Después de escuchar las dos intervenciones, Duncan asegura en su columna que “por separado no pueden entenderse” y con sus discursos queda claro que “si Duque se va a encargar de la administración de los asuntos de Estado, el uribismo [que se expresó por boca de Macías], desde el Congreso, se va a encargar del trabajo sucio”.

Ese trabajo sucio, explica este columnista, consistirá en neutralizar las demás fuerzas políticas, acaparar las instancias de representación e imponer una agenda de gobierno. “Se trata de una división del trabajo inédita en el régimen presidencialista colombiano, en el que en manos del presidente se concentraba la agenda política”, dice.

Pero Duncan hace una salvedad: “Podría pensarse, en principio, que será una situación conveniente para Duque, pues podrá dedicarse a problemas concretos sin necesidad de desgastar su capital político. El problema es que esa división del trabajo no es sencilla, y muy seguramente desde el Congreso le harán solicitudes incómodas para sostener las peleas políticas del uribismo”.

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En cambio, otra es la lectura que hace de los dos discursos Juan Manuel Ospina en su columna de El Espectador. Para él, las alocuciones de Macías y Duque dejaron dos asuntos claros: el primero, que el expresidente Uribe y su grupo “tienen como su objetivo político principal para los próximos años ya no a las Farc, sino al expresidente Santos”.

“El discurso de […] Macías abrió fuego en la nueva guerra que ya no será entre guerreros y pacifistas, sino entre los dos expresidentes; una guerra ciegamente personalista, que podría hacer ver a Santos como una víctima del encono uribista, y en la cual Duque nada tiene que ver”, escribe Ospina.

El segundo asunto, según este columnista, es que “Duque no es ni clon ni marioneta del expresidente. Tiene abierto el camino para consolidar su espacio político y establecer la impronta de su gobierno, y permitir superar la actual  polarización entre ‘castrochavistas’ y ‘paracos’ que entraba cualquier posibilidad de avanzar y de definir prioridades”.

En todo caso, plantea Arturo Charria, también en El Espectador, “no habrá dormido tranquilo el presidente Duque en su primer día de gobierno”, porque las palabras de Macías (a quien compara con Mefistófeles, el mensajero que en el mito de Fausto aparece para ofrecer y cobrar favores) “deben haber sonado toda la noche en su cabeza, pues no eran recomendaciones, ni un balance del país que debe administrar, sino una amenaza”.

“Macías cumplió su papel a la perfección, llevó el mensaje y lo adornó con la voz impostada que tienen los políticos en la plaza pública. La pregunta que muchos nos hacemos es por el papel que Duque está dispuesto a representar en esta obra, pues como a nadie le caben las líneas de Fausto en el bello poema teatral de Goethe: ‘Dos almas ¡ay de mí! imperan en mi pecho y cada una de la otra anhela desprenderse’”, añade Charria.

Y Julio César Londoño, en El País, de Cali, encuentra que los discursos de Duque y Macías fueron “muy semejantes en el fondo”, porque ambos rajaron a la administración Santos en todas las asignaturas. “Las diferencias fueron de forma. Duque fue más elocuente y matizó sus vainazos con llamados a la concordia y a la unidad nacional. Macías es un señor absolutamente básico, y así fue su discurso”.