Por: DIVA REBECA

DIVA REBECA

Este artículo fue curado por Sarah Gutierrez   May 13, 2025 - 5:47 pm
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Durante años, Juan Pablo Jaramillo fue el rostro de una generación digital. Desde su habitación, convirtió las inseguridades en contenido, la adolescencia en marca, y la intimidad en espectáculo. Pero la fama —esa forma moderna de inmortalidad líquida— tiene un costo, y él lo pagó con su salud mental, su paz y, por poco, su vida.

Hace poco más de un año, las redes sociales presenciaron lo que muchos etiquetaron con ligereza como un “brote psicótico en vivo”. Jaramillo aparecía en un video, alterado, paranoico, convencido de que un grupo médico lo perseguía dentro de una clínica. Algunos lo miraron con compasión; otros con burla o sospecha. ¿Era real? ¿Era marketing? ¿Una puesta en escena desesperada de un influencer en declive?

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Él eligió el silencio. Hasta ahora.

En una conversación descarnada y conmovedora en el podcast ‘A Pelo’, conducido por Omar Vásquez y Sergio Caballero, Juan Pablo rompió el pacto que impone el algoritmo: el de sonreír aunque te estés desmoronando por dentro.

“La vida que había construido se me estaba cayendo encima”, confesó. La entrevista —más que una catarsis— es una radiografía del colapso de un joven que creció frente a una cámara y que, cuando más necesitó ayuda, se vio reducido a un clip viral.

Jaramillo no se escuda: reconoce el abuso de drogas, la falta de sueño y el estrés extremo que lo llevaron al límite. Relata, sin ambages, cómo perdió amigos, enfrentó deudas con la Dian y se encontró atrapado en una espiral de ansiedad y miedo. “Mi realidad se quebró”, dice. “No sabía qué era cierto y qué era parte de mi mente en crisis”.

El episodio en la clínica se desencadenó cuando creyó que alguien lo grababa sin su consentimiento. “Me sentí expuesto, en peligro. Le dije al médico que me estaban grabando, y él, en lugar de protegerme, intentó quitarme el celular. Yo no entendía nada, solo sabía que mi única arma era grabar. Era eso o desaparecer”.

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Las imágenes posteriores no se conocieron, Juan Pablo asegura que se halló descompuesto, amarrado a una camilla y siendo inyectado a la fuerza. Este parece ser el testimonio del momento más oscuro de su vida. Y también de una sociedad que observa, pero no siempre comprende; que juzga más rápido de lo que empatiza.

Durante meses, Juan Pablo se refugió en su finca en Pereira. Ahí, lejos del ruido, intentó volver a sí mismo. Lo logró, en parte, gracias a la terapia, la meditación, y el entendimiento de que “pedir ayuda no es un signo de debilidad, sino de valentía”.

Este testimonio no es solo el cierre de un capítulo personal: es una advertencia urgente. Sobre cómo tratamos la salud mental. Sobre lo fácil que es deshumanizar a alguien cuando su sufrimiento se convierte en contenido. Y sobre la necesidad de construir espacios digitales menos crueles, menos voraces.

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Juan Pablo Jaramillo volvió. No como influencer. No como celebridad. Sino como un sobreviviente.

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