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Los militares de Madagascar han tomado el poder y declarado el fin del gobierno del presidente. La población civil, en su mayoría, ha recibido con agrado la noticia. RFI Conversó con Albert Roca, antropólogo e historiador especializado en Madagascar.
La reciente asunción del poder por parte de los militares en Madagascar ha disuelto el Senado y suspendido la Constitución, dejando a la nación en un limbo político. La promesa de un gobierno civil por parte del ejército plantea interrogantes sobre si la historia se repetirá o si esta vez la transición tomará un rumbo diferente.
Según Albert Roca, antropólogo e historiador especializado en Madagascar, la situación actual “recuerda mucho a la crisis del 72 que dio lugar a la Segunda República”. En aquel entonces, manifestaciones masivas, impulsadas por jóvenes y universitarios, precipitaron la intervención militar. El patrón actual es similar: una represión inicial, seguida de la “inhibición” de las fuerzas armadas, que finalmente “se ponen del lado de los manifestantes y toman el poder”.
A pesar de que la Unión Africana califica la situación como un golpe de Estado, muchos ciudadanos malgaches ven la intervención militar como una necesidad imperante. “La gente está de acuerdo con lo que ha hecho, es decir, no consideran que sea un golpe de Estado”, explica el analista. Para ellos, “alguien tenía que acabar con el orden que existía y solamente podía ser el Ejército”. Este sentimiento surge tras 16 años de gobierno de Rajoelina, marcados por la ineficacia y la corrupción.




Es la unidad militar que ha tomado el control. No se trata de una fuerza de combate, sino de la unidad de personal administrativo y técnico. Como señala el historiador Roca, “es la unidad, digamos, donde está la gente que organiza logísticamente el ejército, no estratégicamente.” Esta unidad, al ser “la parte más civil del ejército malgache,” está intrínsecamente ligada a las dinámicas sociales y económicas del país.
Recordando el precedente de 2009, donde un directorio militar de tres años llevó a una nueva Constitución y elecciones, “se parece mucho a lo que ocurrió en 2009 y realmente ya se habla de un documento en el cual se fija cómo va a ser la transición”. Aunque este documento es, por ahora, un rumor, se especula con la inclusión de representantes provinciales en el futuro gobierno.
Los militares, en lugar de declarar un estado de excepción, han hecho un llamado a la calma: “no os manifestais, acabamos con las manifestaciones. Es momento de sentarse alrededor de una mesa”.
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La juventud malgache que busca un cambio
La juventud malgache, a menudo la vanguardia de las protestas, es un actor fundamental. “Quien se manifiesta prácticamente siempre son la gente joven”, comenta el analista, aunque subraya que “no son solamente los jóvenes quienes están contra Rajoelina.” El descontento generalizado se explica por “una situación de bienestar, de falta de bienestar marcadisima en un país que tiene mucho potencial y que, sin embargo, está entre los más pobres del mundo, sin tener guerras, sin tener grandes catástrofes generalizadas”.
A pesar del aislamiento geográfico, los jóvenes malgaches están “conectados con el mundo exterior,” adoptando lemas globales como “Generación Z.” No obstante, “el cansancio sobre Rajoelina es intergeneracional,” con una oposición que ya en las elecciones de 2023 “se negó a participar… Se consideró que las elecciones estaban falseadas. Es decir, hoy está muy deslegitimado”.
¿Por qué un golpe militar?
La aparente aceptación de la intervención militar por parte de la población se cimienta en la ausencia de una oposición fuerte y unificada. “No hay una organización opositora con un líder claro, o con o sin un líder”, asegura el también antropólogo Albert Roca. A diferencia de las crisis de 1991 o 2002, que contaban con movimientos o líderes opositores definidos, “ahora no lo hay.”
La incapacidad de la oposición para generar “un líder único” o una plataforma sólida ha dejado un vacío. El malestar social ha persistido y, ante la falta de alternativas políticas, “lo que ha ocurrido se parece mucho a lo que ocurrió en 1972.” En aquel entonces, el ejército tomó el poder con un directorio militar que, “progresivamente fue devolviendo el poder a la sociedad”.
Aunque existe una “cierta inquietud” sobre el futuro, y la posibilidad de que “los grandes poderes fácticos de la isla acaben dominando nuevamente la situación son altísimas”, la intervención militar se percibe como una vía para evitar el caos y abrir una nueva etapa. El ejército, aunque “atravesado por las líneas de clase, estatus, rango que atraviesan la sociedad malgache”, ha tomado la iniciativa en un momento de gran necesidad.
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