Hay una mujer, un teléfono y un muerto. Una camioneta de la Policía, parqueada en una calle de Villa Hermosa, Medellín, espera por el levantamiento de un cuerpo.

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“Profe, conteste, ya me tiene preocupada”, escribe la muchacha horas antes. Es lunes 23 de enero. El chat de WhatsApp aún no tiene respuesta. “¿Por qué no me contesta, profe?”, insiste la mujer. Mario León Artunduaga, exforense estrella de la Fiscalía que ayudó a resolver los casos Garavito y Colmenares, ha sido asesinado. En La Mariela, más al centro de la ciudad, donde terminó dictando clases de maquillaje después de su retiro, no se explican lo ocurrido.

Era paciente, puntual y comprometido. No llegó a dar clase el lunes a la academia de belleza, cuenta un compañero. Averiguaron. Se fueron a tocar la puerta de su casa, sobre la carrera 39 con la calle 66C. Él y la mujer que presencia el levantamiento con un teléfono en las manos llamaron a la Fiscalía. Es que Mario, de 62 años, empezaba clase a las siete o siete y 20 de la mañana y esta vez no llegó.

Carolina, su sobrina, y Alejandro, su expareja, también hacen presencia en la zona: les toca reconocer el cuerpo sin vida, con una lesión protuberante en la cabeza y puñaladas por todo el cuerpo.

No se sabía que tuviera problemas con nadie, dice su compañero de trabajo en La Mariela. “Se despidió de nosotros el viernes cuando terminó clase. Si llegaba tarde era porque tenía una cita médica; un tema de una hernia. Estaba un poquito complicado, pero él le avisaba a las muchachas”, cuenta.

La última vez que Mario estuvo en línea en WhatsApp fue el sábado en la mañana. En la tarde se escuchó la algarabía de los perros: vivía con nueve; apoyaba una fundación y los daba en adopción. La billetera, uno de sus celulares, un manojo de llaves y su moto Honda 2022 no aparecieron, dice Alejandro. Al parecer, según el reporte preliminar de las autoridades, se trató de un robo. “Estaba todo desordenado”.

El homicidio pudo pasar desapercibido en Villa Hermosa, pero no entre los allegados de Mario y sus excompañeros de trabajo. Este licenciado en artes plásticas, tecnólogo en dibujo y arquitectura, con conocimientos en maquillaje profesional y artista forense, fue el morfólogo estrella de la Fiscalía en Medellín desde 1996. Así lo reseña Alejandro, quien parece una bitácora de su expareja y comparte un recuento detallado de sus hazañas.

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“Llegó a Medellín en ese año a trabajar en la Fiscalía. Entonces, el tema de la violencia aún estaba fuerte en la ciudad. Se movía según su trabajo: estuvo en Cali unos años, luego en Medellín, también en Bogotá”, dice. Por su experticia, se convirtió en un morfólogo clave para el ente investigador: se encargaba de reconstruir los rostros de las víctimas y victimarios de algunos casos mediante técnicas de dibujo, así como las características morfológicas de los cuerpos involucrados. Esa trayectoria comenzó a conocerla Alejandro en 2017. Un día de ese año se encontró por primera vez con Mario en el restaurante en que trabajaba como mesero.

Más temprano, en 1995, Diana* fue su subalterna en la Fiscalía. Ella, vía telefónica, confirma que Mario participó en las investigaciones para esclarecer el asesinato de cientos de niños por parte de Luis Alfredo Garavito, el homicidio del abogado Jesús María Valle, la desaparición de decenas de indigentes que salpicó a la Universidad Libre de Barranquilla y el crimen de Luis Andrés Colmenares, en Bogotá.

“Le llegaban casos en los que debía hacer retratos importantes. Dibujó los rostros de los niños asesinados por Garavito; ayudó en la reconstrucción de sus características con las medidas exactas. También estuvo en el caso de Valle, el defensor de derechos humanos que asesinaron. Era el único morfólogo que había en la ciudad en una época dura, de muchos asesinatos”, cuenta. Diana no recuerda que hubiera otro profesional con el perfil de Mario en el país. “Hasta lo llamaban desde otras ciudades”.

