Gonzalo Jiménez de Quesada murió en 1579 en Mariquita (Tolima) y sus restos fueron sepultados en el templo del convento de Santo Domingo (actuales ruinas de Santa Lucía) de esta villa. A ciencia cierta no se sabe si lo mató la lepra o murió de asma o de alguna enfermedad cardio renal. Pero si sabe que en su testamento consignó el deseo de ser enterrado en esa población y que en su tumba se pusiera la inscripción Expectamus Resurrectionem Mortuorum.

Dieciocho años después en 1597 sus restos fueron trasladados a la ciudad de Santafé de Bogotá. Donde se mantuvieron transitoriamente en la iglesia de la Veracruz para luego ser llevados hacia la Catedral con toda la pompa colonial del asunto. Según las crónicas, el estandarte del Cristo de la Conquista señalaría la ubicación de la tumba de Quesada en la nave de la epístola y cerca al presbiterio. Una vez allí, se aseguró que se cumpliera el deseo de Quesada de que su tumba llevara la famosa inscripción en latín. Esta tumba se mantuvo intacta hasta las obras de construcción de la actual iglesia edificada entre 1807 y 1823, a cargo de Fray Domingo de Petrés, cuando el arcediano de la Catedral Fernando de Caycedo dio cuenta de cómo los restos del fundador aparecieron y fueron reconocidos por la inscripción.

Con motivo de la celebración del IV Centenario del Descubrimiento de América el Cabildo toma la decisión de levantar frente al cementerio viejo o católico un monumento para ubicar allí los restos del conquistador. Es así como el 15 de julio de 1892 el Capítulo Metropolitano de la Catedral entrega a representantes del gobierno de la ciudad la urna que contenía los restos, se llevan al salón de sesiones del Cabildo y se levanta un informe de ellos.

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La vieja urna estaba hecha en madera y lata y tenía una reciente inscripción: “Restos de Gonzalo Jiménez, fundador de Bogotá, sacados de la bóveda del presbiterio de la Catedral, que se encontraba en el lado de la epístola, diciembre 23 de 1890″. Cuatro días después los restos se depositaron en una nueva urna de zinc y en uno de sus costados se grabó con un buril lo siguiente: “Los infrascritos certificamos que esta urna encierra los restos del conquistador Gonzalo Jiménez de Quesada”, se firmó un acta que se depositó en un tubo metálico y se guardó en la urna.

Posteriormente, a las doce del día se realizó un desfile con el cual se trasladarían los restos hacia el cementerio con una comitiva fúnebre que partió de la Plaza de Bolívar. Para entonces, el cementerio llevaba medio siglo recibiendo los cuerpos que ya no se enterraban en las iglesias por la prohibición de continuar los entierros en estas. Sin embargo, los restos de Quesada no fueron enterrados propiamente dentro del cementerio, sino fuera de este, entre la portada y la hacienda la Armenia, donde se encontraba una plazoleta cruzada por el camino de Engativá y adornada por una columna de pesado estilo.

El monumento fue originalmente encargado desde Europa para realizar un homenaje a Manuel Ancizar, pero a su arribo el Concejo decidió asignarlo para sepulcro de Quesada, ubicándolo en un espacioso jardín protegido por una verja de hierro. El “sepulcro-monumento” fue elaborado en mármol blanco, de construcción sencilla conformado por un pedestal escalonado con una cruz tallada al frente y coronado por una urna cineraria y un manto fúnebre.

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En sus cuatro costados se encuentran las inscripciones: Al fundador de Santafé de Bogotá – Gonzalo Jiménez de Quesada – El Consejo Municipal de Bogotá 1891-1892 – Expecto Resurrectionem Mortuorum. Curiosamente, esta última frase también se encontraba sobre el pórtico de la entrada antigua del cementerio. Es decir, ambas frases se enfrentaban una a la otra en un mismo lugar. Esta coincidencia proviene, según Enrique Ortega Ricaurte, porque Rufino Cuervo teniendo en cuenta la frase de la tumba de Quesada decidió utilizarla cuando se construía el pórtico antiguo del cementerio, así mismo esta frase fue incorporada de nuevo cuando en 1905 Julián Lombana rediseñó la entrada y le dio el aspecto que actualmente tiene.

Con el tiempo la “tumba-monumento” se volvió un sitio de peregrinación, principalmente para la colonia española, por eso en 1910 la tumba de Quesada fue el lugar seleccionado para que desde allí se hiciera la manifestación de España a Colombia como símbolo de reconciliación y se diera comienzo a la programación de los festejos del primer siglo de Independencia de España.

De acuerdo con José Vicente Ortega Ricaurte al costado izquierdo del jardín de la tumba de Quesada se encontraba una célebre cantina llamada Las Fosas. Visitada principalmente por el poeta Julio Flórez. Su estadía en este lugar era tan frecuente que de allí nació el rumor de que él en las noches saqueaba las tumbas para extraer cráneos y beber de ellos el vino que inspirara sus versos. Así se mantuvo este sepulcro hasta que con motivo de la inauguración de la apertura de la calle 26 en 1923, el día de los difuntos, fue trasladado al interior del cementerio católico en el camellón central frente a la capilla.

Sin embargo, este no habría de ser el último refugio de los despojos de Quesada, pues para la celebración del IV Centenario de Bogotá el 5 de agosto de 1938 los restos de Quesada volverían a su entre comillas “lugar original”, a la Catedral Primada, donde, por medio de un nuevo desfile militar, reposarían en la capilla de Santa Isabel de Hungría, patrona de Bogotá, en una tumba adornada con una escultura yacente elaborada por el maestro Luis Alberto Acuña, los escudos de Quesada, Bogotá y España, inscripciones en latín sobre su elaboración y el epitafio que siempre lo ha acompañado.

Y se plantea el “lugar original” entre comillas, pues en la iglesia de Santo Domingo en Mariquita se encuentra una reproducción de este sepulcro el cual puede ser apreciado desde el atrio de la iglesia y está allí sin restos y con el epitafio traducido al español “Espero la resurrección de los muertos”, como recuerdo que fue en esta población donde inicialmente deseo dormir el sueño eterno Quesada.

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Por su parte, la tumba del Cementerio Central que empezó como monumento y luego transmutó en sepulcro, finalmente se convirtió en un olvidado y desconocido cenotafio al fundador de Bogotá.