Por: María Paula Cubides Alfonso

Un sol potente se cuela por los vidrios de espejo del edificio, el veranillo de agosto se hace presente en Yopal, Casanare, con temperaturas altas y vientos fuertes. El aire acondicionado de la sala de juntas en la que se da la entrevista está encendido y el ambiente se torna impersonal. 

Jairo es un hombre de unos 45 años, piel morena y pelo oscuro corto, con algunas canas. Usa gafas y vestimenta casual, una camisa blanca de botones y un jean. En su mano derecha lleva una pulsera con un bordado de la bandera de Colombia y en la izquierda, un reloj grande, con pulso café. 

 Paula Paredes, su asistente, lo describe como un hombre frentero y llanero. “No se compromete con lo que no puede hacer; cuando dice sí, es sí y cuando no, es no”. Paula es su mano derecha, en el momento de las fotos, se disculpa y entra al plano para arreglarle la camisa que “está muy abierta”.  

 A Jairo le gusta el fútbol y siempre lo ha practicado, cuando estaba en el colegio llegó a ser el capitán del equipo y ganar en intercolegiados. Este deporte ha sido una parte importante en su vida y lo menciona al hablar de sus mejores anécdotas. 

El sueño de ser médico

 Desde pequeño quiso ser estudiar medicina, se enfermaba muy seguido y sentía que los doctores “levitaban” en el hospital sin prestarle atención por ser un niño pequeño y campesino. Le pareció que no se debía tratar así a las personas y desde ese entonces se propuso ser médico. Más adelante, ese mismo espíritu de servicio le llevaría a ser el representante a la Cámara por Casanare que es hoy en día. 

Ese deseo que siempre tuvo de ser médico se veía lejano, porque, aunque sus 7 hermanos terminaron el colegio en Sogamoso y Bogotá, él, siendo el menor, se graduó en un colegio de Paz de Ariporo. Lo normal era trabajar en las labores del campo y ayudar a su familia. 

 Bogotá era un lugar distante que visitaba cuando iba a vender ganado de la finca de sus padres; se iba en el camión y regresaba en bus, eran unas 40 horas de viaje. Por supuesto, era un motivo de orgullo frente a sus amigos haber estado en la capital. Después de graduarse del colegio decidió que quería estudiar en esa ciudad. 

Llegó a Bogotá desubicado, “un provinciano”, como él mismo lo dice, buscando universidad a mitad de semestre. Estudió un semestre de Ingeniería Industrial, pero no volvió ni por las notas porque pasó a Medicina en la Universidad Juan N Corpas, de donde es egresado. 

“Lo primero que pensé fue venir a prestarle un servicio a mi tierra”, dice. Era 1997 cuando llegó a trabajar a Aguazul, una población de Casanare en la que hizo su año rural y la que considera la mejor decisión de su vida. 

Los años más duros

Ha atravesado momentos complicados, cuando llevaba 6 meses trabajando como médico en Aguazul, se vio en la necesidad de regresar a Paz de Ariporo pues su hermano murió por un rayo que lo alcanzó en medio de la sabana. Sus padres se quedaron solos y tuvo que ir a acompañarlos. “Yo creo que las muertes por rayos son más raras que el carajo; falleció en una finca que tenemos por allá muy interna en la llanura, en Paz de Ariporo”, cuenta con expresión triste en su mirada. Se reclina hacia adelante y su tono de voz cambia levemente. 

1997 y 1998 marcan unos de los años más difíciles para él. La violencia se recrudeció y los asesinatos y secuestros eran la noticia del día a día. “Es muy lamentable porque en Aguazul y Paz de Ariporo me tocó hacer autopsias a muchos amigos, hubo demasiados muertos. Eso marcó mi vida. Tocaba hacerlo porque no había nadie más”, dice refiriéndose a lo que tenía que hacer en su trabajo como médico. 

 Un año después de la muerte de su hermano, su padre fallece y tres meses después, en octubre, su madre es secuestrada por el frente 28 de las Farc. “En Aguazul mucha gente fue solidaria y entendió mi problema, permitían que trabajara seguido una semana y estuviera al frente del secuestro de mi mamá 15 días”, menciona. Su madre fue liberada en febrero de 1999, tuvo que ir a rescatarla en un carro hasta Sácama, un municipio de Casanare. 

