El periodista colombiano Rafael Poveda no dejaba de pensar en sus hijos cuando entrevistaba a Luis Alfredo Garavito, pederasta y conocido como ‘La bestia’, el mayor asesino en serie del país, al que se le cuentan como víctimas cerca de 200 niños en Colombia y Ecuador entre las décadas de los 80 y 90 y que está preso en Valledupar.

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Yo tengo una hija de 16 años y un hijo de 12 años, que en la época en que entrevisté a Garavito (2020) tenía 10, y esa era la edad promedio de sus víctimas y entonces sentarme a esa entrevista era imaginarme a mi hijo Martín, y fue muy difícil para mí, yo al comienzo no creía poder ser capaz de entrevistarlo, confieso que varias veces llegué al hotel y me puse a llorar, pensando en todo lo que tuvieron que pasar esas mamás, esos papás, morir en vida, porque desaparecieron sus hijos, y en muchas oportunidades ni se supo que pasó con ellos”.

El contacto con Garavito comenzó para su programa Testigo Directo y se está construyendo un documental, pero además ahora pasó de lo audiovisual a la lectura con dos libros que serán lanzados en la Feria del libro de Bogotá: El reflejo de la bestia y Tras la sombra de Garavito.

Poveda habló con EL COLOMBIANO sobre el proceso de estas entrevistas, el impacto que le causó haber hablado con él y lo que los lectores podrán leer en estos textos.

¿Cómo fue esto de pasarse de la televisión a los libros?

“Nosotros tuvimos la oportunidad de entrevistar a Luis Alfredo Garavito durante más de 20 horas. En el año 2019, uno de mis periodistas de Testigo Directo, Kevin Pinzón, le escribe a Luis Alfredo Garavito buscando una entrevista para el programa. Garavito por un motivo que no he entendido, porque tiene decenas y decenas de solicitudes para entrevistas de todas partes del mundo, le escribe y lo comienza a llamar. Primero vamos y lo entrevistamos sin cámara. Eso fue en febrero del año 2020. Fuimos a la celda de Luis Alfredo Garavito en Tramacúa, en Valledupar y nos reunimos con él durante cinco horas, haciéndole preguntas y escuchándolo.

Cuando salimos de esta entrevista pensamos que esa historia había que contarla. Garavito tiene cáncer, tiene leucemia, pero también tenía como una verruga cancerígena en su ojo izquierdo que en esa época lo tenía abierto. La última vez que lo vi, hace cinco meses, ya el ojo está completamente cerrado y ha perdido mucho peso”.

Cuando ustedes llegan, ¿cuál es la recepción que él les da? ¿Cómo fue ese primer acercamiento? Usted mismo seguramente tenía una concepción de él ya definida, que se iba a encontrar…

“Llegamos a su celda a las nueve de la mañana, nos llevó un guardia. Él fue muy amable, nos saludó muy bien, nos ofreció tinto y galletas. Me dio mucha desconfianza y no le recibimos nada, pero fue muy amable. Nos sentamos, él estaba al frente, yo estaba al lado, mi periodista estaba a mi lado, él tampoco lo conocía, solamente habían hablado por teléfono y fue una persona muy amable, muy dispuesta a hablar con nosotros”.

¿Y la sensación que le quedó a usted después de hablar cinco horas con él? ¿Cuál fue?

“Que teníamos que hacerlo, que esto lo teníamos que hacer, que teníamos que entrevistarlo largamente. Lo primero, una gran facilidad de palabra, un gran poder de convencimiento, de comunicación, es una persona de mil caras, de mil facetas y nos iba contando y con toda la libertad, sin ninguna aprehensión, temas de los que le íbamos preguntando, por ejemplo, me impresionó mucho cuándo nos contó lo fácil que era llevarse a un niño”.

¿Usted le preguntó qué tan fácil era llevarse un niño?

