El coronel en retiro Jaime Pinzón Amézquita carga hace 18 años con una vergüenza que le entregaron entre honores. Una medalla de servicio distinguido en orden público, fue el premio que el Ejército le otorgó por los buenos resultados militares que tuvo mientras fue comandante del Batallón de Infantería N.° 10 Atanasio Girardot, de Medellín, entre diciembre de 2005 y octubre de 2006.

Lo que entonces recibió con satisfacción y orgullo se convirtió en culpa y reproche, a sí mismo y a la institución. No sabía que, años después, la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) establecería que los resultados operacionales por los cuales le felicitaron y aplaudieron fueron, en realidad, ejecuciones extrajudiciales, delito conocido como falsos positivos.

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El 2 de junio de 2022, tras haberse sometido como compareciente ante la JEP, Pinzón rindió una versión voluntaria en el marco del Caso 03, conocido como el de los mencionados falsos positivos, que investiga asesinatos y desapariciones forzadas presentadas como bajas en combate por el Estado, en el cual Antioquia fue una de las seis zonas del país priorizadas.

En su versión, el coronel (r) reconoció su participación en estos hechos y se comprometió a dar un paso sin precedentes en el país: devolver la medalla que le dieron por el asesinato de inocentes que fueron presentados como muertos en combate. Ayer, en el Museo Casa de la Memoria, algunas de las familias de las víctimas de los crímenes aceptados por Pinzón fueron testigos del acto con el que les pidió perdón.

“Nos medían por los muertos”

Desde la tarima, adornada con flores, velas y las fotografías de los hijos, hijas, hermanos, hermanas, esposos, padres, madres y amigos a los que los militares arrebataron de sus familias, el coronel (r), vestido de blanco, reiteró el dolor y la vergüenza que siente por los crímenes en los que participó, pero, además, recalcó su compromiso con contribuir a la verdad y con aportar para que otros oficiales del Ejército envueltos en estos hechos comparezcan ante la JEP y cuenten la verdad.

“Se presentaron 53 asesinatos y desapariciones forzadas por hombres bajo mi conducción y mi mando. La entrega de esta medalla es la materialización de mi reconocimiento de responsabilidad por los crímenes en contra de sus familiares, que no eran combatientes ni delincuentes”, expresó el coronel (r) durante el acto simbólico, que contó con la presencia de la Corporación Jurídica Libertad; la magistrada de la JEP, Nadiezhda Henríquez; el Ministerio de Defensa; y la Misión de Verificación de la ONU; entre otras entidades.

Sus palabras salieron por momentos entrecortadas y entre pausas por silencios que eran interrumpidos por el llanto de algunos de los familiares de las víctimas que asistieron al acto con la convicción de que no cesarán en su búsqueda de verdad, justicia y reparación por estos hechos ocurridos durante el conflicto armado.

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El coronel calificó, además, como una época vergonzosa el tiempo en el que fue comandante: “Los superiores nos medían por los muertos y litros de sangre que debíamos presentar”. Reconoció que nunca debió recibir esa medalla, porque es un premio al incumplimiento del deber que tenía como integrante de la fuerza pública: proteger a la población civil.

Bajo la conciencia de que su arrepentimiento en nada cambia el dolor de las víctimas ni les devuelve a sus seres queridos, Pinzón recalcó su voluntad para esclarecer lo sucedido. De hecho, hizo un llamado a otros oficiales que tuvieron rangos similares o superiores al suyo para que “no revictimicen” a las víctimas ni a los subalternos que hoy quieren contribuir con la verdad. “Es el momento de quitar la máscara del negacionismo y la justificación”, sostuvo.

“Ni un minuto de silencio”

Para las familias de las personas asesinadas no fue sencillo participar en este acto, pese a que saben que es necesario y a que hoy lo ven como la puerta para que más militares se comprometan con el reconocimiento de responsabilidades y la verdad sobre las ejecuciones extrajudiciales.

Nora Pulgarín, integrante del colectivo Tejiendo Memorias y familiar de víctimas de ejecuciones extrajudiciales, les recordó al coronel (r) y a los demás asistentes que no olvidan que sus seres queridos fueron arrebatados por un Estado que tenía la obligación de protegerlos. Sin embargo, reconoció la voluntad de Pinzón de aportar a la verdad y contribuir en su reparación.

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Alexánder Castro, del mismo colectivo y también familiar de una de las víctimas, relató cómo la vida les cambió hace casi dos décadas cuando se vieron obligados a transitar el camino de la exigencia de verdad y justicia, lo que les significó vivir en medio de amenazas. “Queríamos que el mundo supiera que los soldados estaban asesinando a inocentes y se llenaron de premios, como medallas, ascensos, dinero y viajes”, señaló, al tiempo que pidió a la JEP ser rigurosa con las contribuciones de verdad de los comparecientes. Con la premisa de que no guardarán ni un minuto de silencio por sus muertos, las familias recordaron a las víctimas de estas ejecuciones extrajudiciales. Los relatos son dolorosos y aún les causan el mismo dolor.

Recordaron que Álvaro Antonio Cortés Castillo, Gonzalo Velásquez Gallego, Ancízar Anacona Prado, Luz Dary Román Cardona y Ricardo Mosquera Macías fueron engañados en Cali para que vinieran a Antioquia, donde fueron asesinados. La llegada de estos ciudadanos se dio, según el reporte, “con el concurso de una red de reclutadores al servicio del batallón con aquiescencia del coronel Jaime Pinzón Amézquita”.

El 30 de abril de 2006, tropas adscritas al batallón que comandaba Pinzón ejecutaron en Yarumal a estas personas y las presentaron como “bajas en combate y sin documentación”. El propósito de que fueran cuerpos sin identificar no se logró porque Luz Dary escondió entre sus prendas un documento de identidad que le permitió a Medicina Legal identificarla a ella y a las otras víctimas.

Se supo que no eran combatientes ni delincuentes, una verdad muy importante, que aumenta su relevancia con el acto de ayer, porque es una forma de reivindicar a las víctimas.

Tras el acto simbólico en la Casa de la Memoria, el coronel (r) dejó volar una paloma blanca como símbolo de reconciliación. Posteriormente, hubo una conversación a puerta cerrada entre él y las víctimas. El colectivo Tejiendo Memorias decidió dejar la medalla bajo custodia del Museo.