He leído en esta cuarentena una cantidad de libros que coinciden que la realidad no existe, sino que se trata de una interpretación que hace nuestro cerebro de las cosas. Y que eso que pensamos e interpretamos de manera individual lo llamamos realidad.

Ello podría explicar por qué en un evento, al parecer igual para todos, esa realidad se vuelve en algo tan distinto según quien narre el evento.

Algo que le pasa a Colombia desde hace mucho tiempo con la paz, la corrupción, el desarraigo, la violencia, el civismo, los derechos, los deberes, y porqué no decirlo, el manejo y comportamiento frente a esta horrible pandemia que nos dejó a muchos al borde de un ataque de nervios.

Un ejemplo de aquello de que la realidad es percepción y nunca lo deberíamos olvidar, es que aquellos que participaron en el holocausto judío, es decir miles de torturadores y victimarios del partido Nazi, que antes de nazis eran gente normal que jamás pensó ‘fumigar’ con gases habitaciones llenas de ancianos mujeres y niños, no vieron ningún problema en hacer lo que hicieron.

A ellos no les parecía mal, está claro. Cumplían órdenes. Ni siquiera luego del fin de la guerra y los juicios a los que fueron llevados como genocidas y perpetradores de delitos atroces.

Desde los griegos se sabe, en consecuencia, que las únicas formas de apaciguar la maldad humana están concentradas en dos ciencias humanas: la política y la justicia.

Cuando en un lugar no funciona ni la una, ni la otra o ninguna de las dos, las sociedades pierden un equilibrio natural que impide su adecuado funcionamiento.

Para zanjar cualquier diferencia, existe la política. Para aglutinar cualquiera sea la visión y traducirlas en maneras de hacer que permitan a la sociedad prosperar.

La política en consecuencia no es más ni menos que llegar a consensos e intentar que el otro pueda entender su posición. Si no la entiende para eso están las mayorías que, si así lo quieren, deberán someter a su decisión a los demás que no están de acuerdo.

Y aunque las minorías pueden quejarse, tendrán que convencer con argumentos a las mayorías que sus intereses no los afectarán y que se puede vivir igual o mejor al sumar los de ellos.

Poco a poco esas luchas sociales han dado sus frutos, a pesar de que el camino haya sido espinoso y traumático. Como dicen el viejo y sabio adagio: Roma no se construyó en un día ni lo demás tampoco.

También olvidamos que la humanidad se demoró 18 siglos en aceptar los derechos civiles que ahora algunos pretenden desconocer en actos de tiranía.

La política sirve para que entre todos podamos llegar a consensos a pesar de las diferencias. Para que la vida se pueda llevar en sana convivencia y no en una eterna discusión.

Pero nada de eso nos pasa en Colombia. Normalmente los dirigentes de turno, cambian su percepción de la realidad que los llevó al poder.

Y, luego de pocos meses, ven una cosa y las personas otras. Una construcción de la realidad que no es la misma, aun cuando ciudadanos y administración creen estar viendo lo mismo.

Una de las cosas que poco a poco se aprenden con el paso de los días es a cambiar de perspectiva. Pero una cosa es eso y otra muy distinta que te impongan la de ellos a la fuerza desconociendo el pasado y el presente.

Esta bien, el cambio es imprescindible para el crecimiento humano aunque es imposible que las cosas puedan o si quiera funcionen y mucho menos mejorar si no es posible cambiar de perspectiva.

Las víctimas del conflicto me enseñaron que la única forma de entender al otro es ponerse en su lugar.

Ellas en medio del dolor por sus seres queridos secuestrados en su momento, clamaban por una salida negociada que terminara con su sufrimiento y no la política de sangre, fuego y tierra arrasada.

Realmente, no es fácil perdonar al que te ha hecho daño, pero en muchas ocasiones es importante entender el o los porqués que llevaron a esas personas a infligir ese dolor que tanto cuesta disculpar.

Mucha gente dice que prefieren olvidar. Otros en cambio, esperan la verdad. Por eso todos repiten y repiten y repiten que quieren la verdad, pero cuando esta aparece no la creen o no les gusta o no es lo que sus cerebros habían inconscientemente codificado.

Desde una infidelidad que finalmente es un engaño hasta más graves cosas, solo se pueden perdonar si tienes esa información que por lo general permanece oculta.

Imaginemos, una pareja que luego de un tiempo entra en la monotonía sin un cambio de perspectiva que pueda darle un nuevo impulso a su situación, la consecuencia lógica será la ruptura.

O un técnico de fútbol debe hacer lo mismo cuando se da cuenta pocos minutos antes de finalizar un partido, que de no cambiar lo que estaba planeado será imposible generar nuevas opciones que modifiquen el rumbo hacia la derrota.

El país requiere de una nueva perspectiva.

Una más amplia que permita comenzar a cambiar lo hasta ahora conocido. En muchas otras columnas hemos puesto especial énfasis en el problema que trae consigo la palabra cambio.

El cambio es una modificación, nunca es lo mismo ni más de lo mismo o algo igual.

No tenemos el control de las cosas. Y mucho menos de lo que nos rodea, del mundo, de las tragedias o en general de la vida.

Actuar sin considerar todas las variables no es sano. Excusarse en el interés general para poner en cintura a unos pocos, aduciendo ideales nobles, pero detrás sólo un egoísta instinto que busca popularidad no es un cambio de perspectiva sino más de lo mismo.

La invitación que debe dejar esta Navidad tan diferente a otras es que llegue el momento, obligados, de cambiar de lugar para tener otra perspectiva de las cosas. Seguir en lo mismo será para ver un colapso de nuestra sociedad como no la habíamos conocido aun.

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*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.