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Recientemente, el foro Football Axis Summit puso sobre la mesa una propuesta destinada a reconfigurar el fútbol colombiano: la implementación de una tercera categoría profesional, denominada Primera C, concebida como un nexo entre el sistema aficionado y la esfera profesional. El planteamiento ha conseguido la atención y aprobación inicial de líderes clave de la Dimayor, la Federación Colombiana de Fútbol (FCF) y la Difútbol, generando análisis que van más allá de lo deportivo e involucran factores institucionales, económicos y sociales. Según enfatizó Ramón Jesurún, presidente de la FCF, la base del fútbol aficionado —donde compiten aproximadamente 350 equipos— es fundamental para alimentar de talento tanto a jugadores como árbitros, subrayando así la urgencia y el valor de articular nuevas rutas hacia el profesionalismo.
Por su parte, Carlos Mario Zuluaga, presidente de la Dimayor, hizo eco de la relevancia de la Primera C, aunque advirtió que su viabilidad depende de estabilizar previamente la salud financiera del Fútbol Profesional Colombiano (FPC). Pese a contar con recursos técnicos y humanos, el obstáculo económico persiste: “el fútbol es una industria”, recalcó Zuluaga, por lo que la creación de nuevas divisiones requiere no solo pasión sino un entorno propicio para la inversión. Esta mirada revela las tensiones entre la expansión del fútbol nacional y las condiciones de sostenibilidad, una problemática visible en otros países latinoamericanos al intentar ampliar sus ligas.
El debate se tornó aún más ambicioso con Álvaro González Alzate, presidente de Difútbol, quien sugirió no solo la creación de una Primera C, sino establecer un sistema de cuatro categorías profesionales, todas vinculadas por ascensos y descensos directos. González propone tomar los 16 equipos más relevantes de la actual amateur Primera C como base para la nueva división profesional, planificando su puesta en marcha hacia el año 2027. Su propuesta apunta a democratizar y hacer meritocrático el acceso al profesionalismo, alejándose de criterios discrecionales y fortaleciendo la competitividad.
Sin embargo, persisten cuestionamientos sobre la viabilidad de este proyecto en el contexto actual del fútbol colombiano. Carlos Antonio Vélez, periodista deportivo, advierte que la precariedad en infraestructura y el déficit económico en la categoría B —que afronta dificultades como canchas deficientes y bajo apoyo— podrían verse exacerbados, afectando no solo el desarrollo de futbolistas sino la calidad y equidad en la competencia. Estas inquietudes muestran que, aunque la expansión sugiere oportunidades, también enfrenta severos retos prácticos y riesgos de profundización de crisis ya existentes.




Este debate colombiano se inscribe en una tendencia internacional de fortalecer estructuras piramidales en el fútbol. Según la FIFA y la Confederación Sudamericana de Fútbol (CONMEBOL), los sistemas multilaterales de ligas son cruciales para identificar y formar talento, mejorando la competitividad de selecciones y clubes, como sucede en Argentina y Brasil. Estudios del Observatorio del Fútbol (CIES Football Observatory) refuerzan la idea de que el desarrollo de categorías inferiores impacta positivamente tanto la economía local como la identidad comunitaria. No obstante, el éxito de estos modelos depende de mecanismos financieros estables, como lo señala el estudio de PwC sobre sostenibilidad: es vital mezclar inversión privada, apoyo institucional y programas sociales.
Más allá de lo competitivo y económico, la creación de la Primera C puede convertirse en un catalizador de inclusión social, especialmente en zonas históricamente excluidas del fútbol profesional. El Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) ha subrayado el papel del deporte para fomentar cohesión social, reducir la violencia juvenil y abrir vías de desarrollo en contextos vulnerables. De ser implementada con criterios de profesionalización, transparencia y equidad, la Primera C podría dejar huella más allá de los estadios: como motor de empleo, identidad y transformación local.
En conclusión, la propuesta de incorporar una tercera categoría profesional encierra retos formidables, desde la financiación hasta la gestión y la inclusión. Sin embargo, también representa una posibilidad histórica de redefinir la pirámide del fútbol colombiano hacia escenarios de mayor equidad, profesionalismo y desarrollo regional. La discusión sigue abierta y será determinante para el futuro del balompié nacional.
Preguntas frecuentes relacionadas
¿Cuáles serían los principales obstáculos financieros para crear la Primera C?
Un interrogante clave es la sostenibilidad fiscal de una tercera división profesional en Colombia. Diversos expertos, incluyendo dirigentes y consultoras internacionales, han resaltado que los principales retos incluyen asegurar ingresos constantes para los clubes, financiar infraestructura adecuada y garantizar salarios justos a jugadores y cuerpos técnicos. La ausencia de fuentes estables de financiación podría traducirse en proyectos débiles y de corta duración, dificultando además el acceso a patrocinios y alianzas institucionales para respaldar la liga.
La experiencia internacional indica que modelos exitosos requieren de sistemas híbridos donde converjan recursos privados, subvenciones gubernamentales y programas sociales, manteniendo políticas de transparencia. Así, la viabilidad de la Primera C dependerá de atraer inversores, mejorar la administración de recursos y fortalecer el respaldo comunitario a nivel local, especialmente en municipios con escasas oportunidades deportivas.
¿Qué significa el sistema de ascensos y descensos propuesto para el fútbol colombiano?
El ascenso y descenso es un sistema organizativo en el cual los clubes pueden pasar de una división a otra, dependiendo exclusivamente de su rendimiento deportivo durante la temporada. En Colombia, la propuesta de vincular cuatro categorías mediante ascensos y descensos directos implicaría que ni equipos históricos ni debutantes estuvieran exentos de perder o ganar su estatus profesional, reforzando la competitividad y el mérito.
Este modelo, adoptado en países sudamericanos como Brasil y Argentina, asegura mayor movilidad entre categorías y oportunidades constantes para equipos emergentes. Sin embargo, exige una sólida regulación, supervisión y equilibrio financiero para evitar crisis institucionales y desigualdades profundas, elementos que siguen en debate dentro del contexto colombiano.
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