Esa parece ser la tendencia de las elecciones que tendrán lugar dentro de las próximas semanas a las que se suma una sensación de caos e ingobernabilidad que ha tenido como protagonistas, las recientes protestas estudiantiles.

Porque esta vez la motivación no fue la defensa de la educación pública ni la falta de presupuesto con cuyo aumento el gobierno logró negociar el levantamiento de las protestas anteriores, sino la lucha anticorrupción y la reacción desmedida de la fuerza pública a desmanes provocados por vándalos que afectaron a estudiantes pacíficos y que convocaron marchas de solidaridad.

Lo que significa que el país se enfrenta ahora a nuevas motivaciones que tienen un gran componente urbano y local que superan el debate nacional y que prueban que los grandes liderazgos nacionales o figuras como la del expresidente Uribe o el exalcalde Petro, ya no seducen lo suficiente a los ciudadanos de a pie.

Su creciente impopularidad (según encuesta Gallup Uribe-61%; Petro-49% y Duque-64%) y los cuestionamientos a su pasado y gestiones, han mermado su prestigio y la capacidad con la que su discurso afecta la realidad local; así lo entiende la gran mayoría de ciudadanos a los que no les interesa la política mientras que el mundillo político que se habla a sí mismo difiere e insiste en su vigencia.

A esto se suma la asepsia con la que el presidente Duque entiende el juego político y que explica que no se lo perciba como un orientador del destino nacional, sino como un funcionario encargado de ejecutar unos presupuestos y cumplir con un indicador.

De ahí que se afirme que el gobierno es el estilo y no el propósito y Duque posea uno alejado del providencialismo –cuestionado por muchos y alabado por otros-, que ha distinguido a la clase política nacional, alterando con ello una institucionalidad y dejando abiertos vacíos de poder que podrían llenarse en estas elecciones.

Los próximos mandatarios locales en las principales ciudades del país, serían entonces los llamados a compensar esa ausencia de liderazgo que se le reclama a Duque y que se explica en su falta de experiencia o en una visión de crisis del modelo público como un escenario incapaz de garantizar soluciones reales y ante las cuales ya ha renunciado en insistir.

Hoy la política y sus decisiones, no resuelven la mayoría de necesidades siempre crecientes de los ciudadanos y el insaciable ánimo de satisfacción con la realidad promovido por la tecnología, los medios y las redes sociales, parece imponerse como un imposible moderno.

Los próximos alcaldes y gobernadores en todo el país, tendrán que lidiar con las emociones ciudadanas y administrar ciudades como grandes laboratorios para recuperar la confianza en el juego democrático, en un mundo definido por la carencia o falta de llenura y marcado por la rabia y el escepticismo en ciclos incomprensibles muchas veces con razón o sin ella, de silencio y de protesta.

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