A las 7:00 de la mañana del sábado 5 de febrero de 1972, el avión HK-1139 de Transportes Aéreos del Cesar, despegó desde el Aeropuerto El Dorado hacia Valledupar, donde debía aterrizar a las 9:00 de la mañana en el Aeropuerto Alfonso López, varias familias esperaban la llegada de sus seres queridos, pero esto nunca pasó.

Pensaban que se trataba de un retraso común, debido a la escala que haría la aeronave en Barrancabermeja; las horas pasaban y con ellas la preocupación aumentaba.

Hacia el mediodía se empezó a propagar la noticia del avión que se encontraba desaparecido. De todo se especuló, incluso que había sido secuestrado y se encontraba en Cuba, pero la información fue desmentida por el gobierno de ese país.

La búsqueda del HK-1139 se extendió por más de dos días, no hubo campesino en el Cesar que no asegurara haberlo visto en algún lugar. Finalmente el 8 de febrero fue encontrado y se confirmó lo que ya se temía, se había accidentado.

El avión había impactado contra el Cerro Azul, en la Serranía del Perijá. Los diferentes medios así lo anunciaron, los titulares afirmaban que no había nada que rescatar puesto que el avión estaba totalmente calcinado y el lugar sería declarado Campo Santo.

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La parte posterior del avión se desprendió y rodó aproximadamente 50 metros; ahí estaban la mayoría de los cadáveres. La insistencia de los familiares de las víctimas y la presión de la prensa obligó a que los cuerpos finalmente fueran rescatados, labor que duró más de 10 días.

Los fallecidos de a poco fueron entregados para darles cristiana sepultura. Entre ellos se encontraban Enrique Ariza Cotes, Rafael Valle Riaño, Ricardo González, los hermanos María Antonia y Abelardo Barragán; Blanca Cecilia Castaño, Mélida del Río, Guillermo del Monte, Benjamín Rodríguez, María Teresa de Cruz, Rosario aponte y de Alonso y sus pequeños hijos Ricardo y José Luis Aponte; Gabriel Ortiz, Carlos Aroca, Francisco Zabaleta y Obdulio Almenárez.

Estas son las imágenes de los medios de la época:

Familiares y personas que conocían a las víctimas

La periodista y escritora, Mary Daza, que para el momento se iniciaba en el periodismo, a través de una emisora narró el fatal desenlace. “Yo conocía muchas familias, eso fue lo más duro para mí. El llanto era general, el Valle estaba conmocionado, era el primer accidente que se registraba aquí”, cuenta al recordar esa lamentable fecha. “El dolor de las víctimas fue muy grande, 15 personas que venían unos a sus negocios y otros a sus casas”, recalcó.

Aunque la comunicadora confiesa que no es nada fácil referirse a esta tragedia, en la que ella pudo haber sido contada entre los cadáveres si hubiera aceptado la petición de su amigo Ricardo González de viajar junto a él: “Me acompañó al aeropuerto, me dijo quédate y te vas después conmigo. Yo lo dudé, quise quedarme, pero dije no. En mi vuelo venía el obispo Villalba con otros dos sacerdotes y Ricardo me advirtió que donde van monjas y curas se caen los aviones. A los 10 días él estaba muerto”, relata intentando reprimir el llanto.

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El arquitecto Alberto González, tiene motivos de sobra para no olvidar el siniestro que le quitó un pedazo de su vida; su hermano Ricardo, un filósofo de la Universidad Nacional, que a sus 23 años estaba a puertas de un futuro promisorio.

Para el arquitecto es imposible contener las lágrimas al hablar del siniestro del Cerro Azul, que hace cinco décadas devastó a su familia. “La muerte a una edad temprana, cuando la vida es un horizonte de grandeza, se vuelve doblemente dolorosa. Cuando ya se sabe la realidad la angustia desaparece y le da paso al horror”, expresa embargado por la tristeza.

También recuerda como fue encontrado su hermano, “con un gesto como de dolor. Una varilla le había penetrado por la mandíbula y salió por el cerebro”. Pese a esto no deja de describir a Ricardo como “un sabio, un ser perfectamente irremplazable”, que en su paso por esta vida dejó una huella imborrable en quienes le conocieron.

Quienes perecieron siguen vivos en los pensamientos y oraciones de sus seres queridos, que cada 5 de febrero realizan eucaristías por su eterno descanso. La familia Barragán, de origen santandereano fue doblemente golpeada por la muerte de dos de sus integrantes, Abelardo de 19 años y María Antonia de 18, quienes estaban por iniciar sus estudios en universidades de la capital. “Ellos venían a pasar la última semana de vacaciones con mi mamá y a celebrar los carnavales”, dice Álvaro Barragán, hermano de las víctimas, que además recuerda que, tras el rescate, una ambulancia con dos ataúdes llegó a la puerta de su casa.

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Aún tiene presente los últimos momentos junto a su hermano antes de perderlo: “el abrió los brazos y me dijo que me despidiera de su hermano mayor, ese fue el último abrazo”. Como si Abelardo presintiera lo que estaba por suceder, el día anterior al accidente llamó a su mamá, dijo sentirse nervioso por el viaje. “Le preguntó en que parte del avión ubicarse que fuera más seguro, y ella le dijo que en la parte de atrás. Él se despidió varias veces, eso llamó la atención de mi madre”, relató Álvaro.

Los hermanos fueron sepultados en el cementerio central de Valledupar, tiempo después cuando la familia se radicó en Bogotá fueron trasladados a la Parroquia San Martin de Porras en la capital, donde reposan en un osario. El pasado sábado se ofició una eucaristía en honor a ellos, en la Parroquia de San Juan XXIII. “Después de 50 años para uno lo que queda es imaginar cómo serían ahora si no hubieran tenido el accidente”, comenta Álvaro.

Quienes presenciaron el suceso, coinciden en que los vallenatos tienen una memoria selectiva, es decir, que olvidan los hechos que marcaron la historia de esta capital. “El Valle olvida muy rápido, se les olvida fácil el dolor. Lo que no olvidan es la música y la parranda. Este mundo está desquiciado”, acota la periodista Mary Daza, quien se salvó de ser una de las víctimas del Cerro Azul y afirma que Dios la tenía destinada para llegar a “viejita”, “No era mi día, no era mi hora, no era mi momento”.

Canciones vallenatas inspiradas en el accidente

Pero si de música se trata, la tragedia del Cerro Azul inspiró a algunos compositores a contar a través de versos vallenatos, el dolor tan desgarrador que embargó a Valledupar 50 años atrás. Una de ellas es ‘Tragedia en el Cerro Azul’, interpretada por Aníbal Velázquez; y ‘Dolor vallenato’, de la autoría de Sergio Moya, esta fue grabada por Willy y su Orquesta, quienes también hacen homenaje a las víctimas.