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Desde el ataque cometido por Hamás en Israel el 7 de octubre de 2023 y la guerra en Gaza que le siguió, la inquietud se ha apoderado de muchos judíos de la región de Île-de-France. Entre el miedo a las agresiones antisemitas, el malestar en las relaciones sociales y la posibilidad de marcharse a Israel, cuentan cómo su día a día transcurre en un clima de inseguridad y desconfianza.
“Sucio judío”. La inscripción antisemita, pintada durante la noche del 2 al 3 de octubre en el número 2 de la rue du Donjon, en Vincennes, ha sido cubierta con una gruesa capa de pintura blanca. Pero para los vecinos judíos de la zona, el daño ya está hecho.
“El lugar no fue elegido al azar”, opina una mujer con la que nos encontramos más adelante en una tienda de comestibles kosher. Con aire resignado, nos muestra la foto de la pintura racista en su teléfono. “Un amigo lo ha compartido en Facebook esta mañana, llámalo si quieres saber más”.
La inscripción en letras negras fue ubicada a apenas cien metros de una escuela primaria judía. Se trata de un centro privado tan discreto que ninguna placa indica que, detrás de la verja verde de este pabellón coronado por dos cámaras de vigilancia, se encuentran las aulas a las que acuden niños judíos.




A 20 minutos a pie, frente a la pastelería kosher Charles Traiteur, situada en el límite entre París y Saint-Mandé, los últimos clientes se apresuran antes del sabbat. Allí, en la acera frente a la entrada de la tienda, otra pintada con la misma tipografía que la de Vincennes: la inscripción “Que se jodan los judíos”, escrita en negro en el suelo, descolorida por la lluvia que cae desde media tarde, pero aún visible.
El propietario se toma el asunto muy en serio. “He llamado a la comisaría esta mañana. Me han pedido que envíe una foto, pero no han venido”, se lamenta.
“Antes era ‘Abajo Israel’, ahora atacan directamente a los judíos. El mensaje es claro. Cada vez es peor”, explica el comerciante, antes de atender a una última clienta en la caja.
Ocultar su nombre en las aplicaciones de reparto
Ilan, de 33 años, también vio las fotos de las pintadas que circulaban. Su hermana vive en el barrio de la escuela judía. Ella lo llamó esta mañana para hablarle de las inscripciones antisemitas cerca de su casa. “La masacre del 7 de octubre fue la gota que colmó el vaso para la comunidad”, explica el joven.
“Desgraciadamente, los acontecimientos que están ocurriendo en Israel se repiten en Francia y en todo el mundo. Pero ya lo habíamos vivido antes con el Hyper Cacher y Toulouse [atentados perpetrados en marzo de 2012 contra la escuela judía Ozar Hatorah por Mohamed Merah, que mató a tres escolares judíos]. Ya era demasiado”.
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Para él, como para muchos judíos de los municipios limítrofes de Vincennes, Saint-Mandé o Fontenay-sous-Bois, el ataque a la tienda Hyper Cacher por parte del yihadista Ahmedy Coulibaly, que se cobró cuatro víctimas judías, sigue presente en la mente de todos.
“Desde el atentado, siempre estoy atento, siempre alerta”, explica el propietario de la pastelería Charles Traiteur, cuya tienda está situada junto al supermercado golpeado por el ataque terrorista el 9 de enero de 2015.
“Tenemos esa cultura interiorizada de decir que nunca estamos seguros”, cuenta Ilan. La historia de su familia está marcada por la repentina salida de Túnez de sus abuelos, provocada por los acontecimientos de Bizerta en 1961, que enfrentaron a los tunecinos con los franceses, que ocupaban allí una base militar.
“Mi abuelo vivió muy mal esta historia, que mi padre nos ha contado a menudo. Y hoy, por desgracia, nos sentimos rechazados por los discursos de algunos partidos políticos. Me pregunto si algún día no me expulsarán como Túnez lo hizo con mi padre”.
Los padres de Ilan hicieron su alya —la emigración a Israel— hace cuatro años, cuenta. Tras su marcha, el hijo se hizo cargo del negocio familiar, un servicio de catering kosher en un municipio del Val-de-Marne. “Durante un año, me fui a estudiar restauración kosher a Israel, pero volví. Yo amo Francia, amo este país que me ha dado una educación y que ha dado una oportunidad a mis padres cuando fueron expulsados de Túnez”.
Para Ilan, el Estado francés no es consciente del antisemitismo reinante. Por eso, el joven ha decidido tomar la iniciativa: prefiere ocultar su apellido en la aplicación de reparto de comida a domicilio Uber Eats, nunca indica su dirección real, pide a sus hermanas que le envíen una foto de la matrícula de sus taxis y que “tengan cuidado con lo que dicen en el taxi para no provocar”.
