En los conjuntos residenciales, incluso en los barrios más prestigiosos de la ciudad, siempre existe un vecino indeseable, aquel que incomoda con sus actitudes de mezquindad; el mismo que tira la piedra y esconde la mano. Aquel que sube el volumen de la música en la madrugada y vocifera para que todos lo escuchen, acumula basura en el límite de su propiedad y luego la esparce en casa del vecino, auspicia y atiza el conflicto entre los moradores; ese que como Venezuela, en estos momentos, funge de víctima cuando todos saben que es el verdugo de la región.

El 10 de septiembre iniciaron 18 días de tácticas armadas en los límites fronterizos de Venezuela con Colombia, presencia imponente de aproximadamente 3.000 hombres de la fuerza armada bolivariana que desplegaron el poder armamentista patriota, aquello que, el dictador venezolano, Nicolás Maduro Moros catalogó como ejercicios de soberanía y paz. Minúscula acción provocadora que eleva la discusión sobre el impacto de Venezuela y su crisis humanitaria, política, económica y social trasladada, con el flujo migratorio, a los países vecinos.

Las relaciones diplomáticas entre venezolanos y colombianos han tenido constantes altibajos en los últimos 10 años, relación de rupturas y señalamientos de uno y otro sector que imponen una tensa calma en los pasos fronterizos y agita la política de micrófono ya tradicional en las dos naciones. Primero fueron los enfrentamientos constantes y las discrepancias de todo tipo entre Hugo Chávez Frías y Álvaro Uribe Vélez, diatriba que en 2.010 ya hablaba de la presencia guerrillera colombiana en Venezuela y su nexo con el gobierno bolivariano y la política socialista del siglo XXI.

Conexidad beligerante que en el argot diplomático conduce a fuertes pronunciamientos en escenarios consulares mundiales –ONU, OEA, UNASUR, Grupo de Lima, entre otros–  que en el papel no pasan de ser un saludo a la bandera. Tensión política que oculta intereses particulares bajo acusaciones de orquestar planes macabros para asesinar a líderes referentes de la nación patriota, como lo señaló Nicolás Maduro Moros en 2.013 acusando a Álvaro Uribe Vélez esgrimiendo la incursión paramilitar allende la frontera colombo–venezolana.

Llamado de embajadores a consultas, cierres fronterizos, de manera constante, señalan que las discrepancias van creciendo entre el Palacio de Miraflores en Caracas y la Casa de Nariño en Bogotá. Tirante relación que no solo sobrepasa los límites fronterizos –violación del espacio aéreo, incursión militar en poblaciones circunvecinas–, sino que trae consigo las deportaciones masivas de ciudadanos, con los hostigamientos propios del señalamiento y marcación social por parte de la comunidad y las autoridades competentes. Estado de emergencia social, económica y ambiental en la zona fronteriza declarado por Colombia, o estado de excepción promulgado por Venezuela, que exalta el patriotismo, a cada lado de la frontera, cimentados en el traslado e imposición de políticas castro–chavistas al modelo de nación colombiano o los ataques de la oligarquía bogotana al sufrido y bravo pueblo bolivariano.

Alerta máxima que exalta los delirios de persecución en los dignatarios bolivarianos que no saben cómo ocultar la presencia de los disidentes de las FARC en la zona fronteriza colombo–venezolana, amparo armamentista y económico que Nicolás Maduro Moros y su corte califican de “falso positivo”. Apoyo a guerrilleros que retoman la lucha armada y hace tomar prevenciones ante un posible ataque a la soberanía territorial venezolana, pues aún está presente en la memoria suramericana el bombardeo colombiano a territorio ecuatoriano, Santa Rosa de Sucumbíos, el primero de marzo de 2008 que condujo a la muerte instantánea del líder guerrillero Luís Édgar Devia Silva, “Raúl Reyes”.

Movimientos estratégicos en el que bajo la alerta naranja, Venezuela, como los perros rabiosos, muestran los dientes a Colombia, reacción desesperada al señalamiento de auspiciar un grupo criminal, clara violación a la resolución 1.373 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Intromisión en el recrudecimiento y resurgimiento del conflicto armado colombiano que sirve de estandarte para evidenciar una táctica militar para defender la opresión que mantiene sumiso al pueblo venezolano y propicia pequeños focos de resistencia que buscan alterar el orden constitucional bolivariano y tumbar el régimen comandado por Nicolás Maduro Moros.

Entraña de conspiraciones y situaciones que demuestran al mundo que el estandarte dictatorial venezolano no actúa solo, la presencia militar cubana en las tropas patriotas ha sido evidente desde hechos y testimonios, pese a que se esfuerzan en negarlo. 4.500 hombres de infantería cubana organizados en 8 batallones de 500 efectivos son un interés soslayado de, Rusia, China y la propia Cuba, por mantener un régimen socialista; ideología de sociedad comunista que bajo el complejo concepto de igualdad exprime las arcas de una nación que fuera la más rica del continente por sus reservas petroleras.

La situación que ahora se vive en el territorio venezolano no es prenda de garantía para la seguridad y estabilidad de la sociedad colombiana. Más que dar enconados discursos que señalan la gravedad de la crisis migratoria y humanitaria llegó el momento de tomar acciones en el tema, es hora que el presidente colombiano Iván Duque Márquez deje de lado la diplomacia que reconoce a Juan Guaidó como presidente de Venezuela y fije reglas de actuación. Ecuador y Perú ya estipularon normas migratorias que imponen restricciones a la entrada indiscriminada de población venezolana, líneas de acción que atacan el impacto del problema vecino en el País.

Dice el adagio popular que es mejor colorado un rato que toda la vida descolorido, la posición actual de altercados diplomáticos llama a pensar en un cierre de frontera, deportaciones de sujetos que llegaron a delinquir o pedir ayuda con escopeta en buses, calles y diversos sectores de las ciudades colombianas. Zanjar la crisis política, económica, humanitaria, migratoria y social que impacta fuertemente en el empleo, la seguridad, el flujo económico, la crisis del sector salud, la mendicidad, entre múltiples problemas que se acrecientan en el entramado social colombiano.

Lo político y diplomáticamente correcto debe sobrepasar la pantomima de un país humanitario y protector, es momento de entablar acciones concretas para dar captura a los disidentes de las FARC, cerrar el tránsito complaciente de la violencia y el narcotráfico por la frontera colombo–venezolana con el beneplácito de la corrupción. La Paz de Colombia inicia con la implementación de lo acordado en la Habana, pero a su vez con la mano dura y firme ante los saboteos que se orquestan desde la dictadura venezolana que necesita la desestabilización nacional para desviar la atención y mirada sobre el grave proceder de un vecino incómodo y solapado que atiza las problemáticas regionales.

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