

Nunca fue tan fácil llegar a millones de personas al mismo tiempo. Eso sumado a una buena estrategia de manipulación garantiza incluso que, como hoy sucede, la verdad no sea la verdad sino la que se imaginan o sugieren.

Pocos caracteres, nunca fueron tan letales. Aunque la propaganda Nazi que convirtió a todos en zombis, era una contundente muestra del peligro.

Desconocerlo puede ser peligroso para la sociedad. Pues nada más acertado que aquello que reza: cuando nada extraña, nada sorprende.

Desinformación que satura al ciudadano hasta doblegarlo. Como cuando se está empalagado por exceso de dulce. Un hastío tal, que ni un buen vaso de agua puede quitar el desagradable hostigamiento.

Por supuesto, todo lo que aparentemente no tiene un costo se termina pagando de alguna manera, como, por ejemplo, con el alto costo de la desinformación.

Y con este nuevo nivel de desinformación, la humanidad escala un peldaño más.

La pregunta es, ¿a dónde va a llegar esta escalera?

La respuesta que se hace evidente, no es otra: tiene una primera parada en el piso de la anarquía.  Y luego de ella en el totalitarismo nacionalista. Esto en medio de un encierro global, la parálisis del mercado y el miedo.

Somos espectadores de un momento en el que, como les pasó a los alemanes que no eran nazis, o a los de la Europa oriental que no eran comunistas; hace casi un siglo, les tocó padecer décadas de miserables padecimientos.

Dios nos guarde.

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*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.