Porque graduar de nuevos tirofijos a los comandantes de un reducto de disidencias –porque el 90% sí se desmovilizó y son 9.500 excombatientes –lo recuerda Vargas Lleras en El Tiempo-, devuelve al país a cuando la jefatura del debate político la ejercía la subversión y no la institucionalidad civil.

Si bien el presidente Duque ha llamado a las disidencias de las FARC, no “una nueva guerrilla (…) sino una “banda criminal” y la presidente de la JEP, Patricia Linares, ha considerado el rearme como “actuación delictiva”, -lo que demuestra una sana sinergia institucional para combatirlas- el problema de fondo es la imposible construcción del Estado, mientras el enriquecimiento por las economías ilegales nutre a grupos organizados criminales que atentan contra el aparato estatal desgastándolo, pese a las mejores intenciones para evitarlo.

De acuerdo con el Comité Internacional de la Cruz Roja, el país enfrenta cinco conflictos donde actores como ELN, EPL, FARC, Clan del golfo y el enfrentamiento ELN y EPL disputan el control de territorios donde se generan los flujos económicos del narcotráfico y la minería ilegal.

Ni Uribe ni Santos en 16 años de gobierno pudieron derrotar al narcotráfico y a otras economías ilegales, pero la percepción de que podían ganar la guerra o firmar la paz entusiasmó a los electores que no se preguntaban cómo se financiaban los subversivos.

La dejación de armas de las FARC se hizo, pero la gasolina para financiar a las disidencias y otros grupos criminales nunca se menguó y no por razones políticas sino por operación básica del mercado que avasalla cualquier intento de control a las ganancias exponenciales.

Recuérdese que, para librar la guerra contra las guerrillas, Pastrana fortaleció a las fuerzas militares, Uribe debilitó psicológica y militarmente a las FARC y Santos las desmovilizó logrando también que el acuerdo diferenciara a los delincuentes políticos de los criminales hasta ese momento.

Los expresidentes pareciera que se hubieran puesto de acuerdo en cómo llevar al país a otro escenario, pero su praxis política cobró otro discurso. Uribe criticó los Acuerdos de la Habana y tras la derrota del plebiscito de la paz, participó en la modificación de los acuerdos del Colón y al final se apartó de los mismos para hacerles oposición y facturar esa postura en las elecciones que llevaron a Duque a la presidencia.

Por eso hoy de cara a las elecciones regionales de octubre, el rearme de las FARC le da un oxígeno al uribismo y a la impopularidad que llegaba al 61% pero eso no altera en nada el problema de la economía ilegal y sí plantea una nueva y potencial provocación que traería más inestabilidad nacional.

“Capturarlos donde se encuentren” a ‘Márquez’y a ‘Santrich’, implica la colaboración del gobierno venezolano –arrinconado a demostrarlo- y podría abonar el escenario de una tensión binacional similar a la que se vivió cuando el ministro de defensa de Álvaro Uribe, Juan Manuel Santos, bombardeó el campamento de Raúl Reyes más allá de la frontera de Ecuador.

Por eso, si bien los ánimos de guerra contra el enemigo público –disidencias FARC- son funcionales para fidelizar al electorado, pueden someter equivocadamente al país a una tensión militar en la que habría mucho para perder.

El fervor del llamamiento a las armas, ignora que la guerra perdida de este país que nos disfraza de estado fallido, es la incapacidad de controlar el territorio como consecuencia de no combatir de manera efectiva las economías ilegales y en ello la guerra fallida contra las drogas cobra una gran responsabilidad.

Paradójicamente fue el narcotráfico el que venció a las guerrillas al reemplazar su ideario revolucionario por el anhelo de riqueza, lo que en principio legitimó el modelo económico que alguna vez la subversión buscó alterar como proyecto político.

La ilusión de seguir luchando y ahora contra una banda criminal, trae un falso consuelo, anhelar una mano dura y un corazón firme que resultan también insuficientes, mientras al monstruo de mil cabezas de las rentables economías ilegales, con cada baja se alimenta, fortalece y regenera gracias al esfuerzo de sus ingenuos y bien intencionados verdugos.

Columnas anteriores

‘Monos’ y los niños víctimas prisioneros de la guerra

Elecciones locales, votos castigo y maquinarias tradicionales

Cuando las batallas ya no son políticas

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.