Antes de la pandemia el mandatario colombiano Iván Duque ya hacía frente a una compleja situación, polarización que atizaba el descontento social ante la pasividad y falta de pulso político en la gestión administrativa del país. El novel gobernante, que gozó de la bendición caudillista de Álvaro Uribe Vélez y el favor del electorado a raíz del terror que significaba una factible presidencia de la izquierda, y más en cabeza de Gustavo Francisco Petro Urrego, tiene la mejor voluntad de estructurar un mandato que responda al servicio público, gobernanza propia de la coyuntura del momento, pero su falta de bagaje en el ejecutivo no lo ha permitido.

Los días, y lo complejo del momento, pasan factura de contado a Iván Duque Márquez, pues el colectivo social no encuentra, en la primera magistratura de la nación, una persona que denote el carácter y la firmeza que se requiere en las decisiones que se deben tomar en un momento determinado. Inteligencia social que dimensione las opciones y la ruta adecuada a seguir con la precognición de las consecuencias en casos similares, acompañamiento y voz de asesores cualificados que faciliten el dar solución a los temas que no encontraron resultado y deben escalar a la oficina del Presidente.

Dificultades complejas, como la que plantea el COVID–19, requieren de cabeza fría para escoger la carta de menor impacto negativo en la sociedad; consenso político y social que lime tensiones, brinde información puntual y conecte al gobierno de Iván Duque Márquez con el país. Equipo de trabajo que acote la multiplicidad de ‘fake news’ que conllevan a que el ciudadano se relaje, en medio del camino al pico de la pandemia, y no acate las directrices de la autoridad sanitaria que con desespero hace lo posible porque el tema no se desborde con el número de contagiados que supere la capacidad de la atención hospitalaria.

Aciertos y errores en las políticas sociales para atender la epidemia que exalta los ánimos de quienes creen se recurrió muy pronto al aislamiento, cediendo a la presión que impuso la alcaldesa de Bogotá, Claudia López, y ahora tiene al país en medio de una prolongación, indeterminada en el tiempo, que trae consecuencias sobre la economía de las personas.

Experiencia ciudadana que exhibe necesidades en contravía del encierro, el hambre y las obligaciones no dan espera, con virus o sin virus es importante tener el sustento diario. Divergencia en las declaraciones de cada momento excitan el miedo y desesperación de la población que afloja la prevención y autocuidado que debe primar en este momento.

Apertura gradual, plagada de indisciplina, que desbordó la convergencia de la economía y la salud pública, reactivación de la cotidianidad invadida de quejas y que demuestra que la sociedad no ha aprendido que la relación con el entorno se transformó y requiere del uso y apropiación de los protocolos de bioseguridad, el distanciamiento social y las medidas de higiene personal. El COVID–19 estará presente en Colombia por mucho tiempo y es obligatorio el mentalizar que cada uno debe acostumbrarse a cuidarse al máximo, respeto por el espacio de otros donde emergen los valores, el sentido común y la identidad cultural, nacional y regional, que caracteriza al colombiano.

El afán latente de gremios y grupos económicos por retomar la normalidad, lejos de comentarios venenosos, genera más incertidumbres y preocupaciones que seguridad sobre el éxito al abrir centros comerciales y sus almacenes; prepotencia que, por momentos colinda con la mezquindad, trae a la memoria un postulado del presidente norteamericano, Donald Trump, que se ajusta a la presión indiscriminada que ahora ejercen los empresarios sobre Iván Duque Márquez: “que mueran los que tengan que morir sin causar además una hecatombe económica”. Laxitud de políticas públicas que debe estar acompañada de estrategias coherentes y reales que atiendan la crisis financiera de los hogares y las prioridades en el gasto.

Veracidad de hechos y acciones que debe estar acompañada de cifras reales de contagiados, decesos y enfermos en UCI; conexidad de los picos epidemiológicos con las excepciones y la reiterada indisciplina de sectores poblacionales. Abstracción en el imaginario colectivo sobre la pandemia y su evolución que hacen robusta la gradualidad con que abre el comercio, pilotos que, con cultura ciudadana, manejan los escenarios de filas constantes y aglomeración en espacios sociales. Desafío enorme en el que se toman medidas y es indispensable el orden poblacional para aprender a comportarse sin que se requiera de un policía atrás que, con cierta molestia, le esté recordando qué hacer y bajo qué formalidades.

Presiones y actitudes políticas que Iván Duque se esfuerza por desdibujar bajo argumentos científicos, catástrofe económica y social que acecha al estado y el pueblo que no se encontraban preparados para una vida que en su armonía se fundamenta en el encierro y un contacto restringido; supervivencia y protección que hace frente a la inactividad psicomotora de la población. Cuidado mayor que llama a encender las alarmas cuando se piensa que los menores de edad retornen a clases presenciales, alternadas, en el mes de agosto, iniciativa que es rechazada de manera tajante por directivos y docentes porque no se garantiza la salud de la comunidad educativa.

Responsabilidad mayúscula del ejecutivo que, con pronunciamientos nada claros de la Ministra de Educación, María Victoria Angulo González, pretende imponer directrices distantes de la realidad técnica, sanitaria y física ‘in situ’ de las instituciones públicas y privadas. Protocolos de seguridad que preocupan a padres y claman por continuar con el modelo de estudio en casa, mediado con apoyos tecnológicos, en un instante en que los casos de COVID-19 aumentan; se está al frente de una medida que podría echar al traste el cuidado de un confinamiento estricto durante varios meses de la población vulnerable. Irresponsabilidad que delinea un foco de contagio en los buses, los espacios de recreo y el aula de clase, control de niños y jóvenes en espacios pequeños, para no tener vectores de propagación al hogar.

No es responsable abrir puntos que propician concentraciones que concretamente están poniendo en riesgo a cada uno de los participantes y por ende la salud pública de los jóvenes y las ciudades. Contranatural resulta el esfuerzo del gobierno central por establecer funciones de monitoreo y control, en coordinación con las autoridades locales, pero a su vez mostrar incongruencias y acciones tardías en el proceder. Prueba de fuego son un desempleo creciente, la desaceleración de la economía, un sistema de salud con afujías y el hambre en la población, detonante de manifestaciones sociales a punto de salir a la calle para exteriorizar el nudo que se tiene en la garganta del colectivo.

El ecosistema social clama por un presidente con los pantalones bien puestos, Iván Duque Márquez está llamado a brindar garantías en medio de tantas dudas, aciertos y desaciertos que lo han acompañado en esta etapa del confinamiento; acciones firmes que encausen el comportamiento social y rompan la brecha del mandatario con la opinión pública.

No es tiempo de dudas y miedos colectivos, la gravedad del tema necesita de un lenguaje y una narrativa que generen credibilidad y autoridad entorno a la figura presidencial, coherencia en iniciativas y reacciones alineadas al comportamiento del virus; decisiones complejas, pero necesarias para refundar el papel del sujeto en el escenario social y sacar a la economía de ese estancamiento en el que se encuentra y llama a la indisciplina del colectivo.

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*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.