Coyuntura actual pide repensar el colectivo social y el papel de cada uno de los actores en su relación con el entorno, integración e interacción del sujeto con los colectivos familiares, laborales, fraternales y generales que refunda las bases del estamento público y privado desde la concordia, armonía y coherencia que debe reinar en el comportamiento adecuado entre unos y otros. Rectitud, libro abierto, que solidifica la confianza y propende por conservar una sola actitud de la persona, observada o en el fuero íntimo del aislamiento; escenario en el que sin contradicciones ideológicas prime el diálogo y comprensión del semejante, entorno que hoy parece distante y cada vez se desdibuja más en la polarización conceptual.

La animadversión de clases, el mostrar los dientes de lobo feroz y con apetito, o el gruñir en plaza pública y los escenarios sociales del ecosistema digital, acciones que a diario se pueden ver en cada sector de la sociedad, no permite comprender y evidenciar que esta etapa de la vida pide interiorizar y asimilar que el mundo atraviesa por un instante en el que todos se necesitan mutuamente para reconstruir la realidad del ser humano. Analogía comportamental del individuo plagada de falsedad e hipocresía, correlación de bases frágiles que torpedea el camino y complejiza la construcción de futuro.

Ingenuidad, rectitud, lealtad entre otros factores son aplastados por la maldad y estrategia procedimental de, como dijo Iván Lalinde en el Live de Instagram con la Revista 15 Minutos, “muchos hijueputas que hay en el camino y de los que todos, a los golpes, se aprenden a defender”. Manto de duda que, secundado por la falsedad, teje marañas de mentiras que dañan la reputación de un sujeto bajo los intereses políticos o personales de mezquinos personajes que abundan en el país; pregoneros de tirria que se exhiben de manera pública por su modo de escribir y expresar las cosas en cada uno de los mensajes que comparten en redes sociales, hipócritas manipuladores que desde la mitomanía confunden, construyen realidades, y logran que se ame al opresor y se odie al oprimido.

Adefesio de actitud particular que no es más que el fiel reflejo del desgaste emocional que desvía la atención, atomiza el panorama y hace sucumbir el rumbo normal de las situaciones en medio de un fanatismo filosófico en el que la verdad evidente de los hechos se desdibuja en el marco dela tramparencia y el ajedrez de cálculos intrigantes de oscuros personajes. Combo de maquiavélicos seres que son el fiel reflejo de un monstruo de tres cabezas personificado por el poder –ejecutivo, legislativo y judicial–, profesionales que posan de éticos, pero en el fondo son vendidos, arrodillados y serviles con la corrupción y malquerencias contrarias a las adecuadas normas de comportamiento; tramoyeros solapados que tiran la piedra y esconden la mano.

Carencia de vergüenza en la que convergen opositores y aliados, doble faz de apariencias que, desde enemigos ocultos, allanan el camino para satisfacer los intereses y vanidad de unos pocos al tiempo que apabullan las capacidades de otros. Intereses y premeditaciones particulares, que ahora proliferan, no permiten a los colombianos construir nación y resurgir del caos que deja la pandemia; contorno de delirios de persecución que vulneran la consolidación de un proceso que alterne las dinámicas del ejercicio público, complejos de culpa que marcan la agenda social y no permiten una identificación conceptual y actitudinal del colectivo con sentido de pertenencia.

Es momento de repensar la esfera educativa para responder a la necesidad que tiene Colombia de formar mejores personas, nuevas poblaciones generacionales que sean sensibles al medio ambiente que los rodea. Líderes positivos que desde la colaboración, rectitud, honorabilidad e integralidad unifiquen los intereses que como nación identifican la cultura y acaban con la onda negativa, la mala fe y la intención de causar daño a su semejante; horda conspiradora de sentimientos de odio y pelea que se hacen virales en redes sociales, tendencia de debates y victorias épicas sin argumentos.

Basta de activistas que concentran la polarización y promueven la participación desde ataques indiscriminados, práctica sistemática de la mentira convertida en una técnica para fragmentar y reinar; ciudadanos que ni suman, ni restan, tan solo dividen. Embusteros que jamás se arrepienten o piden perdón y mucho menos redimen a sus víctimas porque la malevolencia hace parte de su ADN, cabecillas negativos que solo les interesa ver un colectivo que se desintegra y despedaza como enemigo. Héroes de barro que esperan, y desean, el mal de antagonistas sociales que con esfuerzo escalan a posiciones de poder y dirección, cobardes pusilánimes incapaces de evidenciar una actitud recta que les permita opinar sin el temor de exponerse al maltrato, insulto y escarnio público propio de la atmósfera social.

Legado de inquina, repulsión y enemistad que no puede seguir transmitiéndose a futuras descendencias, visión de sociedad que llama a la constitución de un colectivo donde predominen la buena fe, la presunción de inocencia y el debido proceso. Biósfera nacional en la que los niños puedan desarrollarse sin ser parte o víctimas del conflicto; circulo mutuo en el que ancianos, mujeres y demás ciudadanos establecen relaciones congruentes en el marco del respeto y la empatía, soñadores perseverantes que construyen un camino de paz en el que existen beneficios y protección para todos. Anhelo de un armazón social en el que cada uno gana su espacio por los méritos de su trabajo y no por la influencia, recomendación o privilegio de quien está en una posición superior desde la cual saca “provecho” para sus propios intereses.

Reducción de víctimas y enfrentamientos, alternativas distantes del ego y los extremos que tanto daño hacen ahora a Colombia, coalición de intereses que brinde acceso a la educación, la salud y el empleo; vientos de cambio que traigan una sociedad justa que altera la odiosa estratificación social que tanto atiza el ambiente general del País. Actores equitativos sin prejuicios que ayudan a los demás y, en búsqueda de la verdad, denotan una actitud y conducta deontológica que acalla prejuicios y cumple con metas y expectativas; nueva cotidianidad en la que se vuelve a interactuar con otros, se socializa en el entorno cultural, y reaparece la exploración, el placer de viajar y conocer otros núcleos poblacionales.

El grave problema del pueblo colombiano es su memoria cortoplacista, aquella que condena y singulariza en el momento, pero al paso de los días olvida. Reino del oscurantismo que aclama abrir los ojos y ver más allá de lo que se tiene al frente, el conformismo no permite avanzar, hay que ser claro y frentero, piedra en el zapato que pisa callos sin cumplir favores burocráticos que ayudan a llenar una fría hoja de vida con una experiencia atestada de ignominia. Enclave social que pasará, curso circunstancial que traerá para cada persona una enseñanza que le servirá para adoptar una posición diferente en su vida y dar un nuevo rumbo al imaginario colectivo de los colombianos.

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