
Este miércoles Colombia, después de suscribir un memorando de entendimiento, ingresa formalmente a la Ruta de la Seda, estrategia comercial de China con la que ese gigante asiático busca incrementar su influencia en el mundo, siguiendo un curso de colisión que se ha advertido desde hace ya varias décadas con otro coloso, Estados Unidos.
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La decisión del presidente Gustavo Petro se materializó justo cuando se dio una primera tregua en la guerra comercial que la potencia occidental le declarara a su contraparte oriental. Por 90 días, los aranceles de Estados Unidos a China bajarán del 145 % al 30 %, y los de China a Estados Unidos lo harán del 125 % al 10 %. Con eso, el mundo recobró el aliento, pero los dos elefantes continúan amenazándose y, como afirma el proverbio africano, si chocan, las hormigas son las que pueden resultar más afectadas.
Ya uno de estos dos paquidermos, Estados Unidos, ha dado señales de dominancia ante la posibilidad de que el otro se aproxime a su esfera de influjo. En febrero pasado, y luego de la advertencia del presidente Donald Trump de recuperar el canal de Panamá, por “las buenas o por las malas”, para contrarrestar “la influencia de China” sobre este paso estratégico para el comercio marítimo internacional, el gobierno del país centroamericano informó que “no renovará” el memorando de entendimiento sobre la Ruta de la Seda, que tenía firmado con China desde 2017.
Gustavo Petro mete a Colombia en la Ruta de la Seda
Aunque la amenaza de Estados Unidos a Panamá podría ser una reacción tardía —esta segunda versión de la Ruta de la Seda fue creada por el presidente chino Xi Jinping en 2013 como un proyecto estratégico de gran escala que busca fortalecer la conectividad y los vínculos comerciales y de inversiones de China con naciones de Europa, Medio Oriente, Asia, África y Latinoamérica, a la cual se han sumado más de 140 países, incluidos 20 de América Latina— las embestidas de Trump a quienes se alineen con los chinos aún pueden resultar gravosas.
Poco después de que se conociera la intención del presidente Petro, el enviado especial del Departamento de Estados Unidos para América Latina, Mauricio Claver Carone, y el encargado de negocios de la embajada norteamericana, John McNamara, fueron más que amenazantes: si Colombia quiere abrazar a China será una gran oportunidad para las flores ecuatorianas y el café de Centroamérica. El desafío fue claro.




Pese a eso, el presidente Petro, durante su visita oficial a la República Popular China, sostuvo: “Vamos a firmar la adhesión a la Ruta de la Seda. Tanto América Latina como Colombia somos libres, soberanos, independientes, y las relaciones que establecemos con cualquier pueblo del mundo deben darse en condiciones de libertad e igualdad”. Con todo, los principales gremios en Colombia se manifestaron en contrario pues ven con recelo el ingreso del país a esa ruta. Consideran que el único beneficiado es el gigante asiático al conseguir su objetivo: vender sus productos en todo el mundo.
De hecho, es más lo que Colombia le compra a China que lo que le vende. En 2024, de todas las exportaciones nacionales, solo el 4,8 % fueron hacia el país asiático, mientras que hacia Estados Unidos representaron el 28,9 %. Según Bruce Mac Master, presidente de la Andi, en declaraciones a Caracol Radio, Colombia exporta 14.000 millones de dólares a Estados Unidos al año, mientras que a China son solo unos 2.000 millones de dólares “de productos muy primarios con una capacidad de valor agregado muy baja; pero sí importamos de China unos 14.000 millones de dólares de productos industriales que llegan a Colombia en condiciones cuestionables desde el punto de vista laboral, ambiental, o de subsidios”.
Relación de China con regímenes de Latinoamérica
La preocupación para otros sectores tiene que ver con que consideran que detrás de la expansión de los productos y servicios chinos (China también ha destinado grandes inversiones para proyectos de infraestructura a gran escala como carreteras, puertos y centrales eléctricas [en Bogotá construye el metro]) viene adosada la propagación de su cultura, su ideología y sus objetivos militares, en suma, su influencia geopolítica en el mundo.
En Latinoamérica llaman la atención las relaciones de China con los regímenes de Nicaragua, Venezuela y Cuba. Después de que Managua rompiera con Taiwán y reconociera a China en 2021, el gigante asiático anunció en octubre de 2023 múltiples proyectos de infraestructura a gran escala a cargo de empresas chinas. Frente a Venezuela, observadores han interpretado como un respaldo a Nicolás Maduro la declaración en 2019 de la portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores Hua Chunying, según la cual “China apoya los esfuerzos realizados por el gobierno de Venezuela para mantener la soberanía, la independencia y la estabilidad nacional”.
Sobre Cuba, el congresista cubano-estadounidense Carlos Giménez alborotó el cotarro hace pocos días al asegurar que en la isla hay bases espías chinas. Se trata de instalaciones construidas por la Unión Soviética entregadas por el régimen de los Castro a los chinos, que incrementaron el despliegue de capacidades en esos lugares. “China espía a estadounidenses desde Cuba, a sólo 90 millas de nuestras costas. Esta alianza comunista es una amenaza grave para nuestra seguridad nacional. Debemos dejar de hacer la vista gorda ante las peligrosas ambiciones de los chinos”, escribió, por su parte, la congresista María Elvira Salazar en X.
Colombia, entre el imperio de EE. UU. y la hegemonía de China
Hace ya casi 20 años, el diplomático venezolano Alfredo Toro Hardy citaba en su libro ‘Hegemonía e imperio’ (2007) a Joshua Cooper Ramo, para entonces vicepresidente y codirector ejecutivo de la firma consultora Kissinger Associates, según el cual en 2004 varios intelectuales chinos se reunieron en la isla de Hainan para dar forma a una ‘marca’ china. “De allí surgió la llamada tesis de ‘el emerger pacífico de China’”, que “busca presentar al país como una potencia apta para dar respuesta a sus propios retos domésticos sin representar una amenaza para nadie. Como una nación que busca la paz y la cooperación internacionales”.
Según al autor venezolano, Cooper Ramo resaltaba otros esfuerzos de China que buscan desactivar las reservas y resentimientos en contra del país asiático causados como resultado de su innegable éxito. En particular, perseguían frenar ya a comienzos de este siglo “una teoría que estaba cobrando fuerza en Estados Unidos, según la cual China resulta […] un gigante emergente destinado a sembrar el conflicto y la guerra en el mundo. Ello desde la perspectiva de un inevitable curso de colisión con los Estados Unidos”.
A la luz de las definiciones que da Toro Hardy, la decisión del presidente Petro de acercar a Colombia a la Ruta de la Seda podría estar en línea de un intento por sacar al país de la esfera del ‘imperio’ estadounidense, pero lo aproximaría a la ‘hegemonía’ de China. Si el imperio no requiere del consentimiento ni de legitimidad, se basta con la fuerza y no necesita del beneplácito de los pueblos sometidos a su dominio, la hegemonía exitosa, de acuerdo con la definición clásica de Antonio Gramsci, es la que se sustenta en el consentimiento.
“La distinción entre hegemonía e imperio se encuentra así directamente vinculada a la aceptación obtenida por parte de la comunidad internacional”. Pero “tanto la una como el otro entrañan la noción de control”, escribió Toro Hardy, y también advirtió: “China se enrumba hacia la primacía económica global y, de mantenerse estables las tendencias, deberá haber superado económicamente a los Estados Unidos para la tercera década de este siglo”. Colombia hace una apuesta osada con la esperanza de que el nuevo camino no resulte, en vez de sedoso, áspero.
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