“Sí, porque me llamaba mucho la atención eso de una persona como él que violó y asesinó a más de 210 niños en Colombia y Ecuador en las décadas de los 70, 80 y 90 (él fue arrestado en 1999). Y entonces me contaba, por ejemplo, que un día estaba en un pueblo del Quindio, había una manifestación política, en la plaza había mucha gente, y que él vio a una mamá que llevaba en su mano izquierda a una niña y en su mano derecha a un niño de unos siete u ocho años de edad. Y que él comenzó a acecharlos, a estar detrás de ellos, a hacerle caritas al niño. Y en un momento determinado, por uno u otro motivo, la mamá soltó al niño y lo soltó para siempre. Y él se lo llevó. No volvió a aparecer ese niño”

¿Pero cómo logró llevárselo?

“Él ya le estaba haciendo caritas y lo tenía, y se lo llevó en medio de la gente y lo convenció súper fácil. Eso me impresionó muchísimo, él nos contaba, por ejemplo, que él iba a los colegios y llevaba estampitas del niño Dios y llevaba supuestamente agua bendita de Jerusalén. Él también se hacía pasar por sacerdote y nos hablaba que él también se hacía pasar de minusválido. Yo le dije, ‘párate y me cuentas y me muestras cómo lo hacías’ y él se paró y nos mostró. Yo me miro con Kevin, que está al lado mío, y no lo podíamos creer, era un actor de Hollywood.

Garavito es un hombre con una memoria fotográfica. Él recuerda cada niño, cada nombre, recuerda cómo estaba vestido, recuerda dónde lo dejó. Y ese día también nos contó sobre niños que él no había confesado. Y nos hizo como unos mapas. Eso fue en febrero del 2020, la pandemia llegó en marzo, y pudimos entrevistarlo en abril del 2021. Afortunadamente, el director del Inpec de la época, el general Mariano Botero, nos permitió varias entrevistas. Eran de 10:00 de la mañana a 12:00 del día, de 2:00 a 4:00 de la tarde, y estuvimos durante varias sesiones, y la verdad que pudimos hablar mucho con él”.

Pero ¿qué era el mapa?, ¿era un mapa de Colombia, de todos los sitios donde él hizo sus acciones terribles?

“No. Nosotros le llevamos una resma de papel y le pedimos que dibujara los lugares donde había dejado a esos niños que no había confesado. Un niño, por ejemplo, en Silvania, cerca de Bogotá, y él se acordaba de todo. Aquí había una piedra grande, aquí había un árbol, el niño estaba así, la curva, todo muy fotográfico. No era un mapa de Colombia, así él, naturalmente, hubiera cometido delitos en 14 departamentos de Colombia”.

¿Se supone que él los enterraba en esos sitios?

“No, nunca los enterró. Yo no soy tan creyente de los temas diabólicos, pero me causó curiosidad algo. En Pereira hay un lugar que se llama Nacederos y allí encontraron muchos cuerpos de niños, él los llevaba allá, nunca los enterró. Y ahí las autoridades encontraron más de una docena de cuerpos de niños. Yo le preguntaba el tema como si fuera un pacto con el diablo. La verdad que también nos contó como él participó en el sur de Bogotá en un ritual de sacrificio de un niño de 10 años. Él no lo mató, pero sí participó de ese ritual. O sea que una persona que era muy creyente del diablo ahora se la pasa con la Biblia”.

¿Y él expresaba algún tipo de arrepentimiento por todo eso?

“Sí, yo creo que el interés principal de Garavito era manifestarnos que él era un hombre arrepentido, que era una persona que ahora creía en Dios. Yo creo que ese fue el principal propósito para ayudarnos y concedernos la entrevista. Él quería mostrar que estaba arrepentido, que era un hombre que había cambiado, que estaba entregado a Dios, constantemente tiene la Biblia, recita también pasajes de la Biblia. Aquí hay algo muy importante y es que a nosotros nunca nos interesó preguntarle detalles de cómo mataba a los niños. No queríamos revictimizar a nadie una vez más. Eso está en las confesiones de él y naturalmente en las investigaciones. Y lo más complicado fue que cuando acordamos llevar a cabo la entrevista era ¿cómo podemos hacer todo esto para que no aparezca como una apología del delito? Cuando él nos dice que nos va a dar la entrevista, fuimos al Inpec a hablar con el general Botero y lo primero que nos dice es que tenemos que hacer esta entrevista rápido porque él se va a morir, él tiene cáncer. Comenzamos a hacer aquí en la empresa unas mesas redondas con psiquiatras, psicólogos, expertos, como para entender un poco más las psiquis de él. Y un experto nos decía que las preguntas no deberían de ser como tan frenteras, sino como que escucharlo mucho, mirar, darle la vuelta. Y naturalmente que eso lo hicimos”.

