Escrito por:  Redacción Economía
Jul 4, 2023 - 10:57 am

Durante la pandemia, Gabriel* estrechó los lazos con su banco, pero especialmente el vínculo telefónico. Desde entonces, para ponerse en contacto rápido por ese canal, lo registró en su celular simplemente con una palabra, así como tiene enlistados a sus amigos. Por eso, no le pareció extraña la llamada que le entró el jueves pasado y que, según vio en la pantalla de su teléfono, indicaba que procedía de su ya familiar Bancolombia.

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Era el mismo número a donde Gabriel llama con relativa frecuencia para pedir información o para obtener productos de esa entidad bancaria. Al otro lado de la línea, una mujer, después de preguntar por él con su nombre completo y otros datos personales, le anunció que, por el buen manejo que le daba a su tarjeta de crédito, el banco le iba a entregar un nuevo plástico en la categoría ‘plus’ con dos beneficios importantes: la cancelación vitalicia del cobro de la cuota de manejo y una reducción significativa en el cobro de los intereses por sus compras.

El hecho de que la llamada procediera del mismo número al que él se comunica y de que sus datos hubieran sido mencionados con tanta precisión hizo que este cliente, que se sentía orgulloso por ser cuidadoso y por no haber caído antes en ningún tipo de robo, bajara mansamente la guardia, como la oveja que no alcanza a ver a tiempo las puntiagudas orejas de su victimario hasta cuando ya es demasiado tarde.

La entrega de la nueva tarjeta de crédito quedó pactada para las 12:00 del mediodía del día siguiente, con la advertencia, eso sí, por parte de la supuesta empleada de Bancolombia, de que llegaría en un sobre de plástico sellado que sería puesto en las manos de Gabriel por un mensajero debidamente identificado, que destruiría la vieja tarjeta del cliente en su presencia.

El mensajero no llegó a esa hora, sino pasadas las 3:00 de la tarde. Uno minutos antes, la supuesta empleada de Bancolombia había vuelto a llamar a Gabriel para presentarle disculpas por la demora, debida a “complicaciones en la movilidad”. En todo caso, le dijo que bajara de una vez a la portería de su edificio, porque el mensajero estaba a un minuto de llegar.

Cambiazo del chip de la tarjeta de crédito

Efectivamente, Gabriel bajó y, apenas llegó a la recepción, vio a un hombre en la calle. Salió y se le aproximó, preguntándole si era el mensajero de Bancolombia. El sujeto confirmó e intentó adelantar el trámite de entrega en la calle, pero su víctima, ingenua, lo invitó a entrar a la recepción. El delincuente siempre estuvo con tapabocas y cuando comenzó el proceso de entrega, a Gabriel nuevamente lo llamó la supuesta empleada de Bancolombia.

Se trató de una maniobra distractora que duró el mismo escaso tiempo de la entrega de la nueva tarjeta. Al tiempo que la mujer le pedía a Gabriel que confirmara que el mensajero le pasaba una bolsa plástica sellada, también le solicitaba que entregara su tarjeta verdadera para que el otro la destruyera.

Mientras ella le seguía hablando a su víctima, pidiéndole que le leyera y corroborara datos como el número de la nueva tarjeta y el nombre del titular, así como que confirmara el número del carné que llevaba colgado el mensajero, este se agachó para cortar con unas tijeras la tarjeta verdadera de Gabriel, que seguía atendiendo la llamada.

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Lo primero que hizo el hombre fue entregarle a Gabriel un chip que era supuestamente el de su tarjeta, y después el resto de los pedazos de la misma. En seguida, le hizo firmar un formato de recibido, se despidió de mano cortésmente deseándole un buen resto de día, y se fue por donde había llegado. El procedimiento no duró más de cinco minutos.

Varias cosas habían llamado la atención de Gabriel, pero desafortunadamente ni sumadas tuvieron la suficiente fuerza como para activar su naturaleza desconfiada. Primero, el acento de la mujer que le hacía las llamadas, pues a él siempre le ha causado curiosidad que las mujeres que lo atienden en Bancolombia tienen acento paisa.

