Hace 75 años se volvió invisible el autor de ‘El Principito’, Antoine de Saint-Exupéry; se perdió en el mar. Su obra cumbre es una fantasía literaria que muestra aquel niño que abandonó su minúsculo planeta en el que deshollinaba volcanes y cuidaba de su rosa y que se encontró en el desierto del Sahara con un misterioso aviador que había caído del cielo.

El cautivador hechizo de su leyenda pervive e inunda todo lo que rodea al universo del autor de una diminuta joya de la literatura universal. Quizá porque “sólo con el corazón se puede ver bien. Lo esencial es invisible para los ojos”, como le decía el zorro al ‘Principito’.

Y quizá, en el universo de los niños, para quienes escribió Saint-Exupéry ‘El Principito’, el literato siga perdido en algún desierto pintando corderos en cajas con agujeros. Los adultos aceptan los hechos probados, pero los pequeños pueden permitirse no hacerlo. Puede incluso que exista una explicación para todo, pero, como decía el héroe: “las personas grandes nunca comprenden nada por sí solas y es muy aburrido para los niños tener que darles una y otra vez explicaciones”.

Por ello, tal vez, también apareció en Colombia Jaime Garzón para hacernos entender la realidad a través del humor, el ingenio y la inocencia. La única manera de volvernos serios fue haciéndonos reír como niños al mofarse y desenmascarar la farsa del poder. Le creímos y nos convenció. Garzón era como un niño. Tenía los sueños grandes, como los niños, y la aplastante realidad de Colombia no los había recortado sino que, por el contrario, los había hecho más fuertes. Como los niños, Jaime opinaba con la verdad sin tapujos, a mansalva, sin medir las consecuencias. Y al igual que a los niños, toda injusticia lo afectaba.

Garzón fue portador de una gran autoridad y reconocimiento. El imperio del humor y la opinión juntos, y en él encontró también la muerte hace dos décadas. Logró penetrar el establecimiento y los círculos del poder, pero fue visto como ajeno e inconveniente.

Logró fascinar al público gracias a la independencia y la irreverencia con que se enfrentaba a los diversos acontecimientos nacionales, pues por primera vez en Colombia el humor servía para criticar de frente la escena política. Los personajes importantes le acercaban sus zapatos sucios, para que les sacudiera hasta el alma. Su éxito estuvo en su brillantez para interpretar y representar a la gente, en hacer conexiones con tanta facilidad como Sain-Exupéry lo hizo con los niños.

Si se trata de entenderlo a profundidad, algunas frases de El Principito pueden ser expresadas al estilo de Jaime Garzón:

  • Si queremos un mundo de paz y de justicia hay que poner decididamente la inteligencia al servicio del humor.
  • Amar no es mirarse el uno al otro; es reír juntos en la misma dirección.
  • Al primer amor se le quiere seriamente, a los otros ya se les quiere con confianza. El mundo entero se aparta cuando ve pasar a un hombre sabio que hace sonreír. Sólo se ve bien con el corazón; lo esencial es invisible a los políticos.
  • El humor es lo único que crece cuando se reparte. Y contagia de risa
  • Uno es para siempre responsable de lo que domestica. Pero más aún es el propio responsable de dejarse domesticar por los politiqueros de turno.
  • Lo que embellece a la política es que en alguna parte esconde un pozo de decencia
  • Yo no bebo, no fumo. Mis únicos vicios son hacer reír, hacer pensar y no incurrir en la lectura de las poesías de Roy Barreras.
  • El fracaso fortifica a los fuertes. El humor hace feliz a los débiles.
  • Haz de tu vida una comedia y de tu comedia un sueño, y de tu sueño una realidad. Solo así sonreirás
  • Ser irreverente de nacimiento es una enfermedad incurable que puede llevar a la muerte.

A una veintena de años de su magnicidio, Jaime Garzón se ha inmortalizado. Como Antoine de Saint-Exupéry para muchos niños, la mayoría de colombianos no hemos aceptado su desaparición, creemos que aun anda por allí como Heriberto de la Calle sin caja de dientes y con caja de embolar, haciendo de las suyas, deshollinando la conciencia de los políticos.

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