Sus fanáticos inventaron odas y canciones para recordar las hazañas épicas de un ‘héroe’. Así, se hizo un ícono cultural asociado al deporte de este ‘gato’ que tuvo 7 vidas.

Reconozco que jamás comprendí bien el porqué de la adoración del pueblo argentino a Maradona, al que erróneamente creía de barro. Ahora entiendo más su dolor y su amor por él.  

No era Supermán, era Maradona: el que se los pasaba a todos, el que metía goles hasta con la mano, el que jugaba sin cansarse, el que le pegaba al ángulo, el que hacía chilenas y rabonas, ese que la colocaba con tres dedos donde ni el mejor arquero puede llegar.

El que se enfrentó a la FIFA, defendió a los jugadores, peleó por los pequeños e hizo grande a su nación. Él recorrió el camino que otros ni siquiera imaginaron que existía.

¿Por qué el mundo del fútbol se rindió a sus pies? ¿Por qué nuevos y viejos jugadores no se ahorraron elogios ni palabras grandilocuentes que describieran el cariño, el respeto, la admiración y la fuente de inspiración que era?

La respuesta comienza hace más o menos 44 años, en 1977, cuando hasta en el último rincón de la Argentina su apellido se comenzaba a repetir como una jaculatoria.

Un año antes, en el 76, es decir cuando recién cumplía los 15 años, ya había sacado a su familia de la miseria. Casi que, desde ese momento, parte de su país lo veía como un ejemplo a seguir.

Cuando lo entrevistaron en los medios de esa época, los periodistas lo presentaban así: Ustedes ya lo conocen. No necesita presentación, todos saben quién es: es el crack Diego Armando Maradona. Para entonces, tenía 16 años.

Una presentación que podría calzar a la medida del impacto por su fallecimiento y como lo definió una de sus admiradores: “Él es el argentino que se equivoca y se levanta una y otra vez, para quien su familia, amigos y patria lo es todo en la vida”.

Su nombre desde entonces se coreaba entre multitudes. Y entre más y más lo amaban, más esa idolatría se le convertía a Maradona en su razón de existir. En su verdadera pasión y gasolina. Diego se propuso agradar y divertir. No tenía que esforzarse mucho para ello, era un don natural.

Jugó en el fútbol profesional a los 15 años y debutó en la selección de mayores a los 17. Fue campeón del mundo Sub 20 con Argentina a los 19 en 1979, el segundo gran trofeo que alcanzaba ese país. Campeón en 1986 con 26 años y el mejor jugador del mundo. Llegaron los triunfos deportivos, pero también las derrotas personales.

La necesidad de los argentinos por Maradona era igual a la de Maradona por los argentinos. Se fueron fusionando. Eran uno solo.

Eso podría explicar que llegaran 9 ambulancias a su casa, cuando el sistema de salud puso en alerta la necesidad de servicio médico para Maradona.  O que el médico que lo trató esté siendo investigado por presunto homicidio.

Diego Armando era el embajador de sus costumbres y de su gente. Además de futbolista, actor y presentador de un show de su propia vida; era cantante, compositor, inspirador, motivador y capitán de su selección dentro y fuera del campo.

Hizo política para otros y por eso fue tan cuestionado como animado a decir lo que pensaba. Fue entrenador y también un gran, gran bailarín.

Maradona se convirtió en el modelo a seguir y en el icono que le daba sentido aún naciente orgullo por ser argentino. A tal punto, que ese orgullo y suficiencia, los representó y representa, tanto que algunos piensan que su cara debe ir en el escudo nacional.

Desde cuando ganó con su selección el primer mundial juvenil Sub 20, él ya no era Diego, era el Diego de todos. Así eran las cosas en su vida. En el 86 al alzar la copa era casi una deidad.

Un día lo llamó su papá, porque se enteró que se casaba. No tuvo más remedio que salir a desmentir esa noticia que no era verdad, porque comenzaron a llegarle regalos y mensajes por su boda.

En vida y luego de muerto, su existencia de verdad polémica y exitosa, genera controversia y furor.

Alguna vez, en la cancha antes de jugar un partido, lugar por excelencia donde solo se habla de fútbol, los periodistas le preguntaron qué tanto lo afectaba el conflicto de las Malvinas. Así fue siempre.

Desde ese entonces, las marcas, expertas en ver oportunidades y negocios, vieron en esa promesa una mina de dinero, y no se equivocaron. Hoy le dirían influenciador.

Dos datos: su sonrisa no dudó en comprarla Coca-Cola que vendió galones y galones con su cara.

En las tradicionales y súper globalizadas hamburguesas McDonald ‘s, durante dos semanas regalaron su foto autografiada.

Si se resfriaba y se quedaba en cama y no se calzaba los guayos ese día, el rumor se regaba a la velocidad de la luz en al menos dos continentes. Si, por alguna otra razón, no se ponía los cortos y no se presentaba a entrenar, decían que estaba deprimido.

Todos querían una foto suya. Por eso no es raro que cualquiera buscara retratarse con el cuerpo sin vida de Maradona.

Al menos un millón de personas despidieron su féretro en una especie de funerales de Estado.

Se puede decir que no tuvo vida sino fama. Idolatría a donde fue. Sin vida privada, pero con excesos.  

Puede, acaso, un drogadicto, mujeriego, alcohólico, engreído y adulto obeso, que nació en la miseria, aunque vivió buena parte en la opulencia, el desafuero y la idolatría, ¿ser el referente de un país? Sí.

Porque incluso todo eso aumentó el esplendor de su leyenda. Y nada de eso pudo manchar su legado. Ojalá no hubiera sucedido como él mismo lo decía, pero incluso eso lo puso a la altura de todos los humanos.

Diego nunca negó sus adicciones. Siempre habló con sinceridad sobre los oscuros caminos que había recorrido para que los jóvenes nunca se acercaran a los lugares que él visitó.

Alguna vez escuché que si no puedes compartir ni entender al otro, simplemente no lo juzgues. Y lo primero que deberíamos hacer para entender a Maradona es no juzgarlo. Lo que pienses sobre sus defectos y pecados es irrelevante.

Es más, para el pueblo argentino no existen, no existieron y no les importan.  Y mucho menos para el fútbol y su industria.

Conoció de cerca el fracaso, la derrota y el triunfo. Beso el barro una y otra vez. Logró llegar a la cumbre, entendió lo bueno y lo malo que cualquier humano pueda encontrar durante el duro camino de la vida.

Lo más importante es que subió al pico de la montaña y bajo para enseñarle a otros a subir sin los errores que pudo cometer en tan difícil empresa.

En palabras de moda se murió un verdadero disruptor, un verdadero revolucionario. Estoy de acuerdo con aquellos que le aman y también con los que lo odian. Por eso él era Maradona.

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*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.