A orillas del río Sena, los desechos obstaculizan la vista de Notre Dame. Para contemplar la famosa catedral, construida entre los siglos XII y XIV en el corazón de la capital y dañada por un incendio en 2019, hay que hacer abstracción.

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Los turistas desean contemplar la torre Eiffel desde la impresionante explanada de Trocadero, pero, cuando salen del metro, primero deben recorrer un muro de sacos de plástico. En el centro, las otrora callejuelas románticas están sembradas de cajas y cartones, a veces con comida en mal estado.

“Nunca he visto esto en Canadá”, asegura Omera, una turista canadiense, justo después de tomar una foto de la basura amontonada en Saint Michel, en el barrio latino. “¡Esto hará huir a los turistas!”, pronostica.

Martin Ruiz, un estadounidense de 18 años, lamenta el olor: “Es asqueroso”. “El olor es desagradable para poder consumir alimentos o transitar por la ciudad”, agrega Ángeles Mosqueda, una turista mexicana.

La alemana Claudia Harmand explica el improbable “eslalon entre la basura”, que “fastidia un poco el encanto de la ciudad”. “No es genial”, reconoce con una sonrisa.

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París, que recibió en 2022 unos 34,5 millones de turistas según las autoridades, registra un importante descontento social contra una reforma promovida por el presidente liberal Emmanuel Macron, a la que se oponen dos de cada tres franceses.

Para obligar al gobierno a dar marcha atrás, los sindicatos recrudecieron la semana pasada sus acciones con huelgas prorrogables en sectores clave como energía y transportes, después de haber organizado manifestaciones masivas en enero y febrero.

En París, los empleados municipales de recolecta de basuras empezaron hace más de una semana su paro, que afecta a la mitad de la capital. Uno de ellos, Nabil Latreche, de 44 años, denuncia el hecho de tener que trabajar más años, pese a contar con un trabajo “penoso”.

“Trabajamos llueva, nieve o haga viento […]. Cuando estamos detrás del camión, respiramos cosas volátiles. Tenemos muchas enfermedades profesionales”, asegura. “Cuando me jubile, sé que viviré pobre” con una pensión de 1.200 euros (1.280 dólares) como mucho, lamenta Murielle Gaeremynck, una mujer de 56 años, basurera desde hace dos décadas.

Sus compañeros de las empresas privadas, que operan en el resto de la capital, enfrentan por su parte el bloqueo de las plantas incineradoras. En total, 5.600 toneladas de basura se acumulaban el lunes en las calles, según la alcaldía, un volumen que aumenta cada día.

De vacaciones en París, miles de turistas se hallan así inmersos en el conflicto social francés. Para Mark, del estado estadounidense de Kansas, la empatía es relativa.

“La huelga no cambiará nada. Si hay que jubilarse más tarde, pues se hace”, asegura el hombre, que empuja el cochecito de su bebé.

La británica Olivia Stevenson apoya en cambio las huelgas “en cualquier lado”, ya sea en Francia o las recientes en su país. La basura en París “estropea la vista y el olfato”, pero “la jubilación y el sueldo es importante para mucha gente”, explica.

“Evidentemente, no es lo mejor para los turistas extranjeros”, reconoce Jean-François Rial, el presidente de la Oficina de Turismo y de Congresos de París, pero “no dañará la imagen” de la ciudad.

“Incluso dos semanas sin recogida de basura no habían perjudicado a Nápoles”, asegura el hombre, para quien el conflicto social no le pasará factura “a la frecuentación turística de esta maravillosa ciudad”.