Encuentro que la agresividad y la falta de tolerancia hasta para lo más elemental es parte de nuestro ADN, de lo que somos como pueblo.

Una novela reciente titulada: ‘Nuestra vida son los ríos’, da pistas del por qué en nuestro pasado. El libro es una biografía novelada de la vida de esa heroína llamada Manuelita Sáenz.

Sus páginas nos recuerdan la manera cómo las castas dominantes en todos los países de esa Latinoamérica que liberó Bolívar del yugo español, eran iguales y más opresoras que los mismos opresores.

Me gustó, sobre todo, la forma descarnada y sincera como cuenta que la sociedad de la Nueva Granada odiaba al libertador Bolívar y por qué. 

Manuelita Sáenz, conocida como la libertadora del libertador, era una fanática del hombre de manera irracional, como lo son hoy Uribistas, Santistas, Petristas, los miembros de las Farc, o los que se juran independientes. Ella, Manuelita, es sin duda la madre de los fundamentalistas criollos.

Desde entonces, tenemos el gen del activismo con causa o sin ella, y un nivel extraño de falsa superioridad moral descarada y mentirosa, como la de esa Nueva Granada de dónde venimos.

Razón tiene el evangelio cuando cuenta de Jesús enfrentando a una turba pedante, iracunda y moralista. Cuando al defender a la prostituta dice: “El que esté libre de pecado que tire la primera piedra”.

Pero volviendo a Bolívar, este libro de la vida de Manuelita y su tristísimo final, cuenta además que lo odiaban, básicamente, porque nos había liberado.

Debido a ello su lánguido final, que se parece al de muchos de esos héroes a los que solo el paso del tiempo los puso en su sitio.

Nadie recuerda, por ejemplo, que el libertador pensaba que la democracia no era una buena opción para nosotros debido a nuestra idiosincrasia y manera de ser.

Luego de la apasionante lectura del libro, se concluye que esa clase social privilegiada, a la que no le importaba estar dominada por los españoles siempre y cuando mantuvieran sus privilegios, se adueñó hasta del último rincón de estas sufridas tierras.

Esta novela revela también que nunca hubo emancipación sino una suplantación del poder. Es decir, se lo quedaron los mismos que estaban asociados a los españoles, disfrazados de revolucionarios.  

No hemos sido libres. Por eso nuestra desigualdad y rabia. Nuestra ignorancia y violencia en todas las formas.

Además, queda también muy claro que ese desprecio a Bolívar, para su inmenso e inflado ego era inaceptable para él. Fue incapaz de aceptar que los nuestros no lo querían.

Eso quiere decir que unos privilegiados han jugado, incluso antes del principio de la República, en un solo bando: en el de ellos.

Son los únicos que siempre ganan vendiendo sus conciencias sin importarles nada desde hace más de 200 años con tal de seguir teniendo el control.

Por eso nuestra intemperancia social, la ira y la necesidad de vomitar la insatisfacción como una manera de ser.

Ahora volvamos al presente. Santos reconoce en su libro que se equivocó de cabo a rabo al proponer un referendo para votar por la refrendación de los acuerdos.

Esos acuerdos y la firma del proceso de paz quedarían manchados para siempre por esa decisión de someterlos a un innecesario mecanismo que fue manipulado por unos y por otros igual.

Con ese resultado quedamos divididos en dos Colombias, peleadas, divorciadas y con la imposibilidad de tener siquiera una buena relación.

A pesar de que vote por el Sí y lo volvería hacer con tal de que se acabaran las Farc y los fenómenos de violencia asociados a su existencia, vaticinamos lo que ha sido esta locura 4 años después.

El problema de fondo es que somos un país violento y el sufrimiento nos ha dejado la piel como la del cocodrilo. Siempre buscando culpables para justificar nuestras miserias. Desde Bolívar.  

Otro país con lo que ha pasado, habría cambiado ya.

Surge entonces una pregunta, si pudo Íngrid Betancourt, a la que amarraron con una cadena a un árbol durante 7 años, entender la dimensión de desarmar a las Farc para un futuro mejor, ¿por qué todos los demás no podemos hacer ese esfuerzo?

Es un tema de subsistencia. De supervivencia. De mejorar el caótico país que desde siempre hemos tenido.

Por el contrario, cada vez más personas comienzan a tomar una conciencia política diferente, con la que parece imposible mirar en perspectiva.

Parece que nadie piensa en el futuro de los más pequeños, esos millones de niños que quieren al país, pero aún no le conocen su verdadero rostro.

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*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.