La noche del martes 11 de noviembre quedará marcada en Bogotá no solo como un nuevo y brutal episodio de justicia por mano propia, sino como la fatal culminación de una crisis de salud mental que la institucionalidad no supo contener.
Mauricio Cendales fue alcanzado por una turba de motociclistas que lo lincharon enardecidos en la localidad de Kennedy, al occidente de la ciudad, después de huir de un accidente de tránsito. La violencia capturada en video—el campero azul fuera de control, la persecución masiva y la golpiza que lo dejó agonizando—muestra la furia descontrolada de la calle, pero oculta la historia de un hombre cuya familia clama que la ayuda llegó demasiado tarde, y de forma ineficaz.
Para la familia de Cendales, su huida y las maniobras erráticas al volante no fueron actos de un conductor ebrio o un criminal, sino la manifestación de un grave trastorno mental. Según su sobrino, Francilides Rodríguez Cendales, en entrevista a El Tiempo, la víctima venía sufriendo meses de luchas internas, con cuadros de depresión, estrés agudo y picos de agresividad verbal.
Hace apenas un año había estado hospitalizado, y si bien fue dado de alta por estabilidad, los recientes episodios de crisis y exaltación sin motivo aparente eran una señal de que su condición se había deteriorado gravemente. Esta perspectiva dota a la tragedia de un matiz desolador: ¿fue Mauricio Cendales una víctima de su propia enfermedad en pánico, y luego, de la barbarie colectiva?
El día de la tragedia, la desesperación familiar por el deterioro de Mauricio los llevó a pedir ayuda a la Policía de Chapinero, solicitando apoyo para su internamiento en una clínica psiquiátrica. De acuerdo con la esposa de Cendales, hubo un llamado de auxilio que, de haber sido atendido a tiempo, pudo haber evitado la muerte. La asistencia policial, según Rodríguez, llegó al lugar equivocado (el sitio de trabajo de Mauricio) y en el momento que ya era inútil.
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En el fragor de la conmoción y el linchamiento, la imagen pública de Mauricio Cendales fue distorsionada por versiones que son completamente falsas, según su familia. Dos narrativas, en particular, se instalaron: que conducía bajo los efectos del alcohol y que incluso atacó a los motociclistas con un arma blanca. Su sobrino desmiente categóricamente ambas afirmaciones, insistiendo en que Cendales no era “una persona de armas ni de peleas”.
La complejidad del caso se extiende incluso a los antecedentes y comparendos de Cendales Parra que salieron a flote, intentando perfilarlo como un infractor habitual. La familia también ofrece una explicación a estos registros: debido a su trabajo en la compraventa, Mauricio manejaba vehículos que recibía como prenda o para venta, lo que explica la aparición de multas bajo diversas placas.
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