Insistir en la revisión al acuerdo de paz, demuestra una ceguera y un profundo desconocimiento del entorno internacional que no concibe cómo un país se aleja de logros celebrados por la comunidad internacional que habían permitido reinventar un estado al que se exige vocación de permanencia y consentir una idea de imaginario de futuro, quizá afirmación de fe borgiana y no un capricho de un gobierno o de un partido de turno.

Y la responsabilidad recae en el presidente Duque de quien sorprende una obediencia ciega a un partido que lo tiene rehén de sus rencores, lo ha alejado de los debates propios de un jefe de estado en el post-acuerdo y le impide desarrollar una agenda propia y trazar un norte con legado.

El gobierno no puede caer en el ensimismamiento. Más lo afectan las posturas del partido de gobierno que una oposición que carece de los dientes para inducirlo al error. Al presidente le corresponde pasar la página y no insistir en las venganzas intestinas de las que solo se lucran quienes utilizan el escudo presidencial para mantener sus audiencias y garantizar poder en las elecciones regionales.

No puede estar equivocada toda la comunidad internacional frente a las ventajas de que el país se convierta tras el acuerdo en un laboratorio de paz, cuando el mismo Centro Democrático participó del acuerdo institucional del Colón que corrigió los Acuerdos de la Habana y se apartó luego para oponerse y facturar su oposición en las elecciones.

Si bien se entiende que se utilice el debate sobre el acuerdo de paz como insumo de política local para las elecciones, ésta no debe convertirse en una política de estado. Es preferible una institucionalidad aunque imperfecta a ninguna, aunque sus críticos pretendan sustituirla por un rediseño a la medida de su bandera política.

Existen la JEP, unas cortes y el respaldo de la comunidad internacional. El principio de autoridad básico llama a que operen y juzguen y no a condenar el mecanismo sin verlo funcionar.

El país requiere un norte y el presidente debe liderarlo planteando también una visión de estado frente a la lucha compartida contra las drogas y la oportunidad migratoria venezolana .

Está creciendo un desafortunado sentimiento de xenofobia antes que una reflexión seria para aprovechar el bono migratorio como oportunidad para la productividad y el crecimiento económico en que la nacionalización puede ser más humanitaria y conveniente que el mismo tratamiento de refugiados internacionales que le impide al país cumplir siquiera con los deberes nacionales.

En materia de lucha contra las drogas también la visión es estrecha. Si bien Pastrana fortaleció a las fuerzas militares, Uribe debilitó a la guerrilla y Santos la desmovilizó, en 20 años, con más o menos coca, ninguno pudo resolver el narcotráfico.

Mientras el gobierno Duque insiste en atribuirle al gobierno Santos el aumento en los cultivos de coca, es la revista británica The Economist quien llama la atención y atribuye el incremento de los cultivos no solo a la expectativa que tenían los cultivadores de obtener algún pago tras el proceso de paz, sino al aumento de la demanda por parte de los países ricos.

Colombia no puede alejarse de la postura de la corresponsabilidad del fenómeno de las drogas entre oferta y demanda a nivel mundial por consentir un discurso de responsabilidad única frente a la erradicación de cultivos, jalonado por elementos morales y de protección a la infancia como ha sido conducido localmente, que no es consistente con la realidad ni con el interés nacional.

Si de algo debe servir el presidencialismo que no ha empleado el presidente Duque, es precisamente superar la mirada estrecha de nuestras ambiciones, que nos arroja a la guerra de odios y rencores y al manido argumento moral del bien contra el mal y no nos deja entender, ni ver ni actuar de manera contundente, sobre los problemas importantes que determinarán el futuro de los próximos años.

Necesitamos que al presidente le vaya bien y que su liderazgo anteponga el interés de estado y su posicionamiento internacional, al sino histórico de la venganza local y nos conduzca a ser incidentes en el concierto de naciones.

Colombia no ha encontrado a la fecha mejor excusa para reinventar su futuro y otro lugar en el mundo que haber desarmado una guerrilla y firmado un acuerdo perfecto o imperfecto- pero de paz. ¿Existe otra excusa?

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