Si bien Hernández no menciona en su escrito que Nicolás Maduro trabajó durante siete años conduciendo un vehículo de servicio público, puesto desde el que comenzó su carrera política al convertirse en sindicalista, sí asegura que en Venezuela “hay quienes se alteran tras cada decreto presidencial y quienes, sin protestar ni votar rojo, siguen las órdenes ridículas de un chofer que juega a ser dictador”.

“Las personas, que muchas veces salen de sus casas sin desayunar, se desmayan en los vehículos porque, por lo general, se apretujan unos contra otros luego de que el chofer les diga, de mala manera: ‘caminen hasta el final del pasillo, todos se quieren ir’ o que algunos usuarios amenacen con empujar para poder subir”, lamenta Hernández en su columna.

Eso, porque “los autobuses no son suficientes para cubrir la enorme necesidad de movilización”, debido a que “son chatarra sobre ruedas” o porque “en su mayoría están parados en los ministerios de transporte esperando a que el Gobierno los utilice para trasladar personas obligadas a vestir de rojo en una marcha socialista”.

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¿Y los carros particulares? Según Hernández, permanecen varados en los garajes de las casas, porque “les faltan batería o dos cauchos (llantas), […] tienen problemas con el motor, al que simplemente le falta aceite; vehículos cuyos dueños no mueven porque ameritan reparaciones que ni con 10 sueldos se pueden pagar”.

Así que cada vez son más los venezolanos que dependen del transporte público, “lo cual es un castigo peor que el infierno”, lamenta la columnista.

“La Venezuela en la que nací se quedó atrás para dejarnos un país donde los ciudadanos son tratados como ganado arreado, no solo por los funcionarios sino también por las mismas personas de a pie”, continúa Hernández. “Aquí, quienes tienen un poquito más que la mayoría salen a las calles para aprovecharse de la miseria ajena, como los conductores de camiones que cobran el precio de dos pasajes para transportar en la parte de atrás seres sudorosos e insolados que van como sardinas en lata. Muchas veces los camiones ni siquiera tienen varadillas que los mantengan adentro o son ‘cavas’ para cargar alimento, sin luz ni ventilación”.

En suma, a esa Venezuela es a la que, María Clara Ospina, en su columna de El Nuevo Siglo, califica de “estado terrorista”, designación comprende “estados que maltratan a sus ciudadanos, violando sus derechos humanos, sometiéndolos a hambre, a escasez de productos básicos para su subsistencia, como son las medicinas y la atención hospitalaria, y a la angustia permanente causada por los arbitrarios actos de un gobierno totalitario”.

Ospina recuerda que las difíciles condiciones que padecen los venezolanos en su país por la “monstruosa crisis humanitaria” ha provocado una migración de millones que huyen “cargados de dolor, miedo, enfermedades y hambre”.