“No todo puede seguir a las patadas, así las conferencias de prensa se organicen en caballerizas”, advierte Gil en su escrito, y recuerda que ante la insistencia de los periodistas lo que se presenció fue “un despliegue de regaños” del senador Álvaro Uribe, y subraya que por parte de los comunicadores que fueron a la cita no se escuchó “ni una contrapregunta […]. La conducta del congresista habla tan mal de él como de los medios presentes”.

“¿Por qué aceptan los medios, guardianes de la democracia, reglas contraproducentes para ella?”, pregunta Gil, y, al aceptar que no todos “están hechos de arena del mismo costal”, establece una categorización de cómo se comportaron varios en el caso de a ‘rueda de prensa’ con Uribe: “W Radio no trasmitió […]; RCN Radio, solo apartes. Otros se encadenaron como si se tratara de una alocución presidencial”.

“La prensa, la radio y la televisión nos deben una explicación del criterio editorial que utilizarán para cubrir al expresidente. No todo puede seguir a las patadas, así las conferencias de prensa se organicen en caballerizas”, insiste.

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Al análisis de la relación entre Uribe y los medios también se suma Cecilia Orozco Tascón en su columna de El Espectador. Para ella, el jefe del Centro Democrático, en su “desesperada defensa pública” frente a las acusaciones de la Corte Suprema de Justicia sobre soborno de testigos y fraude procesal “ha puesto a la prensa, a sus reporteros, directivos y analistas en una situación similar a la que vivió el periodismo colombiano —con muchos saldos en rojo— durante el tormentoso ‘Proceso 8.000”’de mediados de los 90”.

Como se recordará, ese era el número del expediente por la investigación que se abrió contra el entonces presidente Ernesto Samper por ingreso de dineros del narcotráfico a su campaña.

Pero, Orozco Tascón encuentra un cambio fundamental entre esa época y la actualidad: “Mientras el procesado [Uribe] desacredita a sus jueces ante unos corresponsales que le tienen mucho miedo, la agrupación de periodistas que se destacó por su capacidad gregaria de investigar, escudriñar, encontrar y también filtrar datos que consideraba que la sociedad debía conocer, ahora hace causa común con el encartado sin exhibir argumentos objetivos para tomar esa posición netamente emocional y, tal vez, interesada. Y lo más asombroso: censura a los colegas que cumplen su deber, el que se cumplió, pese a sus excesos, en el 95: revelar lo que el poder quiere callar”.

En la víspera, la también columnista de El Espectador Beatriz Vanegas Athías pintó críticamente lo que fue la reunión de Uribe con los periodistas: “Allí, de pie como el guerrero que es. En Llano Grande, una de las residencias del expresidente. Situados en lo que parece ser un establo, un numeroso grupo de periodistas obedece al senador de marras por intermedio de sus jefes en los medios de comunicación en los que trabajan y corren dizque a hacer una rueda de prensa”.

Y recuerda las normas básicas que reglan este tipo de comparecencias: “Uno creería que una rueda de prensa comienza con algunas palabras del protagonista, quien anuncia aquello que quería difundir, y luego se procede a un espacio de preguntas por parte de los periodistas. Pero no, aquí asistimos a un monólogo de la prepotencia en donde el senador […] advierte que todo sea con orden y que miren que este no es un comunicado largo como los que acostumbra a hacer, que agradezcan la oportunidad”.

Vanegas Athías también cita al periodista y escritor Alberto Salcedo Ramos, para quien “este suceso vergonzoso para el ejercicio del periodismo” es “una falta del respeto con el periodismo designar reporteros para que vayan a oír el monólogo de un marrullero que no va a responder sino a autopreguntarse, porque lo suyo no es la interlocución sino el monólogo”.