“Usted, señor y amigo mío, me dejó el regalo eterno de la herida abierta, del círculo que no cierra” – Laura Antillano en “La luna no es de pan”
En la quietud de un domingo cualquiera de 2022, la vida de Juan Camilo Parra (Bogotá, 1990) se quebró con la “inesperada” muerte de su padre. De ese abismo de dolor y extrañeza, surgió “Domingo, 3 de abril”, un libro que se despliega como un tapiz de duelo y memoria, tejido con hilos de prosa poética y una honestidad descarnada.
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Parra, a quien en redes podemos encontrar como @juankrenzi, un bogotano de espíritu inquieto y mente ávida no es ajeno a las letras. Periodista cultural y escritor, su mayor “debilidad literaria” está en sus autores de cabecera: Gabriel García Márquez, Juan Gabriel Vásquez y Ricardo Silva. Su primera novela “Siempre quedará” fue publicada en 2022. Y ahora nos sorprende con un libro híbrido – entre ensayos y relatos en prosa poética – realmente conmovedor: “Domingo, 3 de abril”, de Nueve Editores (2024), recientemente lanzado en la FILBo 2024.
Parra es Magíster en Literatura y Cultura del Instituto Caro y Cuervo, en donde se graduó con honores, lo cual, sumado a su experiencia docente, hoy en día en la Universidad Santo Tomás en Bogotá, lo ha dotado de un bagaje intelectual, emocional y literario, que se refleja en la profundidad de sus reflexiones. Sus ensayos, crónicas, columnas de opinión y artículos han sido publicados en medios como: Le Monde Diplomatique, Culturamas en España, Periódico Desde Abajo, Revista Crónica, Al Poniente, la Oreja Roja. Sin embargo, es en su faceta menos conocida, la de músico aficionado y amante de la bicicleta, donde encontramos la sensibilidad que impregna su escritura.
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La génesis de “Domingo, 3 de abril” se encuentra en el diario que Parra comenzó a escribir tras la muerte de su padre, de un tercer infarto en su vida, como un intento de dar sentido al caos emocional que lo embargaba. Esas páginas íntimas, llenas de dolor y preguntas, unas con respuesta y otras sin ella, se convirtieron en la semilla de un libro que trasciende lo autobiográfico para convertirse en una exploración universal del duelo y la pérdida. No solo la pérdida propia, sino que pretende ser de la muerte de otros, y como decía Fernando Vallejo, voces.
El libro tiene cuatro epígrafes preciosos, dos de ellos versos de un pasillo y de un bullerengue colombianos, que ya nos anuncian lo que inundará el alma a través de su lectura: trece capítulos, de los cuales once son ensayos. Cada ensayo trae una primera parte en la que relata, paso a paso, la muerte de su padre, el momento en que se enteró de la misma y, finalmente, su llegada al hospital y la forma en que se enfrentó en las horas y días posteriores a una situación que, todos sabemos que llegará, pero nadie está preparado ni a nadie le han educado para ello. Y una segunda parte con una reflexión profunda de diferentes perspectivas de la muerte, comenzando por las señales que la tradición y la intuición, en muchas ocasiones, nos muestran y que solemos ignorar.
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La muerte como la caída de un árbol, la caída silenciosa pero retumbante, la muerte como el cero absoluto, ese estado de inactividad molecular en el que el entorno debe continuar (“el cuerpo petrificado, la palabra congelada, el cerebro inmóvil”) pero en el que las palabras sobran, porque un “la vida sigue”, es la frase más despiadada que existe en esos instantes. La muerte no tiene ruido y sin embargo, el estruendo demoledor que puede causar en nuestras vidas existe en la realidad.
El libro evidencia toda una investigación científica, filosófica y literaria, que el autor ha hecho, no solo sobre la muerte en sí, sino sobre los momentos previos a la misma, y sus circunstancias posteriores. El ensayo dedicado al “Hacedor de viudas”, un eucalipto rojo australiano que causa una muerte similar a aquella producida por un infarto de miocardio, nos pasea por descubrimientos biológicos en los que el autor ahondó profundamente. Nos dice que estuvo tres días seguidos sumergido en la historia clínica de su papá, entro otros inmersiones: analogías y metáforas relacionadas con la anatomía y funcionamiento del sistema vascular y en general de la complicada ingeniería del cuerpo humano. Hasta un dibujo del corazón encontramos al final de ese precioso ensayo, uno de mis preferidos.