Como hacerle una psicoterapia también a él…

“El trabajo nuestro es hacer preguntas y escuchar. Y cuando en una oportunidad, por ejemplo, nos dicen que para Dios robarse una bicicleta es también igual que matar un niño, ahí no hay que darle la vuelta sino ir de frente. Y obviamente que hubo momentos de bastante tensión en donde nos decía que lo estábamos torturando”.

¿Él en algún momento minimizaba los horripilantes crímenes que había cometido?

“Sí, era tratar de decir en sus palabras como que cualquiera de sus delitos es muy igual ante los ojos de Dios. Y naturalmente ahí comenzamos a tener un enfrentamiento donde uno no puede estar de acuerdo con eso, pero en general las respuestas eran constantes. Nos contestaba muchas de las cosas que le preguntamos. Siempre escuchamos que supuestamente su papá lo había violado, algo que él desvirtuó. El que lo violó cuando tenía 12 años era un amigo de su papá que tenía una droguería, una botica en el pueblo donde él creció. Una vez que él fue a la droguería, lo violó, le quemó con cigarrillos sus partes íntimas, le mordía sus partes íntimas y también lo punzaba. En un momento determinado le pregunté si eso era lo que él hacía con esos niños también y me confirmó que eso también él lo hacía con sus víctimas”.

En algún momento hubo una reflexión, ¿él pensaba que lo que él hacía era producto de esa violación inicial?

“Sí. Aquí hay dos cosas que son importantes. Para mí lo más importante era tratar de determinar con él por qué violar a 200 niños y por qué pasar de la violación a el asesinato. Una de las razones naturalmente era esta violación cuando él tenía 12 años y que nunca le pudo contar a su papá. La otra, según él, cuando comenzó a crecer, se enamora de una niña, pero no lo dejaron estar con la niña. Hay muchas excusas de él, pero además cuando él comienza a crecer y comienza a darse cuenta, según él, que cada vez que tomaba mucho, sentía una gran urgencia de llevarse un niño. Él era nómada y en sus viajes, de pueblo en pueblo cuando tomaba sentía, según él, una necesidad física de llevarse a un niño, pero también comenzaba a escuchar como unas voces diabólicas que le decían que tenía que llevarse un niño.

Y buscaba a niños humildes, vulnerables que lo acompañaban por dinero y se los llevaba a lugares boscosos (…) estaba totalmente llevado por el alcohol. Pero me llama la atención, porque no es como que tú estás borracho y no te acuerdas, porque él sí es lúcido, referente a todas las cosas que le pasaban, porque tiene una gran memoria”.

¿En algún momento en las entrevistas, él lloró o se quebró contando esas historias?

Solamente en una oportunidad cuando comenzamos a hablar de la mamá. Él le tenía mucho respeto a la mamá y ahí comenzó a llorar. Sentí como que era algo verdaderamente de él”.

Es decir, ¿lloró por su propia historia, no por la historia de los otros niños?

“Sí, nunca lloró por nadie”.

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¿Hay algo de problema mental ahí? En su investigación y en sus entrevistas, ¿qué pudo concluir en ese aspecto?

“Era psicópata. Lo que pasa es que para uno es bastante difícil poner en un solo lugar qué quiere decir psicópata. De la manera como yo lo percibí y entrevistándolo a él, era una persona que te podía contar las cosas y mostraba arrepentimiento. Aunque no sé si ese arrepentimiento era real. Hace cinco meses volvimos a la Tramacúa. Ya está mucho más delgado y no teníamos tanto tiempo en esta oportunidad para entrevistarlo. O sea que llegamos al auditorio en donde quedaba al lado de la enfermería, en donde habíamos hecho las entrevistas anteriores, mientras los camarógrafos y el equipo técnico estaba colocando las cámaras, porque también estamos haciendo un documental, entonces tocaba colocar un fondo negro, la iluminación, y eso toma un poco de tiempo.

