El escenario político colombiano se encuentra convulsionado por estos días con la confrontación e incongruencia de los candidatos que, desde la débil memoria del electorado, buscan la conquista de importantes votos de adeptos a una corriente, a veces distante de los tradicionales partidos. Quien presta atención a discursos, declaraciones y mensajes en redes sociales fácilmente evidencia que la dinámica de la política es tan contradictoria como las posiciones de los actores de la clase dirigente colombiana.

Los debates públicos de candidatos en divergentes escenarios; la convergencia de ideas, pero su distanciamiento en el termómetro popular; el afán desesperado por el ‘like’ y aumentar el número de seguidores que son impactados en redes sociales; el interés por mantener figuración y distancia frente a sus rivales en las tradicionales encuestas electorales; son derroteros que sacan a flote estrategias oportunistas, descalificaciones, señalamientos y agresiones personales que dejan de lado lo realmente importante: un programa de gobierno, propuestas lógicas y reales para superar el caos que dejan quienes ejercen actualmente los cargos a los que aspiran.

La disputa por la Alcaldía Mayor de Bogotá es un reflejo de lo que pasa en cada una de las regiones y localidades colombianas. Claudia López, Carlos Fernando Galán, Miguel Uribe Turbay y Hollman Morris demuestran que por más que se quieren desmarcar de la clase política tradicional y luchan contra el sistema y los enmermelados esquemas de acción del tradicional “favor político” caen en lo mismo. El anhelado estandarte del próximo 27 de octubre, la conquista de votos, lleva a veces a desconocer planteamientos firmes, que en uno u otro momento se tuvieron, y unirse directa o indirectamente con figuras políticas que tanto criticaron. Traicionar esos votos y adeptos políticos conquistados por el afán inmediato del éxito electoral momentáneo.

Claudia López desde la trinchera de la izquierda colombiana, con sus posturas radicales, disonantes y desafiantes es quizá quien mayor credibilidad ha perdido en el escenario político por sus salidas en falso. Su cantinflesco cambio de parecer, conforme a la conveniencia del momento, la ligan a tradicionales mezclas de clientelismo y componendas; problemas de memoria circunstancial que no le permiten recordar sus discordantes luchas contra la limpieza política, la transparencia en las acciones y la adecuada administración de los recursos públicos.

Quien hoy funge como la icónica representante femenina de la izquierda capitalina parece haber olvidado la férrea defensa que brindó a Enrique Peñalosa y su visión de ciudad y país; política de la que hizo parte y desde la que forjó la imagen que la acompañó en el legislativo colombiano. Situación diametralmente similar a lo acontecido con el ataque y posterior solidaridad pública que tuvo con Ángela María Robledo y su pérdida de investidura por doble militancia. Diatriba política en la que se calificaba a Luis Eduardo Garzón y Alfonso Prada de “clientelistas enmermelados” y en campaña aceitan la mediocre maquinaria para luchar desde la pulcritud de la coalición contra la corrupción.

Erróneo proceder que de los micrófonos de los medios y la plaza pública se han trasladado al ecosistema digital, táctica de redes sociales en donde no se asumen responsabilidades y se culpa a un equipo de trabajo por trinos que dicen no corresponder al talante de la candidata. Incongruencias que la sientan a negociar principios con Gustavo Petro que posteriormente, ante la impopularidad en un amplio sector, se desconocen y desde la egolatría desafiante de Claudia López atomizan la propuesta política de la izquierda en Bogotá.

Aires de independencia y alternativas que convocan en la arena electoral a delfines políticos, como Carlos Fernando Galán y Miguel Uribe Turbay, de las tradicionales bases en las huestes liberales colombianas. Galán, novel político que desligándose de su trasegar ideario en Cambio Radical, y arropándose en el fallido intento de revivir el Nuevo Liberalismo de su padre, promulga una estrategia de puertas abiertas que acogerá ideas alejadas de los pleitos políticos; discurso radical y firme de posición que en acción es distante a la palabra que se tuvo a la sombra de Germán Vargas Lleras.

Incoherencia política distante de la independencia que se dice tener y contrasta con el apoyo de las tradicionales maquinarias partidarias como las que acompañan a Uribe Turbay. Dardos de ataques filosóficos y procedimentales en donde todo vale, se pasa por encima de hechos y personas para afinar una estrategia que conduzca al Palacio de Liévano. Acusaciones de procesos disciplinarios carentes de transparencia y que dejan en el ambiente temas por explicar por parte de unos y otros; conexidad a jefes políticos y componendas del ejercicio democrático. Unidad y consenso, de verbo y acción, nada distante de la tradicional forma de hacer política y gobernar.

Descalificación, en ocasiones sin sustento, a contradictores que desvían la atención del debate político y ayudan a ocultar desacertadas declaraciones públicas en las que se responsabiliza a las víctimas de su propio flagelo. Instancias de poder en donde los delfines políticos sacan a flote su casta para lavar las manos con el nombre de otros y dar por terminado el asunto. Límites y escrúpulos que no existen en la carrera por desacreditar a los contrincantes políticos o quienes no comulgan con una forma específica de ver el desarrollo de ciudad.

Hollman Morris, a mejor ejemplo de su émulo político, es el estandarte de enconados señalamientos infundados y distantes a la verdad; esquema de expresión pública que propenden por el desprestigio del prójimo y la victimización propia. Discurso dotado de delirios de persecución infundados que desde la triangulación atril en tarima, medios y redes se exaltan para hacer frente a la maltrecha credibilidad de un discurso incendiario que más que hacer daño a la imagen del contendor se revierte en la propia.

Indelicadeza e imprecisión de lenguaje que busca ocultar la incompetencia propositiva y constructiva de actores políticos y públicos, sujetos concentrados en promulgar cifras, compromisos y planes de acción que convergen con explosivas declaraciones y ataques a las campañas contradictoras.

Escenario de acusaciones y señalamientos que trae ocultos multiples intereses, los mismos que llevan al repentino interés de Nicolás Petro por la Gobernación del Atlántico, el enconado debate de los conservadores en Antioquia por el aval del partido a Juan Camilo Restrepo y no a Anibal Gaviria; así como la lucha de 694 candidatos inhabilitados para participar en esta contienda electoral, entre otros.

El país es más que la disertación política entorno a las denuncias que se hacen a Álvaro Uribe desde todos los flancos, los señalamientos de actos indebidos a Juan Manuel Santos, las peleas retrecheras de Gustavo Petro, el imperfecto acuerdo de paz y la fallida implementación, los incumplimientos del gobierno y los exguerrilleros, los actos de corrupción; temas ideales para diatribas que con la anuencia de los medios de comunicación se posicionan en el imaginario colectivo como la confrontación ideal de ideas y corrientes políticas del entramado local y nacional.

Es hora de pedirle a los candidatos controlar el tonito y concertar esfuerzos en propuestas en esta recta final de campaña, trabajo que desde las diferencias construya una sociedad que saque a flote las riquezas de un país como Colombia. Trabajo mancomunado de los líderes políticos, los estamentos locales y la población por construir la Paz desde la tolerancia y el reconocimiento del semejante como otro actor de la contienda; sujetos con ideas, proyectos y visiones de sociedad que hacen uso de su derecho a la libre expresión y al igual que ellos busca captar la atención y anuencia del electorado que los considera como la mejor alternativa para los problemas que aquejan a la sociedad colombiana.

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