El costo de gobernar es muy alto y en ocasiones la ingratitud del pueblo raya el extremo, un periodo presidencial no solo es difícil por las determinaciones que se deben tomar en un momento específico sino por la soledad que acompaña al poder en los momentos adversos. Los colombianos suelen carecer de memoria histórica y por ello están condenados a repetir errores del pasado, el afán inmediatista de los problemas no permite mirar atrás y encontrar el antecedente desde el que se desprenden.

En los últimos días se han escrito múltiples textos, empleado diversos minutos de análisis y debates en radio y televisión y multiplicado por los mensajes en redes sociales para analizar el primer año de gobierno de Iván Duque Márquez, la polarización del país busca encontrar los estruendosos fracasos y escasos aciertos del ejecutivo en sus primeros 365 días en el poder. Parece que todos esperan que el mandatario llegara con la varita mágica de Harry Potter para superar las diferentes dificultades que dejó el  paso del Nobel Juan Manuel Santos por la Casa de Nariño.

Quienes más duro hablan, señalan y recriminan acciones gubernamentales de este momento son los expresidentes que ya vivieron las afugias del poder, aquellos que desde sus trincheras del activismo político fungen de carboneros incendiarios y avivan la confrontación caudillista del momento. Parece que olvidaron que los anales de la primera magistratura colombiana tienen en su registro aquellos hechos protagonistas de sus gobiernos, pero, así mismo, los que incomodan y los ubican en el odioso ‘ranking’ de los peores presidentes de la nación.

Por respeto a la memoria de aquellos que ya partieron de este mundo, en este texto solo se traerán a la memoria hechos de los gobiernos de Cesar Gaviria Trujillo (1990 – 1994), Ernesto Samper Pizano (1994 – 1998), Andrés Pastrana Arango (1998 – 2002), Álvaro Uribe Vélez (2002 – 2010) y Juan Manuel Santos Calderón (2010 – 2018).

Las carambolas de la tómbola política llevaron a que el 21 de agosto, en el entierro del líder inmolado Luis Carlos Galán Sarmiento, Juan Manuel Galán, con 17 años de edad, entregara las banderas de su padre a Cesar Gaviria Trujillo, hecho del que años después se arrepintió. Gesto político que permitió que el joven caudillo risaraldense recogiera el voto de los adeptos liberales y aquellos que amedrentados por la violencia de la época creyeron que ese líder de 42 años representaba el cambio y contaba con la experiencia para sortear el conflicto de guerrilla y narcotráfico por el que atravesaba el país.

En su llegada a la Casa de Nariño, con Ana Milena, Simón y María Paz, Cesar Gaviria Trujillo le dio a Colombia la bienvenida al futuro, su cuatrienio se caracterizó por un fuerte revolcón que trajo consigo la promulgación de la Constitución de 1991 a consecuencia de la Asamblea Nacional Constituyente. Desde la apuesta de apertura económica –libre comercio, reducción arancelaria, viabilización de la inversión extranjera– y el disminuir la presencia estatal en la prestación de servicios y la regulación del mercado afrontó el incremento del desempleo.

El fortalecimiento de la autonomía política y económica de las regiones colombianas y la reincorporación de disidencias del ELN no pudieron ocultar: la crisis energética que trajo consigo el apagón del país y la imposición de la hora Gaviria, la quiebra y apretón económico de la industria nacional, los señalamientos de usar los recursos del Estado para hacer campaña y lograr ser elegido secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA) al finalizar su gobierno. Quizás lo más grave y que marcó esta administración fue el final del capo del narcotráfico Pablo Escobar Gaviria y lo que significó la prisión de La Catedral en Envigado.

Con el eslogan “es el tiempo de la gente” llega a la primera magistratura Ernesto Samper Pizano, un político con gran recorrido y vasta experiencia en su hoja de vida; sin embargo, hechos conexos a su campaña, financiación con dineros del narcotráfico, lo llevaron a centrar todos sus esfuerzos a atajar intentos golpistas y desestabilizadores que buscaban su caída del poder, ruido de sables que fue controlado en múltiples oportunidades. Proceso 8.000 que trajo consigo ataques de todos los frentes –políticos, económicos, sociales, mediáticos (nacionales e internacionales)–, sumado a la violencia narco–guerrillera que desestabilizó el país, polarizó las tensiones y en noviembre de 1995 condujo al asesinato de Álvaro Gómez Hurtado crisis de grandes proporciones que hizo pensar en un nuevo Bogotazo como en 1948.

