En Colombia, el hurto en supermercados y tiendas continúa siendo un flagelo que no solo afecta las utilidades de los retailers, sino que además genera un impacto directo en los consumidores y en la competitividad del sector. Según cifras de Fenalco, durante el último año los supermercados del país perdieron cerca de $144.000 millones por robos, una suma que equivale al 20 % de las pérdidas totales derivadas de desperdicios, vencimientos, averías y errores administrativos. La magnitud del problema evidencia que el hurto en el punto de venta se ha convertido en una variable que los empresarios deben gestionar con la misma rigurosidad que la logística, el surtido o la experiencia del cliente.
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Los artículos que más se roban
Los productos más robados en el país se concentran en categorías de alta rotación y bajo riesgo para los delincuentes. Chocolates y dulces, carnes frías, abarrotes, artículos de aseo personal, licores, enlatados como el atún, leche, electrónicos de pequeño formato, gaseosas y productos de droguería encabezan la lista. Estos bienes cumplen con un mismo patrón: son fáciles de ocultar, tienen alta demanda y permiten reventa inmediata en mercados paralelos.
La selección de estos artículos por parte de los delincuentes no es casualidad. La mayoría carece de un esquema de protección sofisticado, y la preferencia se mantiene en el tiempo en la medida que el consumo masivo y la demanda de reventa sigan vigentes.




Una pandemia global del retail
El fenómeno del robo en tiendas físicas no es exclusivo de Colombia. Reino Unido, Australia, Canadá, Francia y España han reportado cifras alarmantes en los últimos años. De hecho, en el Reino Unido la cadena Iceland, que opera más de 900 supermercados, implementó una iniciativa inédita: recompensar con una libra esterlina a los clientes que denuncien robos dentro de sus tiendas, sumando el incentivo a la tarjeta de fidelidad del comprador.
La medida responde a un contexto crítico. En varios países europeos y en Estados Unidos, los videos de saqueos y robos organizados se han vuelto recurrentes en noticieros y redes sociales, al punto de ser considerados una verdadera “pandemia del retail” en el siglo XXI.
El caso de Estados Unidos: la industria del robo
En Estados Unidos, las pérdidas por hurto en tiendas alcanzan los 100 mil millones de dólares anuales, una cifra que triplica lo que factura en un año la cadena Mercadona en España y Portugal. Este volumen de pérdidas no solo refleja la magnitud del problema, sino también la existencia de una verdadera industria del robo.
Algunos datos son reveladores: casi un tercio de los compradores de la Generación Z ha admitido haber robado en las cajas de autopago, según un estudio de LendingTree. Ante este panorama, cadenas como Dollar General han retirado las máquinas de autopago en casi 10.000 tiendas, mientras Walmart ha restringido su uso a clientes selectos o, en algunos casos, eliminado completamente esta opción en locales con altos índices de hurto.
En varios estados, productos de uso cotidiano como pasta de dientes o desodorantes están bajo llave, protegidos en vitrinas para evitar que sean sustraídos. La situación ha escalado tanto que algunos sectores políticos incluso han llegado a proponer medidas extremas, reflejando la gravedad de lo que hoy se considera una crisis nacional.
Mafias organizadas: el verdadero motor del problema
Aunque en el imaginario colectivo algunos justifican el robo en tiendas como un acto de necesidad –como una madre desesperada robando leche para sus hijos–, la realidad es que la inmensa mayoría de los casos corresponde a mafias organizadas. Estos grupos criminales han convertido el hurto en su profesión y forma de vida, operando con redes que distribuyen lo robado en mercados ilegales o incluso en plataformas digitales.
Los artículos más buscados por estas organizaciones suelen ser de categorías como salud y belleza, ropa, calzado, electrónicos y accesorios, donde la reventa es rápida y rentable.
El reto para Colombia y el mundo
El hurto en tiendas representa hoy un desafío global. En países como España, se habla de un verdadero “boom” de la industria del robo; en América Latina, los niveles de pérdidas afectan directamente la capacidad de los retailers de mantener precios competitivos y márgenes sostenibles.
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Colombia no es ajena a esta tendencia. La cifra de $144.000 millones en pérdidas por hurto registrada en 2024 es solo una parte de un fenómeno más amplio que combina delincuencia organizada, vulnerabilidades tecnológicas y cambios en los hábitos de consumo.
Nunca antes en la historia del retail los niveles de robos habían alcanzado magnitudes tan altas. Se trata, sin duda, de uno de los principales cánceres contemporáneos del comercio minorista, que exige respuestas conjuntas entre el sector privado, las autoridades y la sociedad. El reto está en desarrollar estrategias de control y prevención que no afecten la experiencia del cliente honesto, pero que a la vez permitan combatir una industria del robo que se ha globalizado.
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