El resultado de la votación de los diputados fue inapelable: 2.952 votos a favor, cero en contra y ninguna abstención, celebrados con un sonoro aplauso de los parlamentarios reunidos en el Gran Palacio del Pueblo de Pekín.

No era un resultado inesperado, dado que el parlamento está en la práctica subyugado al Partido Comunista (PCCh), que en octubre ya lo nombró por otros cinco años como secretario general y jefe de la comisión militar de la formación, los dos cargos de más poder en el país.

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Único candidato al cargo, el dirigente de 69 años recibió un nuevo mandato como jefe de Estado, cargo que ostenta desde 2013.

“Juro ser (…) leal a la patria y al pueblo (…) y trabajar duro en la construcción de un gran país socialista moderno que sea próspero, fuerte, democrático, más civilizado y armonioso”, prometió Xi con el puño levantado en su juramento, transmitido por las televisiones estatales en todo el país.

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Los últimos meses fueron complicados para Xi, con grandes manifestaciones a finales de noviembre contra su política de “covid cero” y una ola de muertes tras el abandono de esta estrategia en diciembre. Estas cuestiones sensibles se esquivaron durante la sesión anual del Parlamento, un evento cuidadosamente coreografiado en el que Li Qiang, aliado de Xi, deberá reemplazar como primer ministro a Li Keqiang.

Xi estableció como prioritario desarrollar estos sectores en busca de una autosuficiencia de China ante lo que Pekín contempla como una política “de contención” de Occidente para entrabar su desarrollo. La sesión anual de la APN fue también la ocasión de anunciar un objetivo de crecimiento modesto de “alrededor del 5%” en 2023 y un aumento del presupuesto militar.

La reelección formal de Xi como jefe de Estado encumbra el notable ascenso político de un responsable político antaño poco conocido para el gran público, que se ha convertido en el dirigente chino más poderoso en décadas.

Durante décadas, la República Popular de China, escaldada por el caos político y el culto a la personalidad durante el reinado de su dirigente y fundador Mao Zedong (1949-1976), promovió un sistema de gobierno más colegial en las altas esferas del poder.

En virtud de este modelo, los predecesores de Xi (Jiang Zemin y Hu Jintao) dejaron la presidencia tras diez años en el cargo. Pero Xi puso fin a esta regla al abolir en 2018 el límite constitucional de dos mandatos presidenciales, mientras alimentaba un incipiente culto a su personalidad.

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Bien entrado en la setentena cuando termine su tercer mandato, podría incluso aspirar a otro lustro como presidente si ningún sucesor creíble emerge en este tiempo.

Sin embargo, la segunda economía mundial se encuentra con numerosos desafíos por delante: ralentización del crecimiento, caída de la natalidad, dificultades en el sector inmobiliario o una imagen internacional lastrada. Las relaciones con Estados Unidos se encuentran en su momento más bajo en décadas, con múltiples contenciosos que van desde el estatus de Taiwán al trato de la minoría musulmana uigur o la rivalidad tecnológica.