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Por primera vez en la historia del país sudamericano, todos los mayores de edad están habilitados y obligados a votar en unos comicios presidenciales. Este sistema empuja a asistir a las urnas a ciudadanos que no suelen estar interesados o rechazan la política. Según encuestas, son más volátiles y acostumbran definir su voto a último momento, más allá de una mayor inclinación a la derecha. Su inclusión dispara la participación y alimenta interrogantes sobre el resultado de la elección.
Si anticipar el resultado de una elección presidencial es, de por sí, todo un desafío, la tarea puede resultar aún más complicada frente a un escenario nuevo como el que enfrenta Chile. Y es que el país andino estrenará comicios presidenciales con voto obligatorio y registro automático, lo que significa que, por primera vez en la historia, todos los mayores de edad están obligados por ley a votar para elegir al próximo mandatario.
La obligatoriedad del voto no es una novedad. De hecho estaba consagrada en la Constitución de 1925 y, con el regreso a la democracia en 1990 tras la dictadura de Augusto Pinochet, fue reinstaurada, aunque solo para aquellos que se registraran, un proceso que era opcional.
En 2012, el país pasó a un mecanismo de voto voluntario, pero con inscripción automática. Es decir, todos los mayores de edad estaban habilitados para sufragar, pero podían optar por no hacerlo.
Javiera Arce, magíster en Ciencia Política, señala a France 24 que ese sistema llevó a “una crisis de participación electoral”, con comicios presidenciales “con menos de un 50% de participación”, lo que se traduce en “una crisis de legitimidad” para el ganador. En ese escenario –añade la académica de la Universidad Católica de Chile y la University College of London–, la asistencia a las urnas también estaba supeditada “al nivel socioeconómico y de escolaridad”. “Cuando analizas los datos, la participación era mucho menor en las comunas y territorios más pobres”, remarca.
Tras una década de sufragio opcional, el voto obligatorio con registro automático se instauró de cara al debate por la redacción de una nueva Carta Magna, un cambio fundamental para la nación que requería garantizar una amplio consenso social.
El efecto inmediato fue un salto en la participación hasta alrededor del 85% en los referendos constitucionales de 2022 y 2023, que se saldaron con el rechazo a las dos propuestas de texto, tanto a la primera versión de corte progresista y respaldada por el gobierno de Gabriel Boric, como a la segunda, de tendencia más derechista.
¿Cuál es el perfil del votante obligado?
Frente a este nuevo escenario, analistas de la opinión pública intentan descifrar las tendencias que podrían seguir estos votantes que se incorporan de manera obligada a la elección presidencial.
En ese sentido, el Panel Ciudadano de la Universidad de Desarrollo (UDD) ha presentado encuestas en las que distingue entre el votante habitual y el obligado, guiándose por las preferencias de una muestra cautiva de 3.200 personas, a las que siguen en el tiempo y hacen las mismas preguntas de manera regular.
En su último sondeo antes de la veda electoral, a finales de octubre, el estudio mostró, como lo venía haciendo, que el votante obligado tiende a inclinarse por apoyar a candidatos opositores al gobierno de Boric (y a la candidata oficialista, Jeannette Jara), siendo el ultraderechista José Antonio Kast el aspirante con mayor intención de voto.
Pensando en el perfil de los sufragantes obligados, Javiera Arce sostiene que “en su gran mayoría es un votante masculino, que no es del área metropolitana sino de otras otras regiones del país”, por lo que puede ser “una persona más conservadora, que tiene la habitualidad de informarse o que incluso le molesta ir a votar”.
Por su parte, Rodrigo Medel Sierralta, sociólogo y politólogo de la Universidad de Chile, advierte que “el votante obligado no es una unidad sociológicamente homogénea”, pero “en un esfuerzo de simplificar podemos extraer por lo menos dos tipos de ciudadanos” en ese grupo.
En el primer caso, explica a este medio, está el “votante retraído” que “es aquel que no le interesa ni se informa de política, rechaza a la clase política en su conjunto y no estaba votando en ninguna de las elecciones ni salía a protestar”.
“Muchos de ellos es la primera vez que van a votar por un presidente. Es un votante muy difícil de capturar porque no se mueve en el eje tradicional de izquierda a derecha, está lejos de los partidos y de la política, no se siente cercano a ningún candidato. Podríamos pensar que es un ciudadano más proclive a ser seducido por discursos antipolíticos, anti-establishment, de corte más populista“, detalla.
Para Medel Sierralta, hay un segundo tipo de elector obligado que “es el votante que se venía politizando desde las calles en Chile“, un proceso que “comenzó en el 2006 con la movilización de estudiantes secundarios y tuvo su punto culmine para la época del estallido social” de 2019. “Es un ciudadano que se estaba movilizando, que sí se identifica con el eje izquierda-derecha pero que no creía en los partidos o las instituciones políticas. Ese también está entrando y tiene una expresión, principalmente más vinculada a la izquierda en términos ideológicos”, completa.
En términos de impacto, el sociólogo advierte que, de los dos grupos mencionados, el “votante obligado retraído genera más, son muchos”, y representarían “entre un 25 y un 30%” del padrón electoral.
