Cambiar de lugar de residencia es siempre algo difícil, incluso para los ricerontes. Un equipo de veterinarios especializados necesitó seis semanas para desplazar a más de 30 jóvenes rinocerontes huérfanos hacia un nuevo santuario.

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Esperan que ahí, en un lugar secreto, perdido en la exuberante vegetación de la provincia sudafricana de Limpopo (norte), los animales estarán a salvo de la caza furtiva que mató a sus madres.

“No se pueden solo desplazar de un momento a otro y pensar que ‘ya están en su lugar’. Hay que hacer las cosas con delicadeza, son muy sensibles”, dice Yolande van der Merwe, directora del Orfelinato des rinocerontes.

Su misión entre esos bebés de piel dura y hocico rectangular se reduce a tres palabras: “socorrer, cuidar y soltar”.

Cuando nacen, estos bebés rinocerontes pesan unos cuarenta kilos. “Son todos pequeños, un poco más arriba de la rodilla”, muestra Yolande. Después, comen mucho y aumentan más de un kilo diario. A un año, estos dos bebés ya se acercan a la media tonelada.

La organización se desplazó en julio a un lugar más grande que les fue ofrecido generosamente, tras la expiración de su antiguo contrato de alquiler.

‘Baby Benji’, un pequeño rinoceronte de solo unos meses, fue el último en mudarse. Quedó huérfano hace poco y el equipo temía que reaccionara mal durante su traslado por lo que fue anestesiado y llevado en la parte trasera de un vehículo 4×4.

Pero su compañero ‘Bouton’, una oveja, se quedó pegado a él durante todo el viaje, dándole seguridad al pequeño bebé.

“La mayor parte del tiempo, sus madres fueron víctimas de la caza furtiva”, dice Pierre Bester, veterinario de 55 años que trabaja con el orfanato desde su creación hace diez años. “Allá afuera es la guerra”, dice.

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Contacto y calor

Sudáfrica alberga cerca del 80 % de los rinocerontes del mundo. Pero es también un lugar donde hay mucha caza furtiva. En los diez últimos años, miles de rinocerontes murieron a causa de sus cuernos, muy solicitados en Asia, especialmente en Vietnam, debido a sus presuntas virtudes.

Un lujo tan buscado que se puede vender a más de 90.000 euros el kilo, a través de redes mafiosas que controlan el tráfico ilegal.

En el santuario, los pequeños huérfanos son mimados por un equipo, casi todas mujeres, que se reemplazan entre ellos en permanencia para ayudarlos a adaptarse.

“Los rinocerontes cuidan a sus pequeños que siempre están a sus pies las 24 horas del día, toda la semana, y ese tipo de cuidados son los que necesitan”, explica la directora de 39 años.

Durante los cinco primeros meses, los voluntarios duermen cada noche con los pequeños rinocerontes, “nos convertimos en sus mamás”, dice Yolande Van Der Merwe. “Se pegan a nosotros durante la noche, por el contacto y el calor” en una especie de establo abierto.

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“Si uno quiere ir a comer o al baño, hay que hacerse reemplazar. De lo contrario el bebé se pone nervioso, grita, llora”. Un sonido agudo que recuerda al delfín. “Necesitan ese amor, esos cuidados intensos para que puedan superar el traumatismo”, agrega.

En este nuevo santuario, ‘Baby Benji’ y sus amigos se benefician de un corral más grande y con espacio para desplazarse libremente.

Y están equipados de emisores especiales que facilitan seguir sus desplazamientos en el marco de unas medidas de seguridad destinadas a tener lejos a los cazadores furtivos.