Mientras ellos estaban haciendo todo, nosotros a la entrada de ese auditorio nos pusimos a hablar con él. A él no le gusta que le digan Garavito, entonces ‘Luis Alfredo, ¿cómo está usted?’, le dijimos. Estaba mucho más delgado. Siempre ha sido muy amable con nosotros. Y entonces le digo ‘ tú tienes admiradores, ¿no?’ Y el ojo cerrado se le abre de una manera increíble y se le ve como esa satisfacción, como una cara de alegría que él tiene de saber que tiene admiradores. Y nos dice, sí, hay una niña en Carolina del Norte, en Estados Unidos, y hay un chico en España. Y la verdad que lo decía como cuando tú te sientes halagado de tener un seguidor”.

Eso sí es otra situación más dramática aún, que tenga admiradores…

“Que tenga admiradores una persona que mató a más de 200 niños, pero mira, yo comencé a preguntarle sobre temas de la muerte y en un momento determinado le digo, ya con las cámaras prendidas: ‘Luis Alfredo, tú tienes admiradores, ¿ah?’. Y yo pensé que me iba a responder lo mismo, y no. Muy seriamente me dice, ¿cómo alguien puede admirar a alguien como yo que maté a tantos niños? Ahí te contesto todo referente a su sinceridad. No sé”.

Y vas lanzar este libro en la Feria del Libro…

“ Sí, tenemos dos libros. Uno se llama El reflejo de la bestia que lo escribí con Xiomara Barrera, ella fue la pluma principal, naturalmente, una gran novelista, tiene más o menos 170 páginas, y es una novela, porque tiene un hilo conductor, tiene personajes, y para mí era importante que este basado en la vida real, en las confesiones de Garavito, pero es importante que se vaya leyendo y que cada capítulo te vaya llevando algo, que sea un thriller, que tenga suspenso, y que tú digas, ¿y qué va a pasar con este personaje, cuándo se va a ir cuando se encuentre con Garavito? Nos interesaba eso como novela.

El otro es Tras la sombra de Garavito, escrita con Cristian Valencia, un gran escritor, y él decidió hacer una crónica novelada, y decidió hacer algo que me llamó mucho la atención: Kevin Pinzón, la persona que consiguió a Garavito, lleva tres años hablando con él. Garavito lo llama, lo insulta, después lo llama, le canta canciones, se arrepiente, pero telefónicamente, y obviamente que Kevin ha vivido mucho de esto, por consiguiente, Cristian consideró que este era el camino a tomar, que el personaje central debería ser Kevin Pinzón y todo lo que pasó, pero es más una crónica novelada, con muchos diálogos de los que tuvimos reales, pero también tiene algo de ficción para que vaya a ir llevando a este lector de principio a fin y que puedan leer un libro fácil de leer”.

Son dos libros sobre una temática parecida…

“Sí, pero dos miradas diferentes, que era lo que queríamos conseguir. Yo primero estuve con Kevin Pinzón, después estuve un otro periodista que es buen amigo de la casa, Juan Guillermo Mercado, que trabajó en Séptimo Día y para mí era importante que estuviéramos ahí, que tuviéramos esa mirada. Muchas veces uno se obsesiona con algo y seguramente no ve otras cosas, y sobre todo cuando tú tienes un personaje así delante de ti.

Yo tengo una hija de 16 años y un hijo de 12 años, que en esa época tenía 10, y esa era la edad promedio de las víctimas de Garavito y entonces sentarse a una entrevista, era imaginarme a mi hijo Martín, y fue muy difícil para mí, yo al comienzo decía que no creía poder entrevistarlo, y te cuento y te confieso, no menos de dos veces llegué al hotel y en la noche, la verdad que me puse a llorar, por lo que tuvieron que pasar estas mamás, estos papás, morir en vida, porque desaparecieron sus hijos, y en muchas oportunidades ni se supo que pasó con ellos y por eso también involucramos a Juan Guillermo Mercado, hacer otras preguntas, estar con él, hicimos esas dos sesiones, y después volví yo, hicimos otra sesión más, para hablar más con Luis Alfredo Garavito”.