El regreso a clases presenciales ha traído consigo problemas de convivencia entre muchos niños, niñas y jóvenes que —después de vivir durante dos años las consecuencias de la pandemia— volvieron a las aulas desanimados e irascibles.
El investigador y director del Instituto Merani explica en esta entrevista por qué han aumentado las riñas y el matoneo entre los estudiantes del país.
Desde joven, Julián De Zubiría ha tenido un sueño claro: contribuir a que los niños y niñas en Colombia tengan una educación pública que “enseñe a pensar, leer y convivir”.
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Zubiría, economista de la Universidad Nacional y magíster Honoris Causa en Desarrollo Intelectual y Educación de la Universidad Católica del Ecuador, se ha convertido en una autoridad en el ámbito educativo.
Su propuesta pedagógica, que implementa en el Instituto Alberto Merani en Bogotá, prioriza el desarrollo de capacidades para socializar y reflexionar, en lugar del aprendizaje de datos e información difícil de aplicar en la vida diaria.
En esta entrevista, habla sobre las consecuencias de la pandemia en la salud emocional de los y las estudiantes, y por qué es necesario que las instituciones educativas se fortalezcan las habilidades para resolver conflictos.
Consonante: Después de dos años de pandemia, ¿qué lectura hace de lo está pasando con la educación en el país?
Julián De Zubiría: La educación viene confundida no hace dos, si no, por ser breve, hace veinte años. Realmente lo que se está haciendo en educación es garantizar la asistencia. El país ha avanzado en el derecho a la educación, pero no en la calidad educativa. No se ha hecho las preguntas importantes sobre cómo formar a los maestros, qué asignaturas abordar, cuáles y en qué momento, cómo organizar la estructura institucional. Es un país a la deriva en educación; no hay política pública en educación. Las principales decisiones son tomadas por ministros que, por lo general, son economistas y un Congreso que es muy ignorante e inculto, entonces no tienen criterio para las grandes reflexiones.
Si uno mira lo que ha pasado en los últimos 20 años, desde el punto de vista de la calidad, puede concluir que los estudiantes no han aprendido a leer. Por ejemplo, si le doy un artículo a un estudiante, el 50 por ciento no entiende nada. Pero no es culpa de ellos, sino del sistema educativo. Es un caos.
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C: ¿Qué consecuencias tiene esto?
JD: El resultado es un sistema educativo que no garantiza la movilidad social. Lo más probable es que los jóvenes que ingresen a un colegio público nunca asciendan a la clase media. Colombia tiene uno de los menores niveles de movilidad social.
O sea, los que son hijos de pobres están condenados a la pobreza y eso pasa por la calidad educativa. Afortunadamente, las universidades públicas sí logran la movilidad social. Pero el colegio no cambia la vida, uno no aprende casi nada. Por eso los jóvenes en la pandemia no extrañaban las clases de cálculo ni las de matemáticas, ni las de sociales, ni las de biología, sino a sus amigos: botarse en el pasto, un partido de fútbol, un debate, cantar, organizar la rumba del viernes.
La escuela hoy cumple un papel muy bueno a nivel social y emocional, pero no a nivel del desarrollo para que los jóvenes se vuelvan más críticos.
C: Entonces, ¿cómo llegaron emocionalmente los estudiantes?
JD: En realidad llegaron muy mal. Primero porque vivimos en una sociedad muy violenta. Colombia tiene el mayor nivel de asesinatos de líderes ambientales y eso no se discute, no es tema nacional. Amenazan a la Corte Suprema de Justicia por tomar una decisión en torno al derecho a tener o no tener hijos, a que no se vaya a la cárcel una mujer por tomar esa decisión, y lo paradójico es que los provida, o que se hacen llamar provida, amenazan de muerte. Es una sociedad muy, muy violenta. Entonces, son jóvenes que duraron dos años viendo esas noticias del país.
Las familias son muy violentas. La mitad de los padres le pega a sus hijos con un palo, con el cinturón, con un zapato. Los estudios nos dicen que por lo menos el 52 por ciento los golpea. Eso es lo que nos dicen, pero seguramente es más.