El voto extranjero, ¿otro factor influyente?
Dentro de los nuevos votantes incorporados al padrón para estas elecciones presidenciales, alrededor de 100.000 son inmigrantes, elevando a casi 900.000 los extranjeros habilitados para elegir al próximo mandatario, según el Servicio Electoral de Chile (Servel).
Se ven beneficiados por una legislación laxa que es muy poco habitual en el mundo. Los extranjeros no nacionalizados que lleven más de cinco años viviendo en Chile son autorizados de manera automática a votar en cualquier tipo de elección, sin importar si tienen visa de residencia definitiva o temporal. Es un derecho consagrado en la Constitución instaurada durante la dictadura de Augusto Pinochet (1973 – 1990), que apuntaba a reconocer a los migrantes europeos de inicios de siglo que no querían nacionalizarse para mantener sus vínculos con sus países de origen.
Hoy en día, con cerca de 1,6 millones de extranjeros en el país (un 9% de la población, el doble que en 2017, un crecimiento inédito impulsado por la numerosa llegada de migrantes venezolanos), la cuestión del voto extranjero ha causado debate en la política chilena. En estos comicios presidenciales, si bien el sufragio también es obligatorio para los no chilenos, estos están exentos de la multa económica por no votar, que puede llegar a rondar los 100 dólares. Mientras que a partir de 2026, los extranjeros tendrán que acreditar diez años de residencia para poder acudir a las urnas.
En este contexto, casi un cuarto de los votantes extranjeros son personas que han huido de Venezuela por la profunda crisis política, social y económica bajo el mando de Nicolás Maduro. De ahí que los sondeos indiquen que se inclinan a rechazar propuestas de izquierda (que asocian al socialismo venezolano) y muestren preferencia por candidatos de derecha (con el ultra José Antonio Kast a la cabeza), aunque algunos promuevan discursos estigmatizantes hacia las personas migrantes.
“Lo que muestran los datos es que, en general, el votante venezolano sobre todo es de derecha y posiblemente de una de tipo radical –explica Medel Sierralta–. Ellos tienen terror a que la izquierda avance como en Venezuela porque justamente son quienes se fueron producto de la situación allá”.
Al respecto, Javiera Arce añade que “muchos de los venezolanos vienen con el trauma de lo que ocurrió en su país y, entonces, (la candidata oficialista) Jeannette Jara es vista en parte como la enemiga, como alguien que va a instalar el socialismo y que es igual a todo el proyecto chavista y madurista”. No obstante, considera la politóloga, “hay un poco de mito, no estoy tan segura de que todos los venezolanos sean votantes de derechas” y, además, “tampoco tenemos la certeza de cuántos van a movilizarse a votar”, considerando que no sufren la penalización económica por ausentarse.
El sufragio obligatorio alimenta la incertidumbre
Más allá de las tendencias y análisis, los expertos coinciden en que, ante todo, el voto obligatorio añade una incertidumbre inédita para una carrera presidencial chilena, alimentada en parte por la volatilidad de los nuevos electores.
En una columna publicada en el sitio web Ex-Ante, el gerente general de Panel Ciudadano-UDD, Juan Pablo Lavín sostuvo que “el verdadero enigma de esta elección” es el comportamiento del votante obligado en las dos semanas previas a los comicios porque “son los menos consistentes en sus preferencias, los menos ideológicos y, paradójicamente, los más decisivos. No votan por lealtad ni por identidad, sino por lo que les hace más sentido en este momento”.
Medel Sierralta coincide en que “en el voto voluntario, era un poco más fácil predecir quién iba a ser el presidente toda vez que el riesgo de selección era menos fuerte”. Esto ha supuesto también un desafío para las encuestadoras porque “es más difícil llegar a este votante retraído”, ya que los sondeos demandan tiempo y “las preguntas no son fáciles de responder”.
Otra de las incógnitas pasa por cuántos de los votantes obligados optarán por impugnar sus papeletas o emitirlas en blanco. En 2024, los comicios regionales, la primera votación de cargos electivos con sufragio obligatorio, mostró una tasa de votos nulos y en blanco que, en algunas categorías y comunas, llegó al 20%.
Aunque sostiene que “en la presidencial no creo que haya niveles tan altos de nulos y blancos” porque “hay más información” e “identificación” con los candidatos, Javiera Arce apunta que “encuestadoras plantean que hay niveles de incertidumbre grandes, que todavía tenemos alrededor de un 20% de indecisos”.
Esa cifra presenta, entre otros, la última publicación del Centro de Estudios Públicos (CEP) antes de la veda electoral que rige 15 días antes de los comicios. En él, describe a los indecisos como personas que “tienen menor probabilidad de estar interesados en la política, o de confiar en el proceso electoral”. Y aunque destaca que “es un grupo altamente heterogéneo”, en general se trata de “mujeres, adultos mayores, esencialmente residentes de sectores urbanos, sin pareja y con menor probabilidad de tener ingresos altos”.
De este grupo, que suele definir su voto a último momento, puede depender el resultado de una elección presidencial histórica, que convocará al mayor número de votantes en la historia de Chile.
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