La corrupción se tomó las diversas esferas del ecosistema social colombiano, a diario se destapan escándalos políticos, económicos, judiciales, periodísticos, entre otros, que con su relevancia mediática logran permear el entorno social que desde pequeños detalles replica acciones indeseables y cuestionables. Problemas de formación en la base, la casa y la educación básica, han desdibujado el delgado límite entre el bien y el mal, la moral y el deseado comportamiento humano en comunidad.

En conversación hace unos días con Yolanda Ruiz Ceballos, Directora de Noticias de RCN Radio, quedó una frase en el ambiente que es la base de la reflexión que hoy se plantea, sin importar el escenario o la profesión “la ética es la clave”. La rectitud, honestidad y honradez, sumada a la objetividad son pilares fundamentales de un norte profesional, y de actuación, bajo el marco de la tolerancia y el reconocimiento del otro como un ser con características particulares, suma de actores que conforma el entramado social del país.

Dice el adagio popular que cada quien recibe de lo que da y desde esa perspectiva la intolerancia, el insulto, pasar por encima del otro sin importar más que el bien propio, parecen ser la regla en la que impera la ley del más fuerte o con mejores contactos, en la que se desenvuelven los colombianos. El hostigamiento se ha convertido en el arma de reacción a la tolerancia y naturalización de lo increíble e impensable, la corrupción como eje de acción de la sociedad nacional. Comunidad de vida en la que los #Pactosporlaética apuestan por contrarrestar la sanción social a la que se ven expuestos los agentes dinamizadores del caos que caracteriza a una sociedad como la colombiana.

Desde la política es común encontrar enconados casos de escándalo que envuelven a prestigiosos dirigentes legislativos, ilustres personajes con un salario superior a los 34 millones de pesos mensuales, pero que hacen parte de los beneficios establecidos para las clases menos favorecidas con el Sisben. Prestigiosos políticos que postulan su nombre para cargos ejecutivos, la Alcadía Mayor de Bogotá, pregonando la lucha por una Colombia humana, pero no dan ejemplo de cumplimiento de sus deberes ciudadanos, algo tan simple como pagar impuestos por los bienes que se poseen. Honorables concejales cuyos nombres están conexos a resonados casos de detrimento patrimonial, comisiones o coimas por votos a favor o ausentismos en momentos claves para la aprobación de proyectos.

Voces resonantes de la clase política que, en campaña, promueven la firma de acuerdos para no robarse los dineros de inversión social, “pactos de ética” inútiles que hacen parte de una maraña de mentiras por captar los votos de incautos electores, cegados por extremistas ideologías de los gamonales de turno. Dignos candidatos con encumbradas hojas de vida que esgrimen títulos profesionales no cursados, posgrados inexistentes; inconsistencias educativas que ponen en entredicho su idoneidad para ejercer cargos públicos. Pequeños “lapsus” informativos en páginas de partidos, el SIGEP –Sistema de Información y Gestión del Empleo Público–, y perfiles en redes sociales que luego se desmienten con vehemencia, pues son parte de una supuesta persecución política de imaginarios contradictores.

Incongruencias políticas que se trasladan al eje económico, estética del dinero, del estamento financiero, que solo socializa pérdidas –recordar impuesto del 2×1000 de finales de los años 90–, pero éticamente está distante de las buenas prácticas. Encumbrados hombres de las finanzas hacen importantes y cuestionables inversiones, como el caso Odebrecht, y luego emplean sus contactos para minimizar riesgos o trasladar la alarma de ruina al erario; señalamientos morales, cuestionamiento por parte de la prensa que luego trae consigo la implacable réplica monetaria, retiro de pauta con despido de periodistas y cierre de los, incómodos, medios informativos. Refinado comportamiento, intromisión egoísta que desde profundas formas de proceder trabajan con el dinero de los ciudadanos, pactan costos por operaciones financieras y alzan las comisiones del servicio.

Convergencia de intereses que toma relevancia en los estrados judiciales, escenario en el que “la justicia cojea, pero llega; eso sí depende de…”; implacable conciencia del adecuado comportamiento social, la pluralidad y el respeto por la ley. Mecanismo operativo e investigativo que abre múltiples procesos en los que no pasa absolutamente nada y, en la mayoría de los casos, terminan pagando penas justos por pecadores. Componente procesal, protector de influyentes políticos, economistas y juristas, que descansa distante de la base ética y el esfuerzo inédito de asumir con integralidad la defensa y protección de los derechos; estamento vigilante de actos, públicos y privados, en función de la legitimidad social.

La ética más importante de un país es aquella que se ejerce desde la comunicación, ciudadanos mal informados o desinformados están en contravía de una adecuada democracia.

El sano ejercicio del periodismo debe estar distante de intolerancia, acusaciones monotemáticas que hostigan no solo al acusado sino a la población nacional; activismo político que destila odio y rencor que activa llamas de insultos como los que vivieron Daniel Coronell y Felix de Bedout en el Hard Rock de Miami en el partido de la Selección este 6 de septiembre. Construcción de la realidad, no manipulación de la misma, que desde acciones y palabras propenden por la construcción de una sociedad, conformada por excelentes personas, en paz.

Actos de relevancia e impacto que se reproducen y matizan en el entorno cotidiano en pequeñas acciones: conductores que ofrecen mordida para evitar un comparendo, ciudadanos que acceden a Transmilenio sin pagar el pasaje, vendedores informales que invaden el espacio público, ciclistas que no respetan las normas de tránsito y generan accidentes, motociclistas que en zigzag arriesgan su vida, escoltas que se adueñan de las vías y pasan por encima de todo el mundo, agentes de la fuerza pública que abusan de su autoridad o incluso el que se come una uvita en el supermercado, por solo mencionar algunos.

Si queremos cambiar el sistema la ética es determinante, fundamento que es evidente no acompaña las estructuras sociales de una nación sumida en la corrupción y escándalos de todo tipo. Bien decía Fernando Savater la ética se fundamenta en tres virtudes “coraje para vivir, generosidad para convivir, y prudencia para  sobrevivir”; elementos que se conjugan con una estupenda educación que inicia en el hogar, se fortalece en los estudios primarios y secundarios y se consolida en la formación universitaria. Si bien la ética es permeable a todos los escenarios y acciones, no es menos cierto que se requiere consolidar una plataforma de instrucción que retome las bases perdidas por la sociedad nacional.

Llegó el momento de pasar la página, superar los insultos y la agresión, controlar el tonito, repensarnos como comunidad y aceptarnos bajo las diferencias que nos constituyen como nación. Fundamentar desde el hogar la esencia del adecuado comportamiento como ser al interior de una sociedad, desde los pequeños detalles se construyen los elementos éticos de acción y actuación que permitirán replantear lo que se hizo mal en un momento y tiene sumida a Colombia en un mar de corrupción.

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