C: ¿Hay algunos más o menos afectados?
JD: Los jóvenes que más sufrieron en este periodo tienen entre 12 y 15 años, porque no habían construido los grupos en los que se define la identidad. Los jóvenes sufrieron muchísimo porque en la pandemia no se pueden construir amistades profundas. Cuando retornaron a los colegios llegaron con dificultad de mirar a los ojos, de socializar y con dificultades emocionales. La ideación suicida ha aumentado y de una manera muy preocupante.
Los jóvenes están muy tristes. En un estudio que se hizo en 2021 sobre cuáles eran las emociones dominantes de los jóvenes, encontramos que en Colombia las emociones dominantes eran la ira, la indignación, la tristeza y la desesperanza. Eso tiene mucho que ver con la explosión social que hubo en Colombia en 2018, en 2019 y en 2021. La del 18 fue bellísima porque los jóvenes se tomaron las calles con arte, la del 19 iba en la misma ruta, pero la del 21 ya fue una expresión distinta: más indignación con muchos elementos políticos. Esos jóvenes son los que están retornando a los colegios y a las universidades: unos jóvenes más desesperanzados.
“Cuando retornaron a los colegios llegaron con dificultad de mirar a los ojos, de socializar y con dificultades emocionales. La ideación suicida ha aumentado y de una manera muy preocupante”
C: Es decir que los más afectados fueron los preadolescentes y los jóvenes…
JD: En el período de los 12 a los 15, todo gira en torno a la comunicación humana. Todo. En el colegio que nosotros tenemos, por ejemplo, suspendemos las clases para que los jóvenes hagan debates porque si el joven está en una clase, no está oyendo al profe, está hablando con el compañero. Si sale al descanso, sigue hablando con el compañero. Si se va en el bus, saca su celular y empieza a chatear con el compañero. Cuando llega a la casa no habla con los padres y los hermanos, sino que sigue hablando con un pequeño grupo. Todo eso se interrumpió.
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Si es un joven ya un poco mayor (y cuando digo un poco mayor me refiero a jóvenes de 15 a 18 años), ya está en otra etapa donde lo fundamental es proyectar la vida: yo de quién me voy a enamorar, a qué voy a dedicar mi vida, qué tipo de trabajo voy a tener. Es una etapa muy centrada en la proyección de la vida.
C: Pero si los y las estudiantes tenían tanto afán para reencontrarse, ¿por qué ha aumentado el matoneo en los colegios?
JD: Toda convivencia genera conflictos: la de pareja, la de padre – hijo, la de estudiante – estudiante. El problema no son los conflictos porque la convivencia genera el conflicto, el problema es no saber resolver los conflictos.
Los conflictos generan desarrollo cuando son bien canalizados. Lo que sucede es que se acumuló la tristeza y la angustia. Imagínate un joven que haya vivido con un padre muy autoritario… terrible. Ese joven no se desarrolló igual. Entonces llega al colegio un poco desbordado. Estos niños y jóvenes, que no tuvieron cerca a sus profesores y compañeros, cuando vuelven a encontrarse se relacionan de una manera un poco brusca porque les faltó el acompañamiento.
Muchos de esos jóvenes, al no tener compañeros y a los mediadores, que son los profesores, se criaron un poco en un ambiente duro de la casa y muy duro de la calle. Esas calles tomadas por las mafias, por los matones, los ladrones, los vendedores de drogas… ellos fueron sus maestros también durante estos dos años. Seguramente se aumentaron los consumos y los embarazos juveniles. Es un periodo difícil desde el punto de vista social. Al retornar a los colegios llevan también esos problemas, esa ausencia de mediación. Faltó cariño, cuidado, la palabra sabia, el consejo del compañero…
C: Durante los últimos meses usted ha alertado sobre el bullying o matoneo pero parece que no le preocupan tanto las peleas a golpes. ¿Por qué es menos grave uno que el otro?
