El gobierno de Iván Duque Márquez ya se aproxima al 50 % de los días en el poder, etapa de balances y apuestas en donde comienzan a salir, a la luz pública, las aspiraciones de diferentes candidatos y partidos que pescan en río revuelto y estructuran una propuesta política que, dé un giro, de 180 º, en el rumbo que lleva el país. Entorno de sumo cuidado, y análisis, bajo la coyuntura que dejó el virus, COVID-19; compleja biósfera que saca a flote enraizados descontentos sociales, problemas económicos severos, polarización ideológica y múltiples tareas pendientes. Hoja de ruta que señala que el camino es culebrero y no será nada fácil la etapa a recorrer.

Se avecinan dos años con un sismo de grandes proporciones sociales, atizado ambiente en el que se apostará por hacer frente a elevados índices de corrupción y la extendida crisis social de un país, y el mundo, con su economía en recesión, entre muchas otras variables. Crisis de empleo que desborda indicadores complejos de atender y reporta consigo un panorama de hambre y apremiantes necesidades que no está en capacidad de resolver, en su totalidad, el gasto público; pandemia de pobreza extrema que traerá consigo un daño significativo al sistema de salud, el régimen de protección social y el contorno de seguridad de la población, en la zona urbana y rural del país.

Vulnerabilidad que conexa a la informalidad reinante, en la economía del diario vivir, impactará en el nivel de vida de los colombianos y activará el flujo migratorio que instaure una nueva normalidad. El peor verdugo de la sociedad será la crisis del sector educativo que ya se prepara para la deserción universitaria y la fuerte confrontación de la esfera pública y privada, estamento formativo llamado a reformular costos, estrategias pedagógicas, tiempos y escenarios de acción; repensar la respuesta que se brinda a los requerimientos de un mercado cambiante. Desequilibrio que obliga a redistribuir el gasto y fijar prioridades acordes al ingreso de los hogares, sin descuidar los procesos formativos y la estabilidad emocional que redundará en el futuro del colectivo social y la nación.

Preocupante contexto que tiende un camino expedito a los grupos al margen de la ley, cacería de incautos útiles y necesitados, que desde un imaginario permeable encausan ideales ajenos y la desgastada lucha de las disidencias guerrilleras. Eufemismo del dinero y la vida fácil concentrado en el cultivo y consumo de droga, peligrosa mezcla que reactiva el conflicto armado, incrementa las cifras de desplazamiento y recrudece la violencia en zonas marginales del país, espacios de la geografía nacional donde aflora la ausencia de la mano firme del gobierno, y las fuerzas armadas; lugares que día a día reportan el asesinato de la población nacional y sus “líderes sociales”.

Polarizada realidad, e incongruente apuesta política, que saca a flote el imperfecto acuerdo de la Habana y su implementación, discutido documento de Paz que en cada momento muestra puntos de fuga y eventos circunstanciales que llaman a darle una profunda revisión, y discutir aquellos cambios a los que muchos se resisten. Apología al delito es ver que, campantes, los líderes, del hoy movimiento político, de las FARC actúan desde el legislativo sin cumplir con la reparación a las víctimas; anuencia de la Jurisdicción Especial para la Paz –JEP– con una atmósfera jurídica ligada a la impunidad que está distante a la justicia social y el sentir de los habitantes de una nación que aclaman la verdad, y esperan ejemplares condenas contra quienes hoy fungen como padres de la patria.

Desgastado concepto de justicia que recuerda una tarea pendiente del gobierno, Iván Duque Márquez y sus Ministras de Justicia –Gloria María Borrero y Margarita Cabello Blanco– han demostrado incapacidad para dar solución a los problemas estructurales de la cuestionada rama legislativa colombiana, escenario jurídico ligado a la impunidad, la crisis carcelaria y la desarmonización de las altas cortes. Bomba de tiempo vinculada al desfinanciado entorno que tiende un oscuro clima de escepticismo sobre los temas de la agenda social; impopular epicentro de una reforma tributaria que se acerca con políticas económicas que direccionen el eje macroeconómico de un marco fiscal que apueste por la reducción en el tamaño del estado, la racionalización de los activos de la nación y la focalización del gasto social.

Enredado horizonte que pega en el bolsillo del ciudadano, liquidez para responder a los azares del destino que acrecienta la incertidumbre y estimula el descontento social. Inconformismo ya latente en la calle, antes de la pandemia, que, fundamentado o infundado, gira en torno a una reforma pensional y laboral, la falta de recursos para la educación, el asesinato de personas vulnerables, entre otros factores. Detonante acumulado, y recurrente, que está por volver a estallar en las manos de la administración de Iván Duque Márquez quien, con culpa o sin ella, asume las consecuencias de muchos años de desatención al clamor popular, una distribución equitativa y justa de las cargas sociales.

Cóctel circunstancial que congrega voces de la masa clamando por un auxilio económico y plantea, al gobierno, serios desafíos que piden encontrar alternativas inmediatas a las necesidades del pueblo colombiano. Importante número de ciudadanos exaltan sus ánimos al saber que la solución que se explora para apagar el incendio del momento –hipoteca inversa, retiro parcial de ahorros pensionales– solo abre un hueco negro para el futuro, miedos y temores que se agitan ante verdades a medias y discursos incendiarios de caudillos, en medios de comunicación y redes sociales, que buscan desbordar la tranquilidad del grueso de la población colombiana.

Tsunami ideológico y de percepción, sobre el imaginario colectivo, que está al límite de los derechos constitucionales y el complicado hábitat que aviva odios y rencillas entre los extremos políticos, quienes hoy fungen como víctimas desde el delirio de persecución, y aquellos que desde la indiferencia se sienten coartados en su libertad de acción y locomoción. Dura labor espera a la administración Duque Márquez, el hoy del país  exige la astucia de un jugador de póker, la inteligencia de un ajedrecista y la sagacidad política para congregar a las fuerzas opositoras e independientes al gobierno; el pueblo colombiano está convocado a calmar los ánimos y trabajar unido para dar soluciones profundas a los problemas coyunturales de Colombia.

No es momento de salidas en falso, la gestión con perspectiva a futuro pide salir de la inviabilidad y la intolerancia, hoy el presidente es Iván Duque Márquez y es a él a quien corresponde implementar políticas públicas que no sean un paño de agua tibia a las profundas situaciones que se incrementaron con el coronavirus. Ya vendrá el momento de escuchar los discursos veintejulieros de quienes buscan dividir para captar la atención sin construir país desde las diferencias y el respeto por los derechos, cumplimiento de los deberes que se tienen en el ejercicio de la ciudadanía. La historia impone un reto para dejar un legado en la reconstrucción política, económica y social de la nación, de cada uno depende si se acepta la invitación para ser protagonista del proceso o se sigue sucumbiendo como un combidado de piedra.

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