La prosa de Parra, poética y filosófica a la vez, y también evocadora y precisa, nos sumerge en el torbellino de emociones que acompañan a la muerte de un ser querido. En el ensayo de la “anhedonia”, que básicamente es la incapacidad en que entra una persona para sentir placer, podemos rememorar la indolencia presente en “La muerte de Ivan Illich”, de Tolstoi, la deshumanización en “Antígona”, el dolor apagado a la fuerza en “Río muerto” de Ricardo Silva. Y este ensayo está fuertemente atado al último, “Todos mis muertos”. Nos dice Juan Camilo, en una de las frases más bellas del libro:
“Si mis muertos, a los que yo pertenezco de sangre pura, no pueden o no son importantes para mí, me es imposible entender los muertos de los otros, los del pasado, los del presente y los que vendrán”
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El dolor se manifiesta en cada página, crudo y visceral, pero también encontramos destellos de humor y ternura, como un rayo de sol que se filtra entre las nubes. En “Destapar tumbas, levantar archivos”, entendemos la importancia de los recuerdos físicos que se convierten en objeto de representación, de resignificación del mundo en el que a los muertos les tocó vivir, y en el que los vivos se quedan. “Los objetos, como el archivo tal cual como lo conocemos, son una puerta traslúcida que nos obliga a traer el pasado al presente en un dinamismo constante” …
La influencia de autores como Séneca, Gabo, Philiph Roh y su novela “Elegía” – en la que el protagonista vive una historia bastante parecida a la de su padre – Byung-Chul Han y varios de sus textos, Joan Didion y su “El año del pensamiento mágico”, Rosa Montero y su precioso libro sobre Marie Curie y la muerte de su esposo, Piedad Bonnet y “Lo que no tiene nombre”, Diana Ospina Obando con su libro “Parece que Dios hubiera muerto”, el plurinombrado Ricardo Silva con “El libro del duelo” y “Río Muerto” así como “Historia oficial del amor”; Luis García Monero con sus poemas y reflexiones por la muerte de su amada Almudena Grandes, Sylvia Plath y su suicidio, Fernanda Trías, Camus, el desconocido pero inmenso poeta Delmon Schwartz, Borges, C.S. Lewis, Freud, en fin, una cantidad de referencias intertextuales, hacen de este libro una especie de delicia literaria que evidencia la forma en que Parra entrelaza lo personal con lo universal, creando un texto que resuena en el lector a un nivel íntimo. La muerte, ese gran misterio que nos acecha a todos, se convierte en un personaje más de la historia, omnipresente y a la vez intangible.
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Las despedidas, el olvido, la ausencia son temas recurrentes que Parra aborda con una valentía que conmueve y nos invita a reflexionar sobre nuestra propia mortalidad, porque, con seguridad “Con calma, atravesaremos ese día”, como uno de los títulos de otro de sus bellos ensayos. Y le agradeceremos infinitamente compartir con nosotros estas preciosas letras porque “la muerte y el duelo nos deberían llevar a entendernos piadosos para buscar la facilidad de ayudar a consolar a otros, porque quien ha vivido esto solo puede entenderlo en el ejercicio de comprenderse y consolarse”.
“Domingo, 3 de abril”, es pues, un libro que no teme adentrarse en los rincones más recónditos del alma humana, pero también es un canto a la vida, a la memoria y al amor que perdura más allá de la muerte. Es un libro que nos recuerda que, aunque el dolor es inevitable, también lo es la esperanza, y que en el duelo encontramos una oportunidad para amar – todo duelo es amor – nos dice Parra a lo largo del libro – crecer y transformarnos.
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Es un libro que nos recuerda que, aunque el tiempo pasa y las heridas cicatrizan, el amor y la memoria perduran, como faros que iluminan nuestro camino de la vida. Sin duda, Parra nos seguirá sorprendiendo en un futuro porque es un escritor de esos extraordinarios, de los que sabemos dará de qué seguir hablando.
*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.