Ilan, que vive en Pantin, en Seine-Saint-Denis, también está pensando en mudarse desde que es padre de una niña pequeña: “Con el tiempo, no me veo dejando que mi hija salga a barrios que son un poco complicados para nosotros. Me sentiría más tranquilo en ciudades donde la comunidad [judía] es más importante”.
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“Hay un gran malestar. Los que pueden, y más concretamente la generación de entre 35 y 40 años, se marchan de Francia”, cuenta Michel*. “Llevo 30 años viviendo en Fontenay-sous-Bois, siempre hemos convivido con todo tipo de tendencias. Pero desde hace dos meses, me quito la kipá cuando estoy en la calle”.
Este sexagenario, que prefiere mantener el anonimato, se dice conmocionado por la acumulación de agresiones antisemitas. Recuerda el caso de un hombre que llevaba kipá y fue golpeado con puñetazos y patadas cuando salía de una sinagoga en París en marzo y, más recientemente, el ataque en Essonne contra un hombre de 67 años, que fue golpeado mientras le gritaban “sucio judío, te voy a matar”.
“¿Qué esperamos para actuar? ¿A qué haya un muerto?”
Los actos antisemitas han experimentado un claro aumento en Francia desde el 7 de octubre de 2023, fecha de los ataques sin precedentes del movimiento islamista Hamás contra Israel y del inicio de la guerra en la Franja de Gaza.
En los primeros seis meses de 2025, se registraron 646 actos antisemitas en el país, según el Ministerio del Interior. Esto supone una disminución del 27,5% en comparación con el primer semestre de 2024, pero un aumento del 112,5% con respecto al mismo periodo de 2023.
El contexto es especialmente delicado, ya que en Francia vive la mayor comunidad judía de Europa, con entre 450.000 y 500.000 fieles (judíos religiosos y no practicantes con al menos uno de sus dos progenitores judíos). Se trata de una estimación comúnmente aceptada, dada la ausencia de estadísticas étnicas y religiosas en Francia.
“En el día a día, pensamos antes de tomar una ruta, prestamos especial atención a nuestros hijos, para que no les molesten al salir de un restaurante kosher, por ejemplo”, detalla Michel. “Yo soy un hijo de la República, fui a escuelas públicas y laicas. Pero últimamente me he llevado un verdadero golpe”, confiesa este miembro activo de la comunidad cultural judía.
Michel dice que nunca imaginó que llegaría a esto. “Se nota que algunos quieren acabar con los judíos. Ese señor que salía de la sinagoga y que fue brutalmente golpeado, podría haber sido yo. A veces me digo: ¿Qué esperamos para actuar? ¿A qué haya un muerto?”.
Sus padres, de 80 y 87 años, están “muy perturbados”, confiesa con preocupación. “Han pasado por pruebas traumáticas. Así que mis amigos y yo nos hacemos la misma pregunta: ¿debemos irnos?”.
“El 7 de octubre lo rompió todo”
Una opinión que comparte Serge Belaiche, presidente de la Unión Comunitaria de Asociaciones Judías de Fontenay-sous-Bois. “Yo era un judío feliz en Fontenay-sous-Bois”, cuenta. “El 7 de octubre lo rompió todo”.
El que en su momento pensó en presentarse a las elecciones, ahora está enfadado con su ayuntamiento por haber apoyado manifestaciones propalestinas y a personalidades como la eurodiputada Rima Hassan. Sin embargo, recuerda que el ayuntamiento votó una subvención para la reconstrucción del kibutz Nir Oz, donde una cuarta parte de los habitantes desaparecieron durante la masacre del 7 de octubre, asesinados in situ o secuestrados por Hamás.
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Hoy, con más de 70 años, Serge Belaiche también se quita la kipá fuera de las calles de su barrio. “En la ciudad, soy miembro activo del diálogo inter religioso, que reúne a cristianos católicos, protestantes, musulmanes y a la comunidad judía a la que represento. Aunque tengo buenas relaciones con los responsables de la comunidad musulmana, en la calle hay miradas. Nunca me han empujado ni insultado, pero me miraban con malos ojos cuando llevaba la kipá”.
Los actos antisemitas se han sucedido durante los últimos dos años en el municipio. El año pasado, una placa en homenaje a los resistentes Marcelle y Maurice Minkowski fue destrozada. En enero, cuatro individuos, entre ellos dos menores, fueron detenidos mientras dibujaban una estrella de David en un edificio. Luego, este verano, un restaurante kosher fue vandalizado.
“Sin embargo, estamos en un municipio que hace mucho por la memoria”, subraya Serge Belaiche. Fontenay-sous-Bois es una de las primeras ciudades de la región en instalar “adoquines de la memoria”, placas de latón selladas frente a las casas de los habitantes de Fontenay deportados al infierno de los campos nazis por ser judíos o miembros de la resistencia.