Después, el mensajero no llegó en moto (algo que Gabriel notó y se lo hizo saber cuando lo saludó) ni tenía uniforme de ninguna empresa de entregas a domicilio. Además, en la carta de presentación de la tarjeta que le entregaron había errores de digitación, y en la tarjeta su nombre y número no estaban escritos en altorrelieve, sino impresos.

Un poco más tarde, esos indicios vagos, débiles como simples intuiciones, tomarían una terrible forma: la del delito que el Código Penal tipifica como hurto por medios informáticos. En el caso de Gabriel, combinado con otra conducta delictiva de vieja data, de antes de que lo informático irrumpiera, aún muy efectiva, que se sustenta en los rudimentos de los trucos de magia.

Se trata del cambiazo, un ardid con el que los rateros trocan una cosa por otra, un elemento verdadero (en este caso, el chip de la tarjeta de crédito de Gabriel) por otro espurio (un chip falso), que es con el que se quedó el cliente defraudado. Aquí, el número de magia lo llevaron a cabo el ‘mensajero mago’ asistido por su ayudante a distancia, por teléfono, y quién sabe por cuántas personas más.

Compra con tarjeta de Bancolombia en Falabella

Al día siguiente, sábado, a las 10:45 de la mañana, al celular de Gabriel llegó un mensaje de texto informándole que con su tarjeta se había hecho una compra superior a los 23 millones de pesos en Falabella. El mismo aviso le llegó a su correo electrónico.

Pulzo
Pulzo

Gabriel no los pudo leer de inmediato, pero tan pronto los vio, un poco más de dos horas después, informó a Bancolombia que, ‘ipso facto’, bloqueó la tarjeta y puso el caso en manos de su departamento de seguridad. El banco le confirmó que se trataba de un fraude informático, radicó el caso y le dijo que recibiría respuesta tres días hábiles después.

Así las cosas, ese mismo día puso el delito del que había sido víctima en conocimiento de la Fiscalía y también de Falabella, que le confirmó que la millonaria compra no se había hecho en ninguna de sus tiendas físicas, sino online.

Con base en esa información, Gabriel preguntó si no era posible que, como la transacción se había hecho por internet y ese tipo de compras no son efectivas de inmediato, sino solo incluso varios días después, se impidiera la entrega de los artículos que se pudieron haber comprado, considerando que él estaba denunciando un hecho delictivo con su tarjeta y arrojaba una seria sombra de duda sobre la legitimidad de esa transacción.

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La persona que lo atendió en Falabella no supo responderle, y, si bien le dio el número de radicado del caso, también le dio un correo para que, en el término de 24 horas, adjuntara las evidencias que pudiera tener. Ese correo, sin embargo, rebotó cinco veces el mensaje de Gabriel, y cuando intentó comunicarse por el centro de llamadas de atención al cliente, la máquina le informó que los asesores solo trabajan hasta las 7:00 de la noche del sábado.

Gabriel quedó sumergido en un mar de dudas y expectativas, y a la espera de que la atención solícita y amable que recibió en el banco, en la Fiscalía y en la prestigiosa tienda, se traduzca en resultados efectivos para evitar que los delincuentes se salgan con la suya y que él no tenga que pagar algo que, sencillamente, nunca compró.

A la sofisticación que en este robo combinó efectivamente medios informáticos (por los cuales accedieron a la víctima, la contactaron e hicieron la compra fraudulenta en Falebella) con la artimaña del ‘mensajero mago’ y su ayudante telefónica se suma el hecho de que el ilícito fue cometido claramente por una banda bien organizada y sincronizada que, según expertos consultados por Pulzo —y esto, claro, deberá ser establecido por las investigaciones—, podría tener uno de sus tentáculos dentro del banco.

*Nombre cambiado.

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