JD: El bullying es más grave porque es una relación desigual donde hay un sometimiento, y humillación, donde yo me aprovecho de ti, conformo un grupo y maltrato tu autoestima. Que dos jóvenes se den un puño es distinto porque es un momento de explosión, pero que dos jóvenes tomen a una niña y la humillen, la maltraten, hablen mal de ella, la difamen, eso es gravísimo.
Si yo tengo un caso de bullying, de maltrato de dos muchachos sobre otro, lo peor que se puede hacer es creer que el conflicto es de esos dos con este joven. Si yo convoco a los estudiantes a que discutan, a que participen, se acaba el bullying. ¿Quién puede resolver el problema de bullying? ¿El coordinador de disciplina? No, los compañeros. Hay que empoderar a los estudiantes, crear mesas de diálogo y darles la palabra. Ellos muy sabiamente saben qué hacer, le llaman la atención al que está maltratando. Tenemos que construir unas escuelas más integrales y darle mucho más peso a los temas de la convivencia.
“El bullying es más grave porque es una relación desigual donde hay un sometimiento, y humillación, donde yo me aprovecho de ti, conformo un grupo y maltrato tu autoestima”.
C: ¿Qué puede hacer el Estado para hacerle frente a esta situación?
JD: Formar a los maestros. Nunca lo ha hecho. Pero formar a los maestros en algo que no fueron formados: cómo recuperar la esperanza, qué hacer ante niños que están tristes, cómo cuidar el trabajo en equipo, cómo enfrentar las riñas en los colegios, cómo enfrentar el bullying… todo eso es lo que debería hacer.
Como no lo hace el Estado, tenemos que hacerlo los maestros. Pero es clave entender que el papel de la educación no es transmitirle un dato a nadie. El papel de la educación es recibir un menor de edad y entregar un individuo con más criterio, más autónomo, más libre.
C: ¿Y los maestros y maestras?
JD: La recomendación a los colegios es que le den mucho más peso a los aspectos emocionales y a que se preocupen menos por los aspectos de tipo académico. Que entiendan que el papel de un maestro es el desarrollo, la formación y no que el joven sepa más química ni física ni biología. El papel de la educación es formar un mejor ser humano. Solo que no lo estamos cumpliendo bien sino le enseñamos a los jóvenes a leer, a escribir, pensar, discutir y argumentar.
Los docentes tenemos que discutir este periodo tan triste y complejo. ¿Cómo podemos fortalecer las emociones? Una estrategia muy sencilla: que los estudiantes de los cursos mayores cuiden, sean hermanos mayores de los niños pequeños. Esa estrategia cambia el clima de una institución porque los mayores en lugar de burlarse, se vuelven los que cuidan. Por ejemplo, pasado mañana le entrego el colegio a los estudiantes de once para que ellos nombren al rector, vicerrector y hagan las clases. ¿Eso se puede? Pues claro ¿Por qué un joven bien orientado no puede quedar a cargo de un colegio? ¿Qué me dicen los niños pequeños? “Hombre, ese día funciona el colegio mejor”. Lo que tenemos que entender es que la escuela ha sido un espacio muy aburrido, y si cambia el clima del colegio, disminuye la tristeza y favorece la interacción.
C: Por último, ¿qué deben hacer los padres y madres de familia?
JD: Pueden cumplir un papel muy bueno, lo clave es que cuiden la autoestima. Si el papá le dice al hijo: “pero tú eres bruto, pero te lo he dicho 10 veces”, el hijo se embrutece. Es impresionante lo que sucede.
El padre tiene que hacer sentir más seguro al hijo, tiene que conocer más a su hijo: qué le gusta, por qué le gusta, qué comida le gusta, qué programa le gusta, qué compañero le gusta, qué profesor le gusta. Tiene que oír más a su hijo.
El papá siempre tiene que orientar, pero tiene que generar un espacio más participativo para que el hijo hable con mayor tranquilidad. Así como las sociedades no avanzan con las dictaduras, las familias tampoco avanzan con padres autoritarios. Un padre muy autoritario genera un hijo con miles de problemas, que hace las cosas a escondidas, que se siente poco, que cree que es culpa de él, que cree que el papá tiene un poco de razón en pegarle. Es gravísimo cuando un joven concluye eso.
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