Después de la ingobernabilidad de Samper y el rechazo internacional que sufría Colombia llega el turno para Nohra, los niños y Andrés Pastrana Arango en la Casa de Nariño, líder conservador que con sus dotes de mal perdedor armó el embrollo del Proceso 8.000 y llega a la presidencia con la promesa de que el cambio era ahora. La peor administración de la era republicana de la nación en su afán de protagonismo dejó de lado la gestión política y económica por despejar 42.000 km2 para entregar la zona del Caguan a las FARC en un afán desesperado por firmar la anhelada Paz. Capricho político que trajo un estruendoso fracaso internacional que envalentonó un gesto generoso, abrió el camino perfecto para la delincuencia, el narcotráfico y la llegada de armas a las filas guerrilleras.

Caos gubernamental que agudiza el desempleo colombiano, desestabiliza el orden público, estanca la economía, sume en profunda crisis las finanzas públicas, hace inviable el sistema bancario –crea impuesto transitorio de 2×1000, hoy 4×1000– y hace más que ineficaz el aparato estatal. Presidencia congraciada internacionalmente con gobiernos, ONG, y demás estamentos humanitarios, pero que deja fortalecida militarmente a una guerrilla que intimida al pueblo y forja el estandarte para que llegue al mandato Álvaro Uribe Vélez con la promesa de una mano firme y corazón grande.

Confrontación sin contemplación contra los grupos al margen de la ley que generó múltiples enfrentamientos con los enconados gobiernos de la izquierda suramericana, extendió el conflicto allende nuestras fronteras y desencadenó los falsos positivos en las fuerzas militares. Propuesta política que consciente que 4 años no eran suficientes para ofrecer resultados contra las FARC, la corrupción, la politiquería y los avances sociales modificó cuestionablemente un “articulito” que dio vigencia a la reelección en Colombia.

Clima armamentista que dio protagonismo a paramilitares y su desmovilización, agudizó la situación de las victimas del conflicto armado, atizó el desplazamiento, propició las chuzadas, profundizó las grietas del sistema de salud nacional, abrió aún más las brechas sociales, polarizó las diferencias políticas y los enfrentamientos radicales de palabra entre unos y otros, debilitamiento institucional ante el todo vale sin importar las consecuencias. Política de Estado con profundos contradictores que dio tranquilidad y sensación de seguridad a los colombianos, escenario propicio para una nueva reelección que no se logró gestar y abrió el camino de una herencia electoral a Juan Manuel Santos Calderón.

El descendiente del Uribismo en el gobierno rápidamente sacó a flote sus dotes de apostador de Póker y deslealtad política. Giro de 180º en la estrategia de seguridad democrática que a como diera lugar llevó a un proceso de paz en la Habana que culminó con la firma de un acuerdo imperfecto. Obstinación que desconoció el pensamiento popular cuando ganó el No en el referendo, fracasó con la necesaria reforma al sistema judicial, traicionó su firma “sobre piedra” de no aumentar impuestos y ahora deja entrever la financiación de Odebrecht en la campaña de reelección. Hechos que trajeron como consecuencia un bajo índice de popularidad al finalizar el mandato del Nobel Juan Manuel Santos Calderón.

El entorno político colombiano evidencia múltiples acciones y deudas que ahora pasan su factura al gobierno de Iván Duque Márquez, novel político colombiano que paga su inexperiencia en cargos públicos y delinea una importante apuesta de buscar acuerdos sin dar a cambio la “mermelada”, las cuotas políticas o el clientelismo de sus antecesores. Gobierno que desde su inicio manifestó sus objeciones al imperfecto acuerdo de paz y el corto tiempo ha dado la razón ante unos líderes guerrilleros ególatras, mentirosos y con falta de compromiso a lo pactado que acabo con la poca credibilidad que le quedaba a la justicia nacional.

Difícilmente se puede creer que quien ejerce el cargo de mandatario es ajeno a políticas de bien común que se ven afectadas por las coyunturas del momento, la administración Duque ya tuvo su año de reconocimiento y adaptación, es momento de dejarlo gobernar y respaldar sus políticas sociales, recomposición del Estado que busca refundar Colombia del caos que deja la corrupción de administraciones anteriores, la desatención social y el conflicto de muchos años. Es momento de no torpedear todo paso que se da y dar el protagonismo perdido a expresidentes que deberían estar en uso de buen retiro.

El éxito del país y todos los connacionales depende del buen camino y acciones del mandatario de turno, estrategias de gobierno que guste o no están en cabeza de Iván Duque Márquez, el 7 de agosto de 2.022 evaluaremos si su falta de carácter y firmeza fueron superados o serán el pecadito que pasará cuenta al próximo Presidente de Colombia.

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