Por: Laura Valentina Niño Cardona

El reloj marca las cuatro y veinte de la tarde, un domingo, en la sala de redacción de El Espectador. Allí se encuentra, en su escritorio, recostado en la silla admirando el monitor que yace en frente de él. Viste un suéter gris con cuello tortuga, un pantalón negro bota tubo y unos Converse también negros; lleva el cabello semirrecogido en una coleta y unos anteojos con marco negro y puente dorado.  

 Luce bastante agotado, y no es para menos, pues dictar clases en la Pontificia Universidad Javeriana, realizar la edición diaria de la página de opinión del periódico El Espectador, investigar y redactar el guion de La PullaLas IgualadasLa Red Zoocial y sufrir de depresión, no cualquiera puede soportarlo. 

 Juan Carlos Rincón no para, está siempre ocupado en mil tareas. “Un mecanismo de defensa que tengo para la depresión es hacer cuanta cosa se me pase por el frente”, me dice.

Uno de sus amigos -y también miembro del equipo de La Pulla, Juan David Torres, ve como un defecto en él “su excesiva entrega al trabajo”, pues asegura que hay días en los que Juan Carlos luce exhausto, con el semblante apagado, sin aliento y hasta cortejando la renuncia absoluta. 

De todos modos, cuando tiene tiempo libre que, en realidad, es muy poco, disfruta del cine, en especial las películas que contengan muchos diálogos y una buena historia.  No le atraen tanto las películas simbólicas, como ‘El abrazo de la serpiente’. 

 Un optimista y apasionado 

En un inicio quería estudiar cine, pero por decisión de su padre, terminó estudiando Derecho en la Universidad de los Andes. Más allá de amargarse, lo vio como una oportunidad para entender el sistema y creyó que podría obtener justicia social a través de entender cómo son las reglas, pues durante su etapa escolar en el Colegio Calazanz de Cúcuta, soñaba con ser presidente. Nunca se le pasó por la mente el periodismo. En realidad, llegó de ‘carambola’ a ese terreno, ya que incluyó una clase de periodismo en la universidad y le terminó gustando. 

También le cautiva la lectura. De hecho, su madre, María Gabriela Escalante, reconoce al ferviente lector que es su hijo, asegura que llena todos los espacios que puede de libros y que no deja ni contempla deshacerse de ni uno solo. Sin embargo, es un poco caprichoso con esta actividad, pues dice que, aunque lee mucho, si en las 10 primeras páginas de un libro no se engancha, independientemente del género literario, no se molesta en terminarlo. “La vida es demasiado corta para el arte que no sea trascendente”, dice con un profundo convencimiento. Esta interesante práctica alude a su necesidad de andar siempre activo, siempre mantener la mente ocupada, siempre olvidando lo que le aqueja en soledad.  

El artículo continúa abajo

 De igual forma, disfruta de los videojuegos, aunque no pueda aprovechar de esta actividad como quisiera, pues consume bastante tiempo y es justo lo que le falta. “Como mecanismo comunicativo tiene mucho potencial. Lo que pasa es que es una forma de arte muy joven, entonces les falta explorar mucho. Los videojuegos que más me gustan son en los que yo siento que están empujando esos límites, sin perder lo que hace un juego, que es divertir. BioShock Infinite -su videojuego favorito- en apariencia es un juego de disparos muy divertido, pero cuenta una historia buenísima, una de las mejores historias que yo he visto en cualquier forma de arte”, explica. También le complace correr, lo utiliza como mecanismo de defensa. 

 Él define su brío como una virtud, “porque cuando se me ocurre una idea, así no tenga las herramientas ni los conocimientos para ejecutarla de la mejor manera, me lanzo a hacerla”; también como un defecto, pues afirma que “el acelere me quita posibilidad de contemplación y de digerir un poco más las cosas, y si eso no se sabe manejar, te lleva a cometer errores”. Es increíble que alguien tímido, como él, a pesar de temerle al fracaso, como es natural, sea tan arriesgado; y es que cada uno de sus aciertos en la vida se deben a eso. Como ejemplo, tenemos su idea más exitosa hasta el momento: La Pulla. 

 “Yo creo que lo que ha pasado es que he tenido un montón de decisiones chiquitas, desparramadas a lo largo de distintos días, que me han llevado a tener una vida con muchos aciertos. […] Todo el camino de decisiones que me llevó eventualmente a crear La Pulla es, tal vez, de lo mejor que me ha pasado en la vida”, asegura. 

 Detrás de todo gran hombre hay un fantasma que lo aqueja 

 A pesar del carácter fuerte que Juan Carlos demuestra tener en La Pulla, no hay nada más alejado de la realidad, pues es un hombre sumamente sensible y posee un temperamento un poco melancólico. “Me afecta muchísimo lo que la gente dice. Entonces, eso me cuesta constantemente, porque la gente siempre va a decir cosas negativas y uno puede agarrar lo constructivo, pero a veces me hunden un montón y me quedo paralizado. Eso genera problemas”, señala.  