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Mario llegó a Medellín por cuestiones de trabajo. Pero se amañó, dice Alejandro, y pese a que en la Fiscalía lo jubilaron anticipadamente por causa de una enfermedad, se quedó en la ciudad. Eso ocurrió en 2004, cuando este ibaguereño nacido en 1961 ya se había labrado un nombre en el gremio judicial. Antes de dejar la institución, recuerda su expareja, Mario solo vivía por y para su trabajo. “Eso era impresionante: comía a deshoras, no llegaba temprano a la casa, dormía en las instalaciones de la Fiscalía. Así lo agarró una enfermedad crónica y lo terminaron pensionado por invalidez”, afirma.

Mario compartió estos episodios con Alejandro antes de que lo mataran. De hecho, su expareja habla como si hubiera vivido con él desde esa época, cuando aún no se habían encontrado. En la sede Caribe de Medicina Legal, a la espera del cuerpo, el hombre conversa con Carolina, la sobrina de Mario. Esta cuenta que ella y su mamá son la familia más cercana que el morfólogo tenía en Medellín, pues el resto de familiares vive en Ibagué y Bogotá.

“Siempre estaba girando en torno al arte, que era lo que más le gustaba. Tenía muchos planes con una fundación de animales. Toda la familia estaba al tanto de su trabajo en el CTI. La verdad, era un orgullo, un ejemplo a seguir. Era disciplinado, talentoso y entregado. Era como mi papá”, afirma.

En paralelo, telefónicamente, Diana sostiene que lo de Mario fue doblemente meritorio. En su época, el país no contaba con las técnicas suficientes para esclarecer casos vía criminalística. El primer curso de morfología que se dictó en Medellín estuvo a su cargo. “Él compraba sus propios lápices y materiales para trabajar. La mano con la que dibujaba era a la que más esfuerzo le hacía”. Le molestaba mucho, recuerda Diana, porque todo era a papel y lápiz: “El maquillaje para la reconstrucción… Mejor dicho, ¡todo lo mandaba a hacer!”.

Esta mujer, que aún trabaja en la Fiscalía y en su momento se convirtió en la asistente de Mario, cuenta que era como su espejo en el plano laboral: sabía qué hacía, dónde estaba, cómo se movía. Graba en su memoria el currículum del exforense y cuenta que, incluso, luego de dejar la Fiscalía, trabajó con famosos actores colombianos. “Era tan bueno que cuando lo llamaron para el caso Colmenares ya lo habían jubilado”.

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Pero los años de gloria no se fueron con la salida de la Fiscalía. Mario no se quedó quieto, dice Alejandro, porque aún se sentía vital. Quería seguir enseñando, como lo hizo con Diana y decenas de funcionarios del ente investigador, y comenzó a dictar clases. Se convirtió en un experto citado en trabajos académicos de derecho procesal. Impartió cursos en prestigiosas universidades y, en simultánea, expuso las obras que lo catapultaron como experto forense.

El viro a La Mariela no fue del todo inesperado. Diana cuenta que siempre fue un artista, pese a moverse en el mundo de la criminalística, y Alejandro respalda esa afirmación. Hace 13 años, aproximadamente, comenzó a dictar clases en la icónica escuela de belleza del centro de Medellín. Maquillaje artístico, social y caracterización: esos frentes lo hicieron el profesor más apetecido de la academia. Amaba la caracterización. Era su vida, cuenta una de sus estudiantes.

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Mario, aún en vida, recordaba con anhelo su trabajo. Una parte, de hecho, quedó recopilada en su cartilla de Morfología Judicial Aplicada y Arte Forense, obra que publicó en 2007. “Era una cátedra. Uno se sentaba con Mario y él hablaba de lo que uno quisiera. Estabas con él y te daban ganas de saber más. Conocía tanto, tanto. Su currículum tenía decenas de páginas, pero lo que le apasionaba, realmente, era enseñar”, dice Alejandro.

El trabajo de Mario reposa en las redes sociales. En sus perfiles aparecen fotografías con mujeres y hombres maquillados, con alusiones a diferentes temáticas. Aunque su orientación sexual hacía parte su vida privada y no direccionó su trabajo, sus allegados cuentan que disfrutaba de las exageraciones del maquillaje ‘drag’. Llevaba, según Alejandro, seis meses solo, sin pareja. Si bien no habían roto del todo, la relación ya parecía estar en su último momento. La muerte lo cogió en compañía de sus perros, mientras sus estudiantes esperaban por la clase del lunes en La Mariela. “Por eso no respondió: mataron al profe”, dice la mujer que presencia el levantamiento del cuerpo de Mario en una calle falduda de Villa Hermosa, mientras mira su teléfono con desconsuelo.

*Identidad bajo reserva.