Han pasado 200 años de independencia tras la Batalla de Boyacá pero hoy libramos unas guerras donde priman otras armas. Las guerras modernas son contra la apatía y adormecimiento que el consumo y el acceso tecnológico traen a miles de ciudadanos que se alejan de toda convicción o propósito político.

Los grandes cambios en la modernidad no fueron adelantados por el poder político tradicional sino jalonados por el mercado. Internet fue creado para suplir la necesidad de comunicación militar cifrada en los años 60 en plena guerra fría, pero su masificación fue posible gracias al mercado del consumo que ha modelado una ficción que se ha vuelto material.

A manera del progreso del imperio romano, que al tiempo que construía acueductos los utilizaba como vías de acceso que permitían comunicar al centro de poder con las provincias para proveer alimentos, salubridad y respuesta al control militar de un vasto territorio, hoy los ciudadanos reclaman un bienestar que ya no garantizan los centros tradicionales de poder sino las interacciones del mercado que son crecientes, infinitas, anónimas y desideologizadas.

En entrevista con el diario argentino La Nación publicada por El Tiempo, el filósofo italiano Franco Berardi señala que hoy “el futuro no se decide en la esfera de la voluntad política (sino) en la esfera psíquica, lingüística y tecnológica” eso para decir que son los nuevos anhelos de bienestar y felicidad, el lenguaje que los nombra o invisibiliza y los medios que los hacen posibles, los que determinan lo que perseguimos y a veces alcanzamos.

Su pronóstico del futuro es desalentador, reconoce una impotencia generalizada de la sociedad regida por neofascismos, el imperio de una lógica financiera que se impone a la reflexión por la solidaridad social además de una serie de eventos bélicos de baja intensidad que abarcan desde extremismos supremacistas hasta nacionalismos violentos que ponen de manifiesto la reivindicación del gran egoísmo.

Berardi, autor del libro ‘Futurabilidad, la era de la impotencia y el horizonte de la posibilidad’ plantea la muerte del pensamiento crítico y le atribuye a la revolución informática el haber acelerado las transformaciones de la vida social frente a la cual plantea como oportunidad, un llamado a la interconexión mundial y solidaria de trabajadores del conocimiento, a manera de un nuevo “cognitariado” que es convocado o sabe que existe en mil sitios pero se conecta virtualmente sin apenas conocerse y donde ve posible la economía colaborativa de nuevos tipos de ciudadanos unidos por una red donde se diluye la idea de nación.

Aun así, este nuevo ciudadano o internauta es también de manera creciente indiferente a los cambios políticos o está sujeto a una asepsia frente a cualquier reflexión social que se adormece tras el consumo inmediato de la red y la ilusión de una realidad virtual que difiere de cuando sus pies salen y transitan las calles, donde el viejo mundo deja de importar.

La nueva guerra que libramos es una apatía social por el cambio que premia la complacencia inmediata. No es una guerra por el poder sino por el no tener que preocuparse por las lógicas sociales si ya el consumo y la tecnología por sí mismas satisfacen de pleno una inquietud o interés individual que muda del apego material a la realidad virtual.

Esta sesión de voluntad y de libertad que no fue ordenada ni comandada políticamente es un gran gobierno al que no pueden exigírsele cuentas ni revocatorias salvo por la oportunidad que el mismo mundo digital permite a los ciudadanos navegantes internautas.

Afirma Franco Berardi que “el único espacio en el cual se podrá determinar una transformación es el espacio de la creación y de la invención. No es la voluntad política, sino la inteligencia social, la que podrá actualizar esa posibilidad si es capaz de desarrollar la potencia necesaria (…)” si antes la indiferencia y la somnolencia por las preocupaciones sociales no superan ese placebo digital que ha puesto en crisis la idea de humanismo y de bienestar social.

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