 A pesar de llevar más o menos 10 años con esta carga anímica -que ha venido recrudeciéndose durante los últimos cuatro años-, haber lidiado con todo tipo de psiquiatras, y tomar antidepresivos cada día, ha afrontado todo esto como solo él podría hacerlo. “Tener la mitad de la cabeza ocupada en no matarte, te quita mucha energía”, dice, realizando una mueca que simula una sonrisa. 

 Cuando habla de temas en los que se siente cómodo acostumbra a mirar a los ojos; de vez en cuando, repetidamente agacha la cabeza y mira por encima del marco de sus lentes, con decisión; pero es evidente que hablar de esto le resulta complicado, pues antes de responder, suele pasar saliva o respirar hondo, tiende a susurrar e incluso tarda más en responder que si fuera una pregunta más casual, como sobre su profesión. “La depresión cansa y la gente no la entiende. La depresión es un tema muy solitario. Mucha gente me ha querido ayudar -mi mamá, muchas parejas-, solo que eso no es suficiente; también es que la otra gente no puede hacer nada. Toca estar en terapia, y ver qué pasa”.  

 Juan Carlos Rincón Escalante es un conjunto de contradicciones que lo hacen alguien sumamente especial y digno de admirar, pero, sobre todo, lo hacen ver como lo que es: un ser humano con virtudes, defectos, y problemas, como todos. 

 Con fe en la causa 

Es bien sabido, gracias a los formatos de Las Igualadas La Pulla, que Juan Carlos es un luchador vehemente por los derechos de las mujeres y de la comunidad LGBT, aunque no pertenezca a ninguna de estas poblaciones a las que defiende. “Yo soy privilegiado, porque a mí no me toca lo peor. Son temas muy frustrantes, son temas que desgastan y a mí una de las cosas que más me pesa es cuando publicamos vainas sobre géneros, sobre la comunidad LGBT y todo el odio, la gente terca… pero en últimas, conservo el beneficio de la distancia”.  

 Es un altruista con la capacidad de darle voz a quien lo necesite, de luchar con la gente que está siendo oprimida -sea religión, gobierno, patriarcado-, un soñador empedernido que busca lograr un mundo más empático. “Si alguno de mis proyectos logra -y sobre todo en las generaciones venideras- inspirar gente con más empatía, me doy por bien servido”, dice con contundencia. 

 Ya en distintos medios se ha publicado cómo tuvo origen La Pulla; que Juan Carlos fue quien tuvo la idea original, que se inspiró en los comediantes políticos gringos; pero considera que esta no nació hasta que estuvo el equipo consolidado, ya que, con los aportes de todos, el producto fue cogiendo forma.  

 El video de La Pulla que más polémica generó fue el titulado “Gustavo Petro NO merece ser presidente», y no era para menos, ya que la mayoría de sus suscriptores son de izquierda. «Nosotros sabíamos que era un video que iba a levantar costra, porque era tal vez la primera vez que íbamos en contra de un porcentaje amplio de nuestra audiencia […] Lo que yo creía, tal vez de manera ingenua, era que la gente iba a decir ‘Okay, no estoy de acuerdo, no me gustó, pero listo’”. En realidad, lo que recibieron fue un montón de comentarios negativos y cargados de odio, que no solo a Juan Carlos, sino al equipo entero de La Pulla, les cayó como un baldado de agua fría. 

 Con Las Igualadas fue un poco diferente. Él conocía a Viviana Bohórquez desde antes de llegar a El Espectador, pues trabajaron juntos en Colombia Diversa, una ONG que defiende los derechos humanos de las personas LGBT, mientras que Mariángela Urbina -cucuteña, también- la conoce desde que estaba en el colegio; se han venido siguiendo la pista desde entonces. 

Juan y Viviana tenían la idea de realizar la videocolumna sobre género, pero no tenían quien presentara.  Hubo un día en el que Mariángela llamó a Juan, expresándole su interés en realizar un podcast, también sobre género; y Juan Carlos -ni corto, ni perezoso- le comentó la idea que tenía en mente y así fue como nació otro de sus aciertos: Las Igualadas. 

Lleva dos años con La Pulla, un año con Las Igualadas y La Red Zoocial, y aunque su futuro es completamente incierto, está abierto a cualquier posibilidad. “No tengo idea de qué voy a estar haciendo en diez años, no sé si voy a estar en el periodismo, no sé si voy a estar en otra cosa, no sé si alguno de los proyectos en los que estoy sobreviva. Mi vida ha sido de tantos cambios tan rápidos, que ni siquiera me atrevo a predecirla. Vamos a ver qué pasa”. 

 El Juan Carlos temeroso, inseguro y un poco ignorante en el periodismo, que entró a trabajar a El Espectador hace tres años, no es el mismo de ahora; pues con sus 27 años, su experiencia y su incertidumbre sobre el futuro, se le mira con todas las ganas de continuar con sus proyectos y salir adelante, con o sin la depresión. 

Autor: Laura Valentina Niño Cardona, estudiante de Comunicación Social y Periodismo de la Universidad de la Sabana. 

*Estas notas hacen parte de un acuerdo entre Pulzo y la Universidad de la Sabana para publicar los mejores contenidos de la facultad de Comunicación Social y Periodismo. La responsabilidad de los contenidos aquí publicados es exclusivamente de la Universidad de la Sabana.