Por eso negar que la firma del acuerdo de paz ha reducido el reclutamiento de menores y el renacimiento de nuevas guerras solo es un ciego capricho ideológico.

La película ‘Monos’ del director colombo-ecuatoriano Alejandro Landes, apoyada por Caracol y Dago García y con la música alucinante de Mica Levi, cuenta la historia de una cuadrilla de adolescentes entrenados militarmente a quienes se encomienda, la custodia de “la doctora”, una extranjera secuestrada por una organización criminal y el cuidado de ‘Shakira’, una vaca lechera cuya muerte accidental en el juego de las armas pone a prueba las lealtades personales y los ideales revolucionarios que han sido inculcados por un hombre veterano.

Ese adulto entrenador como padre sustituto presente y ausente, que va y viene itinerante, deja al resto de la tropa al arbitrio del más avezado de los guardianes –Patagrande-, que no es otro que un adolescente al mando de otros niños en su propio descubrimiento para hacerse hombre y quien tiene a cargo la experiencia no pedida del poder.

Como en la película el ‘Señor de las Moscas’, basada en la novela de William Golding, y en el que un avión estrellado en una isla deja a un grupo de jóvenes la oportunidad de construir su propio gobierno, la banda de Monos integrada por los guerreros Rambo, Pitufo, Lobo, Boom Boom, Patagrande, Lady y Sueca, se da sus propias reglas y votaciones, elige y depone líderes, ordena muertes, y el más fuerte y violento impone el mando sobre quienes cobija o expulsa, en un escenario donde la pertenencia al grupo es un medio de supervivencia y la obediencia o la rebeldía constituyen dominio o evasión, vida o muerte.

‘Monos’ habla de un dilema universal que es la guerra como circunstancia pero también condición humana de supervivencia, con una provocación cultural y moral moderna, la infancia deja de serlo cuando adquiere rol de adulto, -esa maldad antropológica que enseña la cultura o que se desarrolla en el naufragio y la soledad de grupos anarcos que requieren autoridad y mando-; el de la violencia motivada, porque los niños milicianos custodian a una mujer extranjera secuestrada, hacen parte de una estructura criminal a la que no pudieron evadir y ello los sujeta a la misma carga de violencia en que la inocencia es una pose, un arma de control que se agota y se extingue en la necesidad imperiosa de la supervivencia.

Y entonces, así como unos subvierten el orden criminal para reemplazar a sus entrenadores en el mando y volverse más aguerridos y violentos, otros huyen del entorno, como la mujer secuestrada de la exuberante selva que los ha coartado; víctimas y victimarios evaden esa prisión, su hazaña supera el juicio moral y la ley y el orden de “la organización criminal” porque los presos que se fugan merecen por su esfuerzo y derecho la plena libertad.

Rodada en el páramo de Chingaza y en los cañones del río Samaná en el noroeste antioqueño, el tránsito del páramo a la selva de “la doctora”  -la norteamericana secuestrada-, narra una inflexión entre la ruta de la libertad o la cadena perpetua bajo sus captores, o esa muerte equivalente y sugiere la historia de los secuestrados por la guerrilla que eran trasladados entre otras rutas, del páramo de Sumapaz en las goteras de Bogotá hacia las selvas del Caguán en el Caquetá, porque si bien la pretensión es contar una historia universal, la alusión a la realidad colombiana es evidente y a la infame práctica del secuestro que hizo parte del ideario guerrillero en la estrategia de obtener interlocución internacional.

La metáfora de la vaca lechera a la que cuidan los niños guerreros pero que muere bajo su mando, y la mujer secuestrada también bajo el control militar juvenil a la que se tiene cautiva, pero que intenta fugarse y entonces se la recaptura y encadena, manifiestan el dominio sobre el indefenso a quien se arrastra deshumanizándolo, cual mercadería transable de valor en cumplimiento de la doble misión de mantenerlas con vida y honrar el entrenamiento militar de adquirir responsabilidad.

‘Monos’ se llevó el premio especial del Festival de Cine de Sundace 2019, el premio del público del Festival de Cine de Cartagena FICCI 2019 y el premio de mejor ficción del Festival de Cine Latinoamericano de Toulouse; habla de la maldad y de la guerra y de la infancia perdida, la de adultos ausentes que diseñan y perpetúan la violencia y en la que los más jóvenes dejan de ser inocentes para convertirse en actores perpetradores de la guerra.

¿Pero quién puso a los niños en la guerra? Una escena sugiere la respuesta, la persecución a un evadido de la banda de guerreros, acaba una familia y siembra nuevos niños huérfanos que serán reclutados y engrosarán la siguiente guerra, esa que a bien detuvo una firma imperfecta de paz que a cambio de alterar un círculo inacabado de venganza, ofreció unos micrófonos para pedir el uso a la palabra en el Congreso.

No debería estar en discusión ahora que hay cruzadas por la infancia, que a los niños, adolescentes y jóvenes desmovilizados del conflicto armado que no tuvieron una opción qué escoger, la sociedad los rescate y ofrezca una vida nueva, otra oportunidad alterna a la violencia y por fuera de la prisión de la que estuvieron cautivos.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.