El trágico destino del futbolista Jhon Viáfara Mina, condenado por narcotráfico en Estados Unidos, escondía tras bastidores al personaje que lo llevó a los oscuros rincones del bajo mundo, y quien resultó ser un amigo de la niñez.

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Esta historia comenzó en los años ochenta en Robles, un corregimiento de Jamundí, Valle del Cauca, donde creció el futuro campeón de la Copa Libertadores de América.

En sus calles también se crió Jaider Díaz Carabalí, otro valluno que soñaba con fortuna y reconocimiento.

En aquellos tiempos se conocieron y departieron en varias ocasiones, hasta que Viáfara emigró en 1998 para debutar como profesional en el Deportivo Pasto.

Así empezó una rutilante carrera, que lo llevó a vestir las camisetas de 12 equipos de Colombia, España e Inglaterra, en la posición de volante.

Alcanzó la máxima gloria en 2004, al coronarse campeón de la Libertadores con Once Caldas, en un vibrante duelo contra Boca Juniors de Argentina, en el que fue la gran figura.

Su desempeño en el torneo internacional le abrió las puertas de la Selección Colombia y del Portsmouth de Inglaterra, que contrató sus servicios en 2005. Jugó tres años en Europa y regresó al Once Caldas como la gran contratación de 2008.

Después pasó por siete elencos más, hasta su retiro en 2015, defendiendo los colores de las Águilas Doradas. En cada equipo que jugó siempre se destacó por la entrega física, los remates de larga distancia y el don de mando.

Las redes del narcotráfico

La vida llevó por otro rumbo a Jaider Díaz. Según fuentes de la Dirección Antinarcóticos de la Policía, se asoció con varios delincuentes para exportar cocaína hacia Centroamérica y Estados Unidos.

“Su fachada era la de un empresario de maquinaria pesada para la construcción de vías”, le contó a EL COLOMBIANO un investigador del caso.

En la esfera ilegal Díaz fue apodado ‘el Papá’. Uno de sus principales socios era Luis Fernando Toro Londoño, alias ‘la Vaca’ o ‘don Alonso’, con quien surtía de droga a carteles de México y Costa Rica. “Ellos despachaban la cocaína por mar y por vuelos privados”, detalló el agente.

La organización fue detectada por la DEA y la Policía en 2016, poco después de que Viáfara se retirara del fútbol.

Lo más seguro es que ‘el Papá’ estuviera pendiente de sus pasos, porque cuando el deportista inició un proyecto para formar futbolistas en una escuela de Jamundí, le envió un hijo para que lo entrenara.

La cara visible

“Viáfara tenía un estilo de vida costoso, pero ya sin los ingresos de cuando jugaba en Europa. Entonces ‘el Papá’ aprovechó esa situación y lo invitó a trabajar con él. Díaz ponía el dinero para comprar la cocaína y transportarla, y Viáfara iba a las reuniones con los narcos y daba la cara por él”, manifestó el investigador.

De esta manera el crack se fue involucrando en la coordinación de las operaciones. En las interceptaciones de la DEA comenzaron a mencionarlo con el mote de “el Futbolista”.

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Entre 2016 y 2019 le incautaron cinco despachos a la organización, que sumaron 1.595 kilos de cocaína, valorados en $ 59.000 millones, según el coronel Manuel Rico, director (e) de Antinarcóticos.

Uno de esos decomisos fue en julio de 2017 en un hangar del aeropuerto El Caraño, de Quibdó, donde encontraron 852 kilos del estupefaciente envueltos en lonas.

La primera fase de la operación fue en marzo de 2019, cuando detuvieron a cinco miembros de la red con fines de extradición, incluyendo a Viáfara y ‘la Vaca’.

El exjugador se declaró inocente, víctima de un montaje, pero aún así fue extraditado a EE.UU. y condenado a 11 años de cárcel por cargos de conspiración para importar y distribuir cocaína.

‘El Papá’ logró eludir la operación y se refugió en las montañas del Cauca, una zona compleja de orden público, y a la sombra siguió manejando su empresa de maquinaria.

Capturarlo en una zona plagada de disidencias guerrilleras era difícil, así que los investigadores le pusieron la lupa a su negocio “legal” [el de las máquinas], y comenzaron a rastrear los sitios en lo que se comercializaban los repuestos.

Así se enteraron que ‘el Papá’ bajó de las montañas a Jamundí, para buscar una pieza de maquinaria y reparar uno de sus aparatos. Ya habían pasado cuatro años desde la captura de sus socios, así que se sintió confiado. Salió desarmado y sin escoltas, para mantener su bajo perfil.

La semana pasada buscó un parqueadero que le permitiera estacionar una retroexcavadora, y cuando salió a la calle a buscar un repuesto, se encontró de frente con la patrulla de la Policía. “Yo no hice nada”, dijo, apenas le leyeron sus derechos y se enteró que tenía un pedido de extradición de la Corte del Distrito Oeste de Texas.

Lo trasladaron al pabellón de extraditables de la cárcel La Picota, de Bogotá, a la espera del trámite de extradición.

Es posible que en alguna cárcel de Estados Unidos se encuentre con Viáfara más adelante, y juntos puedan compartir la desgracia de haberse dejado arrastrar por el narcotráfico. Un autogol que lo cambió todo.