“Aunque la madre mala sea, madre es. Pero papá, no importa. Ese puede ser cualquiera”, le escuché desde siempre decir a muchas personas.  Hoy pienso que estaban equivocadas por completo.

El papá siempre, siempre, fue importante. Menos en Colombia. Y es tan importante que, hasta el hombre más importante de la historia, Jesús, tuvo uno: José.

Como muchas otras cosas, en ‘locombia’, el país de la vida al revés, esta celebración podría servirnos para entender de dónde viene nuestro particular comportamiento social.

Repetimos hasta el cansancio que la ley se hizo para violarla, al punto que tenemos casi que 10 leyes por habitante, pero no se cumplen.

Obvio, que se van a cumplir si la primera y más difícil de ellas, que es ser buen papá en la gran mayoría de los casos no se cumple.

Una celebración del día del padre, comercial o no, debería ser un tema de profunda reflexión. Colombia tiene una gran mayoría de personas huérfanas de papá. O porque no lo conocieron, o porque fue malo con ellos o porque se lo mataron.  Violencia, violencia y más violencia.

Por eso este es un país que siempre añora a un papá que le diga qué y cómo hacer las cosas. Cuando no hay o el que hay lo hace mal, arrancan los problemas. Repetidos de una generación a otra.

Si no es un odio visceral, por lo malo que fue, por lo equivocado y por lo cara dura, pues otro común denominador muy nacional es que muchos olvidan que estropearon para siempre la niñez de sus hijos, y es como si no les importará; el contraste son esos padres obsesivos con el presente y el futuro de sus hijos y a la postre resultan peor que no tenerlo.

Mi padre para mí fue muy importante. Agradezco su dedicación y esfuerzo. No era perfecto, no lo podía ser. No hay seres perfectos. Pero ahora y tras su muerte lo entiendo, y comprendo su amor.

Gracias a él aprendí un montón de cosas que me permitieron sobrevivir.  Me enseñó y me inculcó tanto que no tengo cómo agradecerle.

Genuinamente me duele la indiferencia de muchos por esos padres que ya viejos esperan un olvido por lo que se les perdonó.

Y como tengo hijos,  veo a muchos que no pueden, o no quieren ser padres de sus hijos.

La verdad es que sin la cultura del buen padre es imposible que el país cambie. No puede. Es el padre el que enseña a valorar, a agradecer , a cuidar, a querer, a respetar.

Son ellos los que enseñan el camino que muchos tuercen a pesar del buen ejemplo.

Si quiero que mis hijos me amen, tengo que amarlos.  Y amarlos pasa por una completa lista de acciones muy puntuales, que pueden incluso hacerse equivocadamente, pero aun así será su intención, que finalmente mueve todo.

Entendiendo el concepto de amor real no el materialista. El amor se ve en situaciones incluso muy muy pequeñas como un abrazo y un acompañamiento en el momento justo.

Por eso lo que decía, hacía o pensaba mi padre lo recuerdo. Un amigo me dijo al teléfono: ya estoy hablando como mi papá- ¿Será que todos terminan hablando como el papá?

No sé, pero así no lo hubiera conocido, todas las personas tienen mucho de ellos.  Es impresionante.

Me acuerdo que una vez me el mío me dijo: Hablarle a usted es como hablarle a una pared.

Terco, pensaba que él estaba equivocado. Pero el tiempo, los hechos y los sucesos le dieron la razón a él. Siempre la tenía. Siempre la tuvo.

No quiero convencer a nadie. El tema es que la gran mayoría de personas que he conocido tuvieron problemas con sus padres o la ausencia de ellos y eso deriva en frustraciones por esa orfandad.

Ser padre es lo más excepcional y lo más importante que un humano cualquiera pueda hacer a lo largo de su vida. Y ese papel será  la marca indeleble de los hijos reflejada en su comportamiento.

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