Las autoridades, que temen un estallido de violencia, están llevando a cabo controles en las estaciones de ferrocarril y en los puntos estratégicos de la capital en donde comenzaban a congregarse los manifestantes.

El gobierno, que se prepara para una “gran violencia”, anunció el despliegue “excepcional” de cerca de 90.000 policías en todo el territorio, que estarán apoyados en París por una decena de vehículos blindados para proteger los edificios públicos y despejar las barricadas.

Además de algunos miembros de los ‘chalecos amarillos’ que se han radicalizado, el Ejecutivo teme la movilización de grupos de extrema derecha y extrema izquierda que podrían aprovechar las manifestaciones para sembrar el caos.

Chaleco-Amarillo

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El fuerte dispositivo de seguridad desplegado en varios puntos estratégicos de la capital, incluyendo la sede de la presidencia y los Campos Elíseos, ha convertido el centro de París en una ciudad fantasma, con museos, monumentos y estaciones de metro cerradas.

Alain JOCARD / AFP

Los comercios de la zona de los Campos Elíseos amanecieron con paneles de madera en sus escaparates para evitar potenciales daños y saqueos. Muchos no abrirán este sábado, a pocas semanas de las fiestas de fin de año.

En la mente de todos los franceses están las imágenes de la última protesta de los “chalecos amarillos” el sábado 1 de diciembre, que desembocaron en escenas de guerrilla urbana, un escenario que las autoridades quieren evitar a toda costa en esta ocasión.

Emmanuel Macron

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Esta ola de manifestaciones comenzó el 17 de noviembre en oposición a un aumento de los impuestos a los combustibles, pero en las últimas semanas se ha convertido en una protesta generalizada contra la política económica y social del gobierno.

El presidente Emmanuel Macron cedió esta semana a algunas de las demandas de los manifestantes. Anuló el alza del gravamen a los combustibles, que hacía parte de un plan para combatir el cambio climático, y congeló los precios del gas y la electricidad durante los próximos meses.

Pero estas medidas no han sido suficientes para apagar la cólera del los ‘chalecos amarillos’, un movimiento sin estructura ni dirigentes, que expresa el hartazgo de la clase media que ha perdido poder adquisitivo.