Dice uno de los adagios populares que cada uno es dueño de sus miedos, otro, que seguridad mató a confianza, pero lo cierto es que el entorno da para preocupaciones por el incremento progresivo de contagiados en la medida que más y más colombianos salen a la calle. La sensatez, que debe acompañar al colectivo, llama a establecer un decálogo propio de distanciamiento y autocuidado que permita mitigar la reactivación de las actividades laborales, la confluencia de actores en el transporte público y la aglomeración de ciudadanos que, de manera irresponsable, van a la calle, o los centros comerciales, para retar a la pandemia sin que finalice la cuarentena.

Preocupación latente exalta los ánimos de quienes señalan que, en la salida, a los espacios públicos, convergen quienes tienen medidas de previsión con elementos de protección –tapabocas, gafas, guantes, entre otros–, distanciamiento prudente y guardan espacios de reposo en casa, pero, a su vez, otros que desde el ensimismamiento desafían al COVID-19 pensando que es un mal ajeno que nunca los tocará. No hay garantía de cuidado que brinde tranquilidad y no genere desconfianza en el otro, si bien el contexto señala que de manera inevitable serán muchos los que se contagien, no es menos cierto que hay que alistarse, en este momento coyuntural, para adaptar, afrontar y satisfacer las necesidades de cada uno bajo el instinto de conservación.

Dinamización del imaginario colectivo que aterra al ver cómo priman los eventos y relaciones sociales de los fines de semana en esta etapa de coyuntura; amigos y familiares no solo salen a la calle, sino que organizan fiestas y reuniones con la presencia de menores en casas y apartamentos. Comportamiento que deja en evidencia una actitud nada responsable y coherente con las vivencias e impresiones que dejan el ver lo ocurrido en otros países. Observación, directa a través de las imágenes en televisión y redes sociales, que despierta el análisis crítico de una realidad que muestra al mundo lo complejo que ha resultado esta pandemia que tiene en jaque a la economía y pide una transformación en el comportamiento social.

Asombra cómo la ausencia de límites, el haber desdibujado el concepto de disciplina, pasa factura de contado a una sociedad que ahora se ve obligada a acatar instrucciones y replantear conductas para fortalecer lazos y reconstruir relaciones. El concepto de “hecha la ley, construida la trampa” enciende las alarmas de las autoridades que, pese a las restricciones de entretenimiento y diversión en sectores públicos –discotecas, bares y demás lugares de esparcimiento–, a diario deben hacer batidas en lugares clandestinos donde los ciudadanos, “por un traguito”, están violando de manera flagrante las medidas sanitarias y de autocuidado.

Es claro que se avecinan unos días, poco gratos, en el que un alto porcentaje de los colombianos va a contraer el virus y existe la gran incógnita de si el servicio de salud dará abasto para atender la contingencia. Se dice que un alto porcentaje podrá hacer frente a la enfermedad desde sus hogares, pero otro importante número de connacionales requerirá de la atención hospitalaria y el uso de las Unidades de Cuidados Intensivos (UCI); esquema médico que desde sus limitaciones, a consecuencia de la desatención y desvío de dineros del que ha sido víctima por años, ahora se somete al dedo inquisidor que los señala de negligentes ante la renuencia de las EPS para aplicar pruebas que detecten, y prevengan, una propagación mayor de la pandemia al interior del territorio nacional.

La llegada de respiradores artificiales, el alistamiento de unidades de atención, como se hizo en Corferias, y las disposiciones gubernamentales son importantes en el marco para establecer políticas públicas que apuesten por afrontar el problema de salud; las gestiones e iniciativas de la Presidencia, y los mandatarios locales, deben ser complementadas con el aislamiento inteligente de los colombianos. El actuar con sobrado, confiarse y salir, de manera ignorante, a la calle solo denota irresponsabilidad y que el aislamiento no dejó una enseñanza para dar continuidad a la vida bajo un nuevo contexto que redefine al sujeto y su interacción con la cultura y el entramado social.

Es grave error el seguir asumiendo como un chascarrillo las escapadas de la abuela que, con la excusa de hacer mercado, se desvía, 120 cuadras, para ir a ver a los nietos sin importar que en el supermercado tuvo contacto con múltiples factores de posible contagio y transmisión del virus. Seguir creyendo que el recibir visitas, del que sale por salir, es un acto humanitario, que no traerá mayores consecuencias, es un error, pronto se darán cuenta que por confiados caerán en un foco de contagio personal y familiar; el que está desesperado en las cuatro paredes de su hogar, y está aquejado por la soledad, siempre busca en cada excusa un refugio, contacto con un sinnúmero de seguidores que ni siquiera conoce más allá de los mensajes que comparten en redes sociales.

El desconfinamiento pide a cada uno tomar estrictas medidas de prevención y seguridad, los últimos días han delineado lo que irremediablemente va a pasar y pide a todos estar preparados. El desacato a la normatividad nacional y local exige la imposición de medidas administrativas y judiciales que contengan las ansias de drogas y licor que desatan la indisciplina de algunos, sumado al deseo sexual de múltiples parejas que han sido sorprendidas en moteles y se exponen ahora a hacer frente a los procesos penales, que podría iniciarles la Fiscalía, por violar las restricciones impuestas por el gobierno; transgredir lo establecido en el Código Nacional de Seguridad y Convivencia Ciudadana y en el Código Penal.

La responsabilidad social llama a crear consciencia solidaria, el goce de los derechos trae consigo, implícito, un límite y respeto por el espacio del otro. Es momento de poner inteligencia social a la cotidianidad y ser responsable consigo mismo, la familia y el núcleo social; irresponsabilidad raya el extremo y deja mucho que pensar de lo que se es, como integrante de un colectivo, cuando se permite que menores que conviven con contagiados de COVID-19 salgan a espacios comunes de los conjuntos a jugar con otros niños. Antes que ser agentes propagadores del virus se debe ser ejemplo de cuidado y cautela con las personas que se quieren y estiman, no se puede seguir guardando apariencias de lunes a miércoles para desfogar el sujeto oculto que se trae por dentro los días jueves, viernes, sábado y domingo.

El escepticismo debe ser derrotado, los colombianos están convocados a poner los pies sobre la tierra y asumir con responsabilidad la situación que ahora aqueja a la sociedad mundial. Las cifras hablan por si solas todos los días, promedios porcentuales demuestran que el mal está a la vuelta de la esquina y llama a la puerta de todos los hogares, no es momento de esperar que sea el miedo el que obligue a actuar y tomar cartas en el asunto; ahora, que no se tienen las cifras de muertes diarias exorbitantes, como en otros países, es cuando se deben tomar acciones conjuntas para la protección de todos, ¡dejen de pendejear! El aislamiento es una medida de conservación e instinto para evitar el contagio, la prevención depende de la inteligencia de cada uno.

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