La ciudad, donde residen judíos desde hace generaciones, sigue siendo un lugar de arraigo, explica Serge Belaiche. Desde los años 80, la comunidad se ha reforzado, con un pequeño auge demográfico. Ahora viven allí alrededor de mil familias, “a pesar de las marchas”, en una relativa tranquilidad.
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“Una de nuestras sinagogas se encuentra en la ZUP de Fontenay. El prefecto vino a aconsejarnos que reforzáramos su seguridad, en particular la videovigilancia. Sin duda, es la sinagoga más expuesta de las tres, pero, hasta ahora, no ha pasado nada”, explica.
“Una de las razones es que la gente ha crecido unida. Es una generación de cuarentones que ha ido a las mismas escuelas y, por lo tanto, se conoce. Gracias a eso, gracias a Dios, no ha habido ninguna manifestación hostil, ni siquiera después del 7 de octubre. Pero no le oculto que, cuando voy allí, prefiero llevar una gorra [en lugar de una kipá]”, añade Serge Belaiche.
“Nos dijeron que quemarían nuestras instalaciones”
Otros, aunque preocupados por el aumento de los actos antisemitas, han decidido no cambiar sus hábitos. Ari*, profesor de cábala (pensamiento místico judío), imparte clases a personas no judías interesadas en esta corriente de pensamiento.
También dirige una asociación judía “que ayuda a todo el mundo sin distinción de religión” y cuyas acciones se extienden a varios municipios de los suburbios de París. “En nuestras redes sociales hemos recibido amenazas: nos han dicho que quemarán nuestras instalaciones”.
“Con mi barba y mi kipá, tengo el aspecto de un rabino. Se me ve a kilómetros de distancia, pero no he cambiado, aunque en el fondo la inquietud es latente”, relata.
Nathan*, de 24 años y residente en Saint-Mandé, explica que no se siente amenazado en los lugares públicos. Siempre lleva colgado un colgante con la estrella de David y el “Haï”, el carácter hebreo que representa “la vida” o Dios. Este estudiante de Derecho afirma que se enfrenta más bien a “un antisemitismo discursivo que se esconde tras el antisionismo, con expresiones como ‘la entidad sionista’, ‘el semitismo de Estado’ o incluso ‘el Estado profundo”.
Percibido como un “colono genocida”
“Un antisemitismo que reactiva viejos clichés antisemitas que se encontraban en el nacionalsocialismo en Alemania“, denuncia. Como joven militante, se mueve en círculos de izquierda, donde dice sentirse etiquetado en cuanto se descubre su origen judío.
Nathan cuenta que cada vez que se habla del conflicto palestino-israelí se ve obligado a justificar sus posiciones y a demostrar que es “un judío de izquierdas”. “Y si tengo la desgracia de decir o sugerir que, tal vez, podría reconocer la existencia del Estado de Israel, inmediatamente se me considera un ‘colono genocida’, aunque participe en manifestaciones a favor de Palestina”.
Al final, tiene la sensación de que su compromiso o sus opiniones nunca parecen importar. Todo queda sistemáticamente borrado por la etiqueta de “sionista” que le ponen.
En este contexto, se unió al colectivo Golem, una asociación creada en noviembre de 2023 para dar voz a los judíos de izquierda. Nathan dice que se implica en ella, aunque, en el fondo, preferiría militar junto a no judíos que defienden la lucha contra el antisemitismo, en lugar de tener “la obligación de reunirse con los suyos”.
Y, en su opinión, el antisemitismo proviene hoy en día “más de los franceses blancos que, creyéndose revolucionarios, se comportan de manera antisemita, que de la comunidad musulmana, a la que se acusa de ser uno de los principales vectores del antisemitismo”.
Para Salomé, de 28 años, las dificultades surgen sobre todo cuando conoce a gente nueva. “Desde la guerra en Gaza, siento un gran malestar. Antes, me hacían preguntas sobre el judaísmo y yo contaba con gusto mi historia familiar. Pero hoy en día se ha convertido en un tabú. La gente me pregunta si soy judía después de ver mi estrella de David en forma de colgante. A menudo se sorprenden y parecen incómodos”.
En su vida amorosa, el tema también es importante. Cuando queda con hombres que conoce en aplicaciones, la conversación deriva sistemáticamente hacia la política para “sondearla sobre el conflicto palestino-israelí”. Salomé también siente un distanciamiento con parte de sus amigos judíos. “Hablamos poco, porque ellos se han declarado proisraelíes y yo propalestina. Se sienten traicionados. Pero, en mi opinión, son ellos los que traicionan nuestra religión, que es ante todo una religión de paz”.
*El nombre ha sido cambiado a petición de la persona entrevistada.
Este artículo es una adaptación de su original en francés
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