Cada hora que pasa sin que las cosas cambien en Venezuela desde el pasado 28 de julio, cuando tuvieron lugar las elecciones en las que, de acuerdo con las actas difundidas por la oposición, Nicolás Maduro sufrió una aplastante derrota ante Edmundo González Urrutia, le da un invaluable volumen de oxígeno al régimen. El tiempo es el factor más preciado en estas circunstancias, y lo consigue, entre otros factores, gracias a las posturas de gobiernos de la región como los de Colombia, Brasil y México, que lo ayudan a apuntalar.
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Pero si bien Maduro ha conseguido ganar tiempo y cumplir un mes en el poder, proclamado por el chavista Consejo Nacional Electoral (CNE) y ratificado por el también madurista y sin competencia Tribunal Supremo de Justicia (TSJ), logró también unir a buena parte de la comunidad internacional que coincide —con diferentes matices de mandatarios que van desde quienes lo llaman dictador y reconocen como presidente de Venezuela a Edmundo González Urrutia hasta quienes aún consideran a Maduro mandatario legítimo de ese país— en exigirle las actas de las elecciones, que, un mes después, sigue sin mostrar.
El punto es ese, y el mundo ya no pierde el foco. Esos documentos le pesan tanto al régimen que lo tienen como las bestias cuando están empantanadas: patalean y patalean, y lo único que consiguen es hundirse más, esta vez frente al coro mundial que se levanta cada vez con mayor fuerza pidiendo esas pruebas. También ha quedado al descubierto que quienes ocultan esas actas obedecen a al menos dos tipos de mentalidades que creen (y pretender que otros crean) que un presidente tiene cómo ser proclamado, como lo hicieron el CNE y el TSJ, sin mostrar las evidencias del resultado electoral, es decir, las actas.
Unas son las mentes cerradas, desconectadas definitivamente de la realidad, de la lógica, del sentido común, y otras son las que actúan con perfidia y alevosía, o sea, con la cautela necesaria para asegurar la comisión de un delito contra las demás personas, una circunstancia que agrava su responsabilidad criminal. ¿De dónde sale que, según el CNE, Maduro ganó con el 52 % frente al 43 % de González Urrutia, si ni esa máxima autoridad del poder electoral venezolano ni el TSJ han presentado un mes después de las elecciones, públicamente, el detalle del escrutinio en las actas, como debe ocurrir en cualquier democracia plena?
El mundo entero, no solo Latinoamérica, se sigue preguntando cuál es la razón para que el régimen de Venezuela no publique aún las actas. En todo caso, el muy reputado Centro Carter y el panel de expertos de la ONU encontraron irregularidades en esos comicios, y la Misión Internacional Independiente Investigación de la ONU en Venezuela consideró que el TSJ y el CNE “carecen de independencia e imparcialidad” para emitir algún concepto sobre las elecciones, y, además, han desempeñado “un papel dentro de la maquinaria represiva del Estado”. La OEA también las exige y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), que se reúne este miércoles para evaluar la situación, asegura que la población venezolana es víctima de terrorismo de Estado.
Pero también ronda la pregunta sobre las razones detrás de las posturas del presidente Gustavo Petro, que, solo dos semanas después de las elecciones, se pronunció pidiendo nuevos comicios “libres”, el levantamiento todas las sanciones contra Venezuela, una amnistía general nacional e internacional, garantías totales a la acción política, un gobierno de cohabitación transitorio y un modelo de alternancia en el poder como el Frente Nacional que se dio en Colombia. En un segundo pronunciamiento conjunto con Lula da Silva, después del chapucero reconocimiento que hizo el TSJ de la decisión del CNE, los dos mandatarios coincidieron en pedir las actas también.
Negociación con Eln frenaría a Gustavo Petro
El presidente Petro ha ido siempre a la zaga de los demás mandatarios de la región para pronunciarse sobre Venezuela. Esa actitud podría atribuirse en principio a al menos tres factores: por la prudencia y cautela que debe observar un jefe de Estado, por la simpatía (o comunidad de fines políticos) que se profesan los líderes de izquierda (lo cual alimenta la tesis de que Petro, Lula da Silva y Andrés Manuel López Obrador buscan ganar tiempo para Maduro) o por el pragmatismo que lo obliga a considerar siempre de que Colombia y Venezuela tienen una frontera de más de 2.000 kilómetros y una fuerte actividad económica. Pero hay otro factor (o actor) que estaría inhibiendo al presidente de Colombia.
Se trata del Eln, el grupo armado organizado (GAO) más grande del país con el que el Gobierno Nacional intenta alcanzar la paz, un enredado propósito que está en crisis por la inoperancia de la mesa de diálogos y la no prórroga del cese al fuego bilateral, nacional y temporal. El único que tendría la llave para destrabar ese proceso sería, ni más ni menos, la cabeza del régimen venezolano. El Eln se mueve como Pedro por su casa en ese país, y, para críticos de Petro como el expresidente Andrés Pastrana, las más recientes palabras de Maduro aludían a esa guerrilla.
“Tenemos muchos amigos en Colombia. No lo digan. Que queda aquí en la reunión. Mucha gente que nos quiere en Colombia… Muuucha, muuucha. Muuucha gente en Colombia”, dijo Maduro en las últimas horas. “[…] Aquellos que osen, como han osado, desde Colombia tratar de agredir a Venezuela, nuestros amigos nos protegerán, nos seguirán protegiendo. Mi saludo a todos mis amigos colombianos y venezolanos que desde Colombia nos protegen. Mucha gente…”.
Si es cierto que Maduro tiene algún grado de influencia sobre el Eln, el presidente Petro debe andar con pies de plomo y tratarlo con guantes de seda. Del proceso de paz con esa organización prácticamente depende el andamiaje del proyecto quizá más importante de su Gobierno: la “paz total”. Eso, incluso, lo sabe el jefe del Eln, alias ‘Antonio García’, que amenazó con levantarse de la frágil mesa de negociación si el Gobierno no los saca de la lista de los GAO, con lo cual, según el cabecilla, estarían “fracturando el tronco central” de la “paz total”.
El considerarse “tronco central” de la iniciativa bandera del presidente Petro le ha dado alas al Eln incluso para despotricar de la aspiración del mandatario e insultar al comisionado de paz Otty Patiño. “Esta paz total se está diluyendo en una especie de pacificación descriteriada y corrupta con procesos ficticios […]”, escribió la guerrilla en un comunicado, y de Patiño dijo que “está buscando hacer negocios […]” y que “lo que hoy se cuece” con él “es la más lamentable expresión de corrupción mafiosa que hace de la paz un negocio”.
En semejantes circunstancias y si es real el ascendente que Maduro tiene sobre el Eln, al presidente Petro le queda difícil salir a decir que lo que hay en Venezuela es una dictadura o reconocer a González Urrutia como presidente legítimo de ese país. Desde esta perspectiva, Petro luce crucificado. Pero hay otra fuerte corriente de opinión según la cual esta es la menor de las razones para que el mandatario colombiano luzca tan tibio frente a Maduro. La verdadera razón estaría en la coincidencia ideológica entre los dos.
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