No solo sufrió su secuesto, también el de su padre, cuando tenía 15 años. Cuando habla de él sus ojos se iluminan, lo considera un ícono en su vida. Recuerda vívidamente el momento de su liberación: fue en la terminal de transportes de Tame, Arauca. Luego de 4 largas horas de espera, vio a un hombre irreconocible por la barba que cubría su rostro y la felicidad llenó su ser cuando se dio cuenta de que era su padre.  

“Lo más duro en la vida es un secuestro, cuando alguien fallece uno acepta que falleció, lo ve ahí y hace el duelo. Pero cuando hay un secuestro, usted no sabe qué está pasando, no sabe si lo que le dicen es verdad”, dice con tono serio.  

“Eso es duro, pero lo madura a uno muy joven. Ahí empezó el tema de encargarme de las fincas, me hizo respetar más a los trabajadores del Llano. A veces vemos a ese trabajador y lo subestimamos, pero es la gente que más debemos apreciar y querer porque nos están cuidando nuestras cosas”, sostiene mientras sonríe, recordando los lazos de amistad creados con los trabajadores de su finca.  

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No ha dejado de lado sus raíces, va seguido a su finca y cuenta que montar a caballo y hacer las labores típicas del llano son una forma de relajarse y despejar su mente. 

Política y profesión 

Es especialista en ginecobstetricia; “Creo que dejé un buen mensaje como médico, no negué un favor a nadie. Siempre aplicando lo que yo soñé, que era ser buena gente y un médico accesible a la comunidad”, explica.

La especialización en ese campo no fue algo pensado desde el principio, pero después de ver que las mujeres embarazadas lo buscaban para que las atendiera, le empezó a llamar la atención.  

“Trabajaba más que el carajo; un cirujano en una tarde normalmente hace 3 cirugías, pero yo terminaba haciendo 7 u 8, porque la gente me pedía el favor, yo sabía que venían de lejos y las programaba”, cuenta entre risas, agregando que cuando alguien necesitaba un favor, él era la primera opción.  

La fama de “el doctor buena gente” creció rápido y, con ella, las preguntas acerca de por qué no incursionaba en la política. Los que le decían esto estaban seguros de que la gente lo apoyaría. 

Luego de prepararse con estudios en Gobierno y Gestión Pública y hacer experiencia como Secretario de Salud del departamento de Casanare, decidió lanzarse como candidato a la Cámara de Representantes por el partido Centro Democrático. “Uno en la vida puede conseguir lo que quiera, pero hay que ser disciplinado. Hay que saber que cuando uno se mete en algo, sea lo que sea, tiene que conseguirlo, sin pasar por encima de nadie, respetando a los demás. Construyendo y preparándose”, explica. 

Los resultados fueron claros: había sido elegido por los casanareños. “De verdad, ahí sí sentí que la gente de Casanare me quería. No por politiquero, los políticos tradicionales no daban un peso por mí”, dice, orgulloso. 

La terquedad que menciona en sus defectos se ve en su accionar, lo cual lo llevaría a alcanzar muchos de sus sueños, aunque, también a causa de eso, a cometer errores. Dice que cuando algo se le mete a la cabeza, no descansa hasta conseguirlo. 

 Jairo es un llanero empecinado, que logró ser elegido presidente de la Comisión Séptima de la Cámara, encargada de salud, trabajo, vivienda, mujer y juventud; gracias al trabajo social realizado como profesional de la salud en su departamento.

Habla de sus expectativas y el futuro, y sus ojos brillan con emoción. Cumplió su sueño de ser médico y ayudar a las personas; ahora espera seguir haciéndolo, pero por medio de la política. 

Autor: María Paula Cubides Alfonso, estudiante de Comunicación Social y Periodismo de la Universidad de la Sabana. 

*Estas notas hacen parte de un acuerdo entre Pulzo y la Universidad de la Sabana para publicar los mejores contenidos de la facultad de Comunicación Social y Periodismo. La responsabilidad de los contenidos aquí publicados es exclusivamente de la Universidad de la Sabana.