Este 7 de agosto se conmemoró el bicentenario de la gesta libertadora de Colombia, pero a su vez sacó a flote nuevamente un conflicto de vieja data que congrega a colombianos y venezolanos. De antaño se habla de una confrontación ideológica que aglutina una visión política, económica, social y territorial de corrientes conservadoras y liberales, santanderistas y bolivarianas, democráticas y socialistas–bolivarianas bajo las que Colombia y Venezuela centran sus relaciones bilaterales.

Lucha de poder anti–imperialista que envuelve a un país bolivariano de 916.445 km² de territorio con más de 32 millones de habitantes y que comparte una frontera continua de 2.219 km con un país democrático como Colombia que ostenta más de 48 millones de habitantes en 1.142 millones de km². Extensión territorial e historia independentista y de conformación de nación que comparten innumerables sucesos que se pretenden desconocer y borrar desde la diplomacia de micrófono y la desesperada migración en un momento específico de la crisis social de uno de los países vecinos.

Historia común que comparte fenómenos y flagelos que obligan a hablar de disputas políticas y territoriales que proceden del feudalismo y centralismo que suscitó tensiones regionales y trajo consigo la división de lo que históricamente se conoció como la Gran Colombia. Genealogía binacional que tiene bajo su manto intereses e ideales divergentes que se ven impactados por corrientes migratorias, ciudadanos refugiados, violencia y desplazamiento poblacional, contrabando, guerrilla, paramilitarismo, narcotráfico entre otras anomalías.

Semejanzas culturales y sociales que buscan expandir una forma de ver y afrontar la economía de mercado; política agraria y petrolera de múltiples dividendos que, desde la explotación geográfica de cada nación, propicia una zona de confort de una clase social específica y a su vez sume a Colombia en un conflicto armado desde mediados del siglo XX y ahora a Venezuela en la peor dictadura de toda la historia del continente. Aptitud política expansionista que busca trasladar una forma de concebir el poder y subyugar al pueblo en la pobreza y el caos que produce el saqueo monetario del erario de una nación.

Tensión y violencia social que desde Colombia conllevó a la migración indiscriminada de más de 6 millones de connacionales que encontraron en Venezuela un lugar en el mundo desde el cual establecer sus bases y núcleo familiar. Estigmatización de saqueo y contrabando con la que lidiaron los colombianos de bien que llegaron a hacer parte de la fuerza laboral de una nación vecina que luchó contra aquellos que fueron a delinquir –robos, secuestro–, establecer bandas al margen de la ley o instituir rutas de transito del narcotráfico.

Malevolencia poblacional que sufrió de señalamientos y ataques gubernamentales en plaza pública, alocuciones presidenciales, ahora representadas en la figura de Nicolás Maduro, que hablan de Colombia como un “Estado fallido”. Delirio de persecución y alucinaciones que se hacen latentes para exacerbar los ánimos y avivar una confrontación de odio y rencor que por momentos raya los límites de la xenofobia.

Conspiración, creada desde Miraflores en Caracas, atrincherada en la defensa a la soberanía de su país solidifica sus tentáculos dictatoriales en el maltrato a la población y la intimidación. Entorno de pobreza, violencia, aislamiento y confrontación de una forma de gobierno que reta al mundo con apéndices terroristas que convergen con una apuesta proteccionista irrestricta a la guerrilla colombiana (ELN) y los grupos disidentes de las FARC. Brazo armado ideológico que propende por atomizar la sublevación y continuar sumiendo a incautos en la fracasada ideología socialista–bolivariana.

Contexto preocupante que ha traído consigo el regreso de múltiples colombianos que se encontraban radicados en Venezuela, acompañados ellos de más de 1 millón y medio de migrantes que a diario generan un sin número de inconvenientes en cada una de las regiones de Colombia. Si bien son muchos los venezolanos de bien que han llegado a estudiar, formar empresa y vincularse a la economía productiva del país, no se puede desconocer que hay un amplio éxodo poblacional que desde la delincuencia y la mendicidad no solo generan inseguridad sino problemáticas de atención, protección e inversión social, por no hablar del sector salud y educación.

Huella de percepción que en el último estudio de Invamer para SEMANA, Caracol Televisión y Blu Radio señala que la imagen negativa del éxodo venezolano va en alza y registra su punto más alto (62.2%). Conmoción que a gritos pide a la administración central poner un alto a esta situación, más que abanderar el cerco internacional, se implora al gobierno de Iván Duque Márquez fijar una política fronteriza clara que impida el ingreso indiscriminado de migrantes. Plan de choque que haga frente a la responsabilidad interna colombiana en este asunto, y con carácter y fortaleza proponga una solución a un problema estructural que toca colateralmente el desempleo, la crisis económica, los problemas de salud, vivienda y educación, entre otros factores.

Es bueno, dejar el papel protector y benefactor con los vecinos, voltear la mirada a los connacionales, no se puede seguir tapando con un dedo la realidad del Chocó, Buenaventura e incluso las grandes capitales que en cada rincón dejan ver la profunda crisis social por la que atraviesa Colombia. Mucho criticaron al alcalde de Bucaramanga, Rodolfo Hernández, por sus explosivas declaraciones de las mujeres venezolanas en Colombia, pero hoy se ve cómo se expide un decreto para que los 24 mil niños de padres venezolanos que nacieron en Colombia puedan adquirir la nacionalidad, amparo universal que traerá consigo unos costos de inversión social que seguirá cesante.

Si bien es cierto se debe tender la mano al necesitado, no es menos real que quienes se están aprovechando de la situación son aquellos que en la era de Hugo Chávez y el Socialismo del siglo XXI, bajo el fundamento de las ideas libertarias de Bolívar, creyeron que toda la vida se les suministrarían beneficios y recursos sin trabajo y esfuerzo. Política humana y emancipadora anti–imperialista que ligada a anacrónicos pensamientos de igualdad creen que el estamento gubernamental debe actuar de Robin Hood, defensor de pobres y oprimidos, que quita a quien tiene para otorgar al perezoso y zángano.

Preocupante visión de sociedad y mundo que quieren traer al país desde falsas ilusiones y discursos caudillistas de una Colombia humana, tribuna desde la que se victimizan y ataca a periodistas y contradictores, pues quien no piensa como ellos está fuera del estamento. Ideologías conexas a proyectos políticos de antiguos militantes guerrilleros y líderes liberales a quienes hace pocos días se vieron vitoreando a Maduro y su corte en el XXV Foro de Sao Paulo, escenario internacional en el que se destaparon las cartas ocultas que en Colombia negaban desde el legislativo y los micrófonos de la radio y la televisión.

Los colombianos deben fijar bien los pies en la tierra, escuchar atentamente las propuestas políticas que se presentan en las elecciones locales del 27 de octubre y contrastar los pensamientos y acciones de los líderes políticos. Como país se requiere enderezar el rumbo social, establecer políticas públicas que como actores de una comunidad permitan avanzar en el concepto de nación en progreso y hermandad que desde el respeto por las diferencias construye su futuro sin apropiarse de la viga que habita en el